Inicio una serie de entregas alrededor de México. La novela, de Pedro Ángel Palou (Planeta, 2022), escrita en 534 páginas. La obra me ha permitido encontrar un camino que ilustra el devenir de la llamada vida cultural y por ello del sector cultural.
Me refiero a rasgos característicos de numerosas actividades culturales, así como del catálogo simbólico que encierran. Son parte de la historia que narra de la Ciudad de México, de su ser capitular en el desarrollo del país.
Del inicio a la última de las páginas, tomo citas. Busco subrayar algo de lo que más me entregó la obra para mis causas. Indico así los méritos desde el análisis que me mueve. De lo literario como de lo propiamente histórico, le sobrarán a Palou críticos que señalen su relevancia, como sus posibles desaciertos.
De arranque, convienen las coordenadas básicas, atenidos a la voz del autor.
En la relación de agradecimientos, fuentes relevantes, cómplices e información general al lector que, Pedro Ángel Palou, coloca al final bajo la denominación de Guía de forasteros, dice: “Esta es una novela histórica. El énfasis debería ponerse sobre el sustantivo: novela. Una obra de ficción que, buceando profundamente en los archivos, anales, crónicas se presenta como un nuevo documento sobre nuestro pasado. Ficción mental de una ficción verbal, ficción de ficción, eso es la literatura, piensa don Alfonso Reyes en su Deslinde”.
Entonces, “La novela es el territorio de la libertad absoluta, y es con ese espíritu que este México fue escrito”.
Por ello los hilos conductores Santoveña, Cuautle, Landero y Sefamí no son reales. “Las cuatro familias que nos guían, junto con muchas otras, -y sus primos y sus hijos bastardos, y sus lejanos tíos-, no existieron en los quinientos años del México que aquí se narra”.
El tomo abre con los árboles genealógicos de las familias involucradas. Son tres partes. La primera va de 1526 a 1790, la segunda de 1803 a 1897 y la tercera, de 1910 a 1985. Además, se incluyen tres mapas.
Al dar por terminado el largo periplo los días posteriores al sismo del 19 de septiembre de 1985, Pedro Ángel Palou concluye con estas líneas: “La Ciudad de los Palacios y de los desastres, esa que Leopoldo y Tonatiuh compartirían con él si estuvieran juntos, si él no estuviera solo, en la biblioteca de su abuelo, revisando los grandes desastres de la Muy Noble, Leal y Muy Cabrona Ciudad de México. La ciudad muerta, sepulturera.
“Pero también la ciudad como ser vivo, enfermo y resucitado, muerto una y mil veces; la ciudad insepulta, la ciudad abrazo de millones de almas que, en lugar de gritar y golpearse, rescatan y ayudan. También esa ciudad de la que nadie habla, de la que nadie escribe.
“Contar y cantar esa otra historia, nicantlami”.
La CDMX de Pedro Ángel Palou inicia y termina en tragedia. Lo hace con en el empuje de sus pobladores, pero ante todo en el empeño doloroso del vivir. A contrapelo, mucha de la felicidad de la novela es trazada por la riqueza cultural de una megalópolis en constante edificación.
Uno de los méritos de la novela, es la crónica del poder de los códigos culturales, del ADN de lo nacional. Del tejido de la naturaleza, del agua, de las artes, la arquitectura, la ciencia, las humanidades, la tecnología, en fin. Es el viaje que veo de la vida cultural y del sector que le concierne.
La opulencia de México. La novela, de Pedro Ángel Palou, con todo su historial de importante escritor a cuestas, no es sólo el dominio de la historia, ni de las herramientas literarias.
Es el haber logrado un retrato lleno de emoción, como naturalmente inacabado de la cultura mexicana, la que da vida a una actividad simbólica, llena de gente que se moviliza para vivir de ella, para dar sentido de pertenencia al territorio del que se da cuenta.