Regreso a este serial sobre Estrella de dos puntas. Octavio Paz y Carlos Fuentes: crónica de una amistad, de Malva Flores (Ariel, 2020), para ocuparme de las páginas 264 a 298.
Hemos dicho que espulgamos tan reveladora pieza, con el instrumental que busca hallazgos para leer el sector cultural en el que convivieron, con malas y con buenas, Carlos Fuentes, Octavio Paz y la generación que les hizo compañía.
De los muchos asuntos, los editoriales son vertebrales. Al cursar las páginas, la correspondencia, los hechos de una etapa, el anhelo de una revista idealizada es permanente. Sobre todo a Paz se le convierte en obsesión.
Y en ese ir y venir de imaginarios de valor-significado, una constante: en ningún momento se plantea la publicación como un negocio, como pequeña empresa necesitada de mínimas reglas. Es siempre el cambalache: una edición de altos vuelos a cambio de fondos con el menor número de condiciones de los aportantes.
Leamos cómo lo perfila el Nobel en una carta del 9 de noviembre de 1966, a su amigo novelista: “Lo del dinero me preocupa. En tu carta me hablas de varias posibilidades en los Estados Unidos. En principio estoy de acuerdo, a condición de no depender exclusivamente de un grupo o una editorial. Lo ideal sería conseguir tres patrocinadores. Yo estoy dispuesto a escribir a todo bicho viviente pero antes de hacerlo debo contar con mayores datos y orientaciones (…) Los directores seríamos tú, Segovia y yo. El Jefe de Redacción -único entre los tres que percibiría un sueldo- sería uno de ustedes dos (…) si el proyecto se realiza, yo estaría dispuesto inclusive a dejar el servicio (exterior); creo que una empresa así vale la pena -vale que uno le dedique todo su entusiasmo…”.
Y agrega: “(…) además de las razones, de orden estético y político, hay una de higiene que exige la inmediata aparición de la revista: estamos amenazados por dos plagas, el relajo y la solemnidad (…) Es Poncio Pilatos-Torres Bodet (…) La revista implantaría un sano terror entre esos gramáticos metidos a escritores”.
Esa empresa es el emprendimiento, no la unidad económica. Destaca entonces esa combinación letal: contenido y poder.
Respecto a Jaime Torres Bodet (JTB), por ahora basta decir que la confrontación no tuvo sanación.
Al seguir este asunto, aparece Tomás Segovia, quien en otra misiva le consulta a Paz si estima conveniente buscar alternativas de financiamiento con el nuevo director de El Colegio de México, Víctor L. Urquidi. Al entonces diplomático le parece maravillosa la idea, “porque de ese modo no nos presentaríamos totalmente ‘en cueros’ ante las fundaciones y editoriales gringas”.
En ese andar la ruta de una revista, se cruza la grilla con la revista Espejo “signo maldito de JTB”, al decir de Carlos Fuentes en una carta del 14 de enero de 1967, en el que advierte a Paz que tenga cuidado con los escritores Luis Spota, Huberto Batiz y José de la Colina “(…) los encargados de seducir, comprar, sofocar hasta el último aliento de la disidencia intelectual”.
Con eso de que el correo toma su tiempo y nos son de uso corriente las llamadas de larga distancia, los lectores de Estrella de dos puntas nos enteramos de que Paz había caído en la trampa. Spota le ofreció una suma importante de dinero por sus textos, aderezando el acuerdo con la especie de que tanto Fuentes como otros amigos comunes también habían sido invitados a publicar en Espejo.
Octavio le escribe a Carlos: “Acompañaba a su carta una lista de colaboradores, en la que tú aparecías pero no Torres Bodet. Señalo esto último porque me dices que Espejo (de ahora en adelante: Espejo Humeante) tendrá por misión principal reflejar la figura imponente del exdirector General de la Unesco, que es lo más parecido que tenemos a esos monolitos en plástico con que impresionan a los turistas en el Museo de Antropología. Como yo ignoraba todo esto, acepté y envié la colaboración”.
Este es uno de los pocos guiños en este periodo al patrimonio cultural del autor de Posdata.
Aguas y aceites
Espulgamos las páginas. En 1967 tiene lugar el Congreso Latinoamericano de Escritores, que generó diversas trifulcas. Dijo José Agustín: “Es una buena farsa para conseguir dinero y para que nuestras democracias latinoamericanas se adornen como grandes impulsores de la culturita”.
En tanto que para el crítico Emmanuel Carballo era obvio que, a la luz de las denuncias sobre el patrocinio de la CIA, el congreso podía “juzgarse como una maniobra lo suficientemente hábil para encubrir propósitos contrarios a los intereses de nuestros pueblos”.
El eje México-Cuba-Revolución causó numerosos estragos entre la intelectualidad Latinoamericana y mexicana, estando de por medio la revista Casa de las Américas. Ese año de 1967 en el suplemento La Cultura en México, Fernando Benítez publicó una larga entrevista a Carlos Fuentes. Recobra Malva Flores que, ya en confianza, le dice a Benítez el novelista que en México “te asfixias, mano, te asfixias detrás de las caretas”. El “anonimato parisisno”, subraya la autora, le permitía quitarse las máscaras, además de que en México no se contaba “con la inteligencia informativa y editorial de un periódico como Le Monde”.
Cerremos esta entrega acerca de Estrella de dos puntas como recreadora del sector cultural, con este instante del ingreso de Octavio al Colegio Nacional. Le escribe a Fuentes: “(…) no soy sino la momentánea encarnación de Nuestro Señor de Xipe-topec y ya sé que al final seré desollado en un templo de las afueras. (Mi epitafio secreto: Vivió entre el ninguneo que pulveriza y la consagración que petrifica…). Un periodista me dijo que, al ingresar en El Colegio Nacional, me había convertido en uno de los mostruos sagrados de México. Le respondí: procuraré ser monstruo pero no sagrado. Ojalá que de veras pueda resistir la tentación”.