De las muchas sensaciones que remueve Estrella de dos puntas. Octavio Paz y Carlos Fuentes: crónica de una amistad, de Malva Flores (Ariel, 2020), destaco la nostalgia. Dicho de esta manera: las páginas del libro son un terreno para la arqueología del sector cultural y como toda exploración, lo que se encuentra, agita.
Por eso me ocupo con el detenimiento posible de la obra, pues cualquier interesado en el análisis sectorial puede aprender mucho al escarbar, al espulgar. Entonces, hoy toca de las páginas 88 a 102.
Ahí tenemos al librero Emilio Obregón, socio de José Porrúa hasta 1953 cuando se pelearon y cerraron la librería. De la ruptura viene la Librería Obregón, que se estableció en el número 30 de la avenida Juárez, frente a la Alameda, y que contó con un centro artístico llamado El Cuchitril.
Obregón era el distribuidor de Los Presentes, la colección de Juan José Arreola, e inauguró la Colección Literaria Obregón, en la cual publicó obras de Andrés Iduarte y Alfonso Reyes. El también mecenas llamó a Carlos Fuentes y Octavio Paz para dirigir la colección.
Al poeta, cuenta Malva Flores, le emocionaba que Emilio Obregón se involucrara en otras empresas culturales (así lo dice la autora) y había decidido apoyar a sus amigos Fuentes y (Emmanuel) Carballo para la creación (en 1955) de la Revista Mexicana de Literatura (RML), de la cual el librero fungiría como gerente, “lo que en otras palabras quería decir que era su principal sostenedor económico”, por ende, la combinación entre empresario y mecenas.
Fuentes se dedicó de lleno a la RML, cuyo primer número fue una toma de posición crítica del nacionalismo. “Su nombre incluso era un guiño contra otras publicaciones del momento, como la muy nacionalista Revista de Literatura Mexicana de Antonio Castro Leal”, relata Flores.
La cosa bonita de hacer una publicación lleva al novelista a ponerse en contacto con José Lezama Lima – “Muy estimado amigo: Por carta de nuestro admirado Cintio Vitier, me entero de que usted está dispuesto a establecer un canje de anuncios entre nuestras revistas”.
¡Canje!
El narrador “(…) lee todas las revistas, redacta las notas del ‘Talón de Aquiles’, colabora con el cineasta Manuel Barbachano Ponce en la realización de un guion en el que también participaría Paz, asiste al teatro, a conferencias, a fiestas… y trabaja, trabaja, trabaja”.
En estas páginas de Estrella de dos puntas me agita el recuerdo del Centro Mexicano de Escritores, en esos años 50 recién creado. Alfonso Reyes le da una carta de recomendación a Fuentes, el 20 de junio de 1956, para solicitar una beca cuyo monto alguien por ahí sabrá, pero tuvieron fama de ser bastante buenas.
Al escarbar, al espulgar, encuentro que Octavio Paz había empezado a escribir El arco y la lira en Córcega, en 1951, “pero no fue hasta que regresó a México, y apoyado por una beca ínfima de El Colegio de México, cuando lo publicó el 24 de marzo de 1956, según señala el colofón”.
¡Ínfima! Hubiera sido interesante saber el monto de los pesos en esos años.
Cerremos esta entrega.
Al seguir el hilo de manera progresiva, Malva Flores consigna que desde Nueva York –donde se encontraba con la delegación mexicana en viaje de trabajo a Naciones Unidas- Paz seguía los avatares de la RML, y el 28 de noviembre de 1956 le escribió a Fuentes: “El ‘aislacionismo’ mexicano no es sino una de las consecuencias de la orgía nacionalista a la que nos hemos entregado durante los últimos diez años. Un día lamentaremos estos años de egoísmo, recelo y engreimiento”.
Las orgías mexicanas que vendrían… y ¿siguen?