Me divierte espulgar libros al nítido estilo tanto capitalista como neoliberal. Intentar sacarles partida para alimentar mis más puros intereses aquí en corto. Para ello quedo lejos de la crítica, de los afanes reseñistas. De eso muchos saben más que yo y si se trata de un tomo de alto calibre como lo es Estrella de dos puntas. Octavio Paz y Carlos Fuentes: crónica de una amistad, de Malva Flores (Ariel, 2020), es mejor que cada quien haga lo que a su hedonismo conviene.
Hace unos días dije que la autora cita una carta de Carlos Fuentes a Pablo Neruda, en la que omite de la fuente (la revista Proceso), que fui quien la encontró en la casa La Chascona, en Santiago de Chile. (https://pasolibre.grecu.mx/malva-flores-una-carta-y-el-tiempo/).
Vuelvo para andar al contentillo algunas de las 596 páginas. Sorprendido por las revelaciones, por la puesta al día de asuntos ya conocidos, por la relectura de los tiempos de dichos escritores, por el encaje en la actualidad cuatroteista, por la grilla que alardea, por la mala y buena leche, por las andadas de las mafias de ayer y por las de hoy, añado esta mirada que encuentra datos, señales, episodios sobre el sector cultural.
Una duda de pronto es ¿en verdad los perros aludidos no comerán carne de esos perros? ¿calladitos se ven unidos?
Así las cosas, de entrada resalto el que Carlos Fuentes depositara su correspondencia con Octavio Paz en la Firestone Library de Princeton. Imaginar dicha operación financiera, es de morbo bancario. Claro, las finanzas de un autor son inaccesibles, así es. Pero con estos autores, al haber publicado en editoriales de gobierno, centralmente el Fondo de Cultura Económica, quizá sobrevivan en archivos números esclarecedores.
La rascadera la agruparé por páginas: de la 23 a la 87 en esta entrega. Entonces digo, bendita la industria editorial. Entre 1950 y buena parte de los años 80, los que fueron tan amigos nada registran de la radio o la televisión. Son periódicos, revistas, casas editoras, librerías, bibliotecas. Están en el régimen de lo impreso, donde las cartas son la médula. Vaya, ni siquiera el teléfono ocupa un rol protagónico: a la espera del cartero.
En estas primeras páginas aparecen parte de los protagonistas del libro: Fondo de Cultura Económica, Joaquín Mortiz, Revista Mexicana de Literatura, Revista Mexicana de Cultura, Revista Mito (Colombia), Cuadernos Americanos, el suplemento México en la Cultura, Revista Hoy (de José Pagés), revista Voz. Expresión de América (de Miguel Alemán Velasco), la Revista de la Universidad (UNAM), los periódicos Novedades y El Nacional, la colección Los Presentes, de Juan José Arreola.
Circula con modestia el cine: Paz en el Festival de Cannes, éxitos como Aventurera (Gout, 1950), Los Olvidados (Buñuel, 1950). El negocio de la música con RCA Victor y los inicios de XHTV Canal 4.
Algo que marcará el enorme trayecto ocupado por las dos puntas de la estrella son El Colegio Nacional, El Colegio de México y la Academia Mexicana de la Lengua.
Como los enterados saben y los que no ahí les va pues, resulta que los intelectuales pertenecieron al Servicio Exterior Mexicano. Sus quehaceres diplomáticos inundan las páginas de la crónica picante, provocadora, justiciera de Malva Flores.
Pesco que Octavio Paz, estando en París al servicio de la Embajada, se esmeró en conseguir la primera exposición individual de Rufino Tamayo en la Galérie Beaux-Arts (noviembre de 1950), cuyo catálogo contó con textos de Jean Cassou y André Breton.
En estas páginas que recorro, aparece el ilustre Fernando Gamboa, como subdirector del INBA y comisario de la Exposición de Arte Mexicano Antiguo y Moderno en París en 1952, quien enfrentó la polémica por un auténtico Chac mool que viajó a la capital francesa, dejando a su paso copiosas lluvias, milagro de los dioses prehispánicos…
El diplomático Paz en Tokio, cuenta la cronista, “luchaba contra los mosquitos en Japón, según le contó a (Alfonso) Reyes, iniciaba uno de sus calvarios. No le alcanzaba el sueldo, pues el costo de vida en Tokio era altísimo”.
Y las pachangas de los escritores bajo la denominación de Los Divinos, con reuniones “loquísimas”, según se cita a Alí Chumacero. “Algunos divinos formaron parte de los dibujos que Abel Quezada diseñó años después para el papel de envolver de la editorial de Díez-Canedo, Joaquín Mortiz”.
El marketing librero no lo inventó Gandhi.
Cierro este reporte espulgatorio con una sana costumbre de los protagonistas de esos años: “De la comida salían hacia alguna cantina o a la famosa casa de La Bandida, Graciela Olmos, quien regenteaba un burdel en Durango 247”.