Al fragor de la apertura comercial, del renovado neoliberalismo entre la agonía de un siglo e inicios del nuevo, tuvo un impulso entendible pero desproporcionado, insensato y hasta fantasmal, el emprendedurismo.
Apelar a la creatividad, inventar negocios, fabricar consumos, tipificar clientes, importar franquicias, meter en la sociedad la dinámica modernizadora de la economía tuvo consecuencias contrastantes, terribles.
El sector cultural fue uno de los más afectados por la fantasía de impulsar un mercado diverso, competitivo y original. Carente de una política económica para articular las capacidades del campo, el gobierno mexicano, no pocos estatales y municipales, se conformaron con dar migajas a los emprendedores y empresas culturales.
De igual manera, los grandes intereses empresariales mexicanos en el ámbito de los bienes y servicios culturales, se desmarcaron del proceso. A unos de estos tiburones les fue magnífico con la apertura modernizadora; otros sucumbieron ante la competencia y las fusiones.
Sin freno a la inercia destructiva, alimentada por un ineficaz manejo del gasto público en el sector cultural, como por una ausencia de política fiscal para el mismo, se llegó a las puertas de la denominada cuatroté en 2018.
Vino entonces la arremetida: un ajuste destructor del mentado paradigma, sin contraprestaciones al de por si precarizado mercado cultural, y con él, a sus millones de trabajadores.
Es por ello que estamos en una larga etapa de transición de la economía del sector cultural, cuyo puerto es impreciso. La tendencia es no alejarse del emprendedurismo, encararlo de manera original, distinta, sin apoyos oficiales y mediante una disputa feroz por los microconsumos.
Esto se traduce en la generación de miles de pequeños negocios o con facha de serlo, sobre todo en las personas físicas. Tal dispersión que suena a abundancia, tiene a su vez una salida de conjunto cuando varios de esos microemprendimientos se reúnen. Es decir, juntar sus afinidades, ofrecerlas en paquete y redistribuir sus potencialidades.
En esta dinámica advierto a Divulgaduría, hace unos días lanzada al mercado. En sus palabras “es una iniciativa que nace del interés de un grupo de profesionales de las humanidades, las ciencias sociales y las artes por acercar estas disciplinas a un público más amplio”.
A partir de este objetivo, se formó un colectivo con quienes cuentan con proyectos en plataformas digitales. Integrado por especialistas en arqueología, historia, historia del arte, literatura, antropología, economía, comunicación y diseño, buscan “impulsar un enfoque multidisciplinario”.
El catálogo de Divulgaduría se integra por Jesús Campos de Sensacional de Historia Mexicana e Intervención Histórica, fantasmólogo e historiador de crímenes e historias sensacionalistas; Libreta Negra MX, un espacio para cultivar memorias desde la historia y la arqueología, creado por Wendy Osorio, Omar Espinosa, Ivonne Ruiz y Daniel Salinas; Karla Ceceña, creadora y directora de Ciudad Literaria, proyecto de turismo literario para amantes de libros, ciudades y viajes; Culturatría, iniciativa de divulgación del lado económico y estadístico de la cultura, creado por los economistas Miroslava Martínez, Manuel Pérez y Carlos Pelestor; Antropóloga en Júpiter, proyecto de la antropóloga Jocelyn Sánchez que busca despertar el interés por la antropología social; Iván Garrido de Patli, etnohistoriador de las endemias, epidemias y pandemias; y Veka Duncan, historiadora del arte especializada en divulgación y gestión de proyectos culturales, con experiencia tanto en medios periodísticos como plataformas digitales.
Sus redes sociales son: Twitter @divulgaduria, Facebook /divulgaduria y TikTok @divulgaduria y el correo divulgaduria@gmail.com.
La suerte de consorcio se integra a una dinámica a la que le urgen modelos, apuestas y resultados que sean “tractores” para el sector cultural. Daremos cuenta, con los mejores augurios, de lo que suceda con Divulgaduría.