Sabemos que al sector cultural nacional, le corresponden sus expresiones en estados y municipios. La Cuenta Satélite de la Cultura del INEGI, relata el desempeño desde 2008; con ciertos criterios, las estadísticas son aplicables para intentar comprender lo que viven las entidades federativas.
Sin embargo, esas tendencias no dan la radiografía a detalle de los pulsos que integran el ser nacional. Es por ello que al realizar estudios de microeconomía –dicho en un paralelismo atrevido a la noción de microhistoria- algunos estados intentan amarres para conocer la situación de sus sectores culturales.
El historial es corto y causa estupor el retraso. Cada intento de penetración a las realidades sectoriales es topar con enormes dificultades de acceso a información.
Con lo anterior me refiero a los acervos que no aporta el INEGI o que, viniendo del instituto, plantean complejidades para su desagregación, a fin de intentar crear ejercicios de cuentas satélites de cultura en los estados. En este territorio considero la tarea de mapear las empresas culturales.
Es por tales ausencias, deficiencias y atrasos, que las políticas culturales estatales y municipales se dan sin elementos de investigación y planeación que sustenten su pertinencia.
Se vive una situación inercial, fruto de respuestas simbólicas más que de una noción de desarrollo. Es un acontecer, por décadas, sujeto a dinámicas administrativas volátiles y a criterios genéricos de las supuestas políticas económicas de cada entidad.
Ante este panorama, uno de los medios habituales de tomarle la medida al sector cultural es el ejercicio del gasto público. Me refiero a las derramas presupuestales que se disponen a través de secretarías, institutos o consejos de cultura. Para obtener estas cifras se recurre a los informes de los gobernadores o se solicita vía transparencia.
Numeralia chiapaneca
Por muchos años, en virtud de mis raíces familiares, he seguido de cerca el caso de Chiapas.
Por siempre se ha impuesto el dinamismo de la actividad artesanal en la producción cultural, seguida del patrimonio histórico y ambiental, luego el turismo cultural y finalmente las actividades vinculadas a la gastronomía.
Sabemos también por el Reporte de Donatarias Autorizadas correspondiente al año fiscal 2020, que Chiapas sumó 384 millones 410 mil pesos en donativos, de los cuales 230 millones 800 pesos fueron para donatarias asistenciales.
Para las donatarias de cultura se captó ¡7 millones 097 mil pesos! y para las ecológicas, por citar otro ejemplo por clasificación, fueron 12 millones 348 mil pesos.
El INEGI estimó que el Producto Interno Bruto del estado (PIBE) de Chiapas cayó (-)3.8% en el pandémico año 2020. Por sectores, según la clasificación del SCIAN, veamos los que más involucran actividades económicas de la cultura.
El 31-33 que da cabida, entre otras labores, a la producción artesanal, generó en el año 2020 19 mil 562 millones de pesos; el 72, donde entra lo turístico, 5 mil 333 millones de pesos; el 54 de actividades profesionales 2 mil 263 millones de pesos; el 51 de medios de comunicación y cultura digital mil 917 millones de pesos, en tanto que el sector 71 de servicios culturales y recreativos, dio apenas 365 millones de pesos.
A la par de estas cuentas, durante el gobierno de Manuel Velasco (2012-2018), el Consejo Estatal para la Cultura y las Artes ejerció 857 millones 743 mil pesos. En esta cifra no se consideran las aportaciones de programas federales, cuyo rastreo se ha convertido en una tarea imposible.
Fijemos la mirada en el año de cierre, 2018, en el cual se registró la derrama más baja del sexenio, con 113 millones 306 mil pesos. La más alta fue en 2015 con 176 millones 623 mil pesos.
De ese monto final del gobierno de Velasco, 82 millones 800 mil pesos se destinaron a Servicios Personales, es decir, salarios de los trabajadores del Consejo.
La tendencia es observable a lo largo del ciclo administrativo: la mayor parte del dinero, alrededor del 75% se aplicó a sostener el aparato, quedando muy poco para gastar en actividades culturales.
Al cierre del año 2021, el organismo cultural contó 424 empleados, todos de confianza, es decir, no tiene trabajadores de base. Y de ellos la mayoría son por contrato.
Al comparar los tres primeros años de Manuel Velasco con los del actual gobernador, Rutilio Escandón, entre 2013 y 2015 se ejercieron 458 millones 394 mil pesos; en tanto que de 2019 a 2021, han sido 251 millones, 105 mil pesos.
Se advierte la drástica reducción de 207 millones 289 mil pesos en el era cuatroteista chiapaneca.
También, comparativamente, el gasto en Servicios Personales subió de 78 millones 459 mil pesos en 2019, a 87 millones 304 mil pesos en 2021. Esto se traduce en una menor disponibilidad de fondos para promover actividades: en 2021 alcanzó alrededor de 15 millones de pesos.
De este vistazo se desprenden numerosos problemas, rezagos, paradojas, disparidades, puntos de atención en distintos renglones del sector cultural chiapaneco.
Lo absurdo, como contradictorio, se agudiza cuando se aprecia un municipio como San Cristóbal de Las Casas.
Se trata de un lugar, como pocos en el mapa nacional, con alta concentración de instituciones de educación superior y por ende de investigadores de variopinto catálogo. Igual, es sede de numerosas organizaciones de la sociedad civil.
Se dirá que es la realidad de siempre en Chiapas, como en la mayor parte de los estados de la federación: aparatos estatales enormes.
Luego, a pesar de acervos culturales de envidia, potentes, llenos de promesas, se carece tanto de liquidez financiera como de los mínimos diagnósticos para convertirlos en ejes de crecimiento económico.
Más dramática es la escasa influencia del trabajo académico en las decisiones de gobierno.
No se termina de entender la dimensión cultural del desarrollo, así de simple. Y en tiempos del llamado cuatroteismo, los sectores culturales experimentan la peor caída de su historia.
Lo que falta por ver.