Mahler me hace vivir y vibrar, me llama a las profundidades de la partitura en donde parece contarme una novela en la que me transformo en personaje, al tiempo que lector, para experimentar un viaje fantástico. (Pág. 102).
Los dos últimos capítulos, “Una pregunta, señor Mahler” y “Once pasos para interpretar a Mahler”, nos hacen volver al arrebato de la montaña rusa de Enrique Arturo Diemecke. Biografía con música de Mahler (Siglo XXI Editores, inicios de 2020), obra del poeta José Ángel Leyva, contada en primera persona.
(…) no logro aún reconocerme plenamente como un compositor, aunque lo sea. (Pág. 133).
El primero de ellos, con el subtítulo “Sueño de una conversación privada”, me parece el de mayor alcance prosístico en la obra. El encuentro entre el doctor Freud, Gustav Mahler y Enrique Arturo Diemecke (EAD), nos da acceso a la introspección que, en efecto, es una forma terapéutica en la que ambos concertadores se funden para reconocerse en sus individualidades. En estas páginas el autor Leyva ejerce un tejido fino, cuidadoso, para dar cauce a la catarata que lleva a Mahler-Diemecke a una expresión central en la biografía:
Cuando ya no exista el director, ganará presencia el autor… No quiero restar importancia a la dirección, por supuesto. (Pág. 228).
La “conversación privada” abre la puerta al último movimiento del libro, la salida de la montaña rusa. De los “Once pasos” aprenderemos a vivir con Mahler de una manera excepcional, guiados por esas manos que le han dedicado toda una vida, las de EAD.
De la Primera sinfonía:
(…) al estudiar la estructura y el significado de este poema sinfónico, que representó para Mahler el inicio de un largo desprecio a su trabajo como compositor; no así a su labor como director de orquesta y de ópera (…). (Pág. 242).
De la Segunda sinfonía:
Lo que más trabajo cuesta a la orquesta son los tres primeros movimientos porque la atención y la tensión están puestas en los instrumentos. (Pág. 250).
De la Tercera sinfonía, del primer movimiento:
Un ejemplo es que las cuerdas deben tocar con notas muy cortas, con golpe de arco para hacer más efectivo el efecto, apegado a la idea original. Hay que practicar mucho ese golpe de arco para mantenerse firme hasta el fin. Si los músicos no se sostienen comienza a desdibujase la interpretación en su conjunto. (Pág. 252).
De la Cuarta sinfonía:
Esta sinfonía cierra un ciclo musical (…) es la más breve y la de mayor ternura. (Págs. 254-255).
De la Quinta sinfonía:
La orquesta se muestra a sí misma como un instrumento virtuoso que nos transmite esa emoción de vitalidad. (Pág. 258).
De la Sexta sinfonía:
Es la pieza más dura. La he dirigido varias veces y cuando llego hacia el final de la obra, si no reservé la energía suficiente sufro porque los brazos me duelen del esfuerzo que demanda la interpretación. (Pág. 259).
De la Séptima sinfonía:
Desde el punto de vista técnico y por la energía que te demanda, es la sinfonía de Mahler más difícil para mí y para los músicos. (Pág. 259).
De la Octava Sinfonía:
Toda su experiencia y su energía creadora está concentrada en esta obra (…) He tocado la obra seis veces, dos en México, una en Colombia, dos en Argentina y la sexta en Flint. (Págs. 264-265).
De Canción de la Tierra:
Mis indicaciones a los flautistas con quienes he puesto la obra es que lo hagan más a la manera de la flauta Tai chi o flauta oriental, que evoque las culturas asiáticas. (Pág. 267).
De la Novena sinfonía:
En esta sinfonía son las cuerdas de nuevo las que deben tener mucha seguridad en la tonalidad que tocan y saber con precisión si la nota que sigue corresponde o no, pues Mahler usa armonías muy avanzadas que pueden ser malinterpretadas con facilidad. (Pág.270).
De la Décima sinfonía o Inconclusa:
Retoma del adagio de la novena y nos comunica igualmente una especie de acción donde se abre el testamento y nos muestra quién fue y cómo era él. Su testamento, su testimonio de sensaciones y sentimientos en esta vida. (Pág. 270).
Entonces, Arturo Enrique Diemecke culmina así su biografía:
Y a mí, al bajar las manos y guardar silencio, me parece escuchar con nitidez las palabras finales de Mahler: “Mi tiempo llegará…”. Su tiempo es nuestro. (Pág. 272).
EAD: desde Recoleta, Buenos Aires
-¿Podría decirnos si, en efecto, ha dicho en su libro lo que era central para integrar la obra? ¿No se le quedaron fuera asuntos que quizá eran fundamentales?
-Para este libro José Ángel y yo tuvimos muchas pláticas, y él hizo anotaciones de diferentes aspectos y cubrimos prácticamente todo lo que sería de interés sobre mi crecimiento, mis hogares, mi formación y desarrollo; estudios superiores, y mi vida profesional. La decisión de qué partes tomar y cómo armarlo fue de José Ángel para hacer una narrativa. Fue eligiendo cada momento para presentar esa línea de mi vida.
Está todo. Quizá faltará algún detalle pequeño, alguna anécdota, pero reitero que José Ángel organizó todo con una gran inteligencia, y es buen momento para recordar que es una biografía con música de Mahler, porque él se dio cuenta que dentro de mi vida y en mi discurso siempre aparecía el nombre de Mahler, y esa identificación con sus sinfonías, su música: mi vida estaba ligada de manera intrínseca a este autor.
Por eso además en el libro no sólo está el autor viviendo en mí, sino que también el lector puede acceder a una grabación que hicimos de la Sinfonía No. 1 Titán de Mahler, con la Sinfónica de Flint mediante la lectura de un Código QR. Así van a conocer de primera fuente quién es Mahler para mi desde una perspectiva enteramente musical, no literaria.
-¿Ha tenido ya reacciones o comentarios de sus colegas? ¿Le emociona o le teme a la crítica sobre la integración de la obra?
-No me molesta la crítica. Pero, particularmente tengo que ser sincero porque cuando me enfrenté a mí mismo en el libro, hubo cosas que me quitaron la tranquilidad. Yo crecí como artista y parte de mi obligación siempre fue tratar de tener conciencia de mi proceder y actuar como ejecutante en el escenario. Cómo estoy de ritmo, de afinación, ensamble, etc. Debía ser auto crítico, pero esto es distinto.
Con el libro estoy temeroso como siempre, pero puedo recibir la crítica por supuesto, le reitero. Recuerdo una anécdota de un músico joven que le preguntó a su padre al final de un concierto “¿cómo toqué hoy?” y la respuesta fue “sigue estudiando”. En este sentido, aunque logramos ya estar en el escenario nuestra labor deberá ser estudiar y crecer siempre. Este es mi debut y sobre todo me siento sumamente feliz y protegido por haber colaborado con el gran escritor José Ángel Leyva.
-¿Estima que una vez superada la pandemia, una obra como la que ha escrito, requerirá de un tiempo para luego en una nueva edición, dar testimonio de esta difícil experiencia planetaria?
-Me da tanta tristeza esta situación y no veo desgraciadamente una luz al final del túnel, pero desde luego que habrá que incluir un capítulo distinto ya que esta experiencia inédita en los últimos años nos ha hecho un hueco en el alma -y en el bolsillo- a todos los artistas que nos dedicamos a la música, la ópera y artes escénicas. Pero además está el factor sorpresa, porque nos agarró a todos desprevenidos, no sabíamos qué hacer y el tener que cancelar todo nos dejó impactados; una parte de nuestras vidas había sido arrebatada de golpe, y es esa que está vinculada a los escenarios.
Sin embargo, en lo personal este encierro paradójicamente me ha permitido encontrar una paz interior para reflexionar sobre mi propia vida, y recapitular. Ha sido valioso porque he recuperado tiempo para estudiar y dar nuevamente un justo valor a la música a través del análisis de las partituras, que en la vida cotidiana entre las carreras y los viajes, lo vamos relegando.
Regresando al libro, evidentemente que esto me cambió la vida, y la forma, el carácter y el anecdotario van a tener un tono distinto. Pero como le decía, no sabemos cómo sea el desenlace de esto porque en ciertos lugares en que se ha relajado la cuarentena ha habido rebrotes con gran fuerza, entonces ya no sé si el tema daría espacio para un capítulo, o todo un nuevo libro.
-¿Cómo ha enfrentado en estos meses su buen estado como director?
-He estado estudiando, trabajando partituras y repasando el repertorio que he tocado en los últimos años y otras obras que durante muchos años no había tenido oportunidad de ver. También me concentré en revisar todas las sinfonías de Gustav Mahler, aprovechando su 160 aniversario. Por ejemplo, en el caso de este compositor participé en un ciclo de conferencias a distancia que organizó la Sociedad Mahler sobre sus sinfonías, y yo estudiaba sistemáticamente cada obra lo cual me ayudó a compenetrarme de nuevo. Algo similar hice con las sinfonías de Beethoven pensando en sus 250 años, y me puse a reflexionar sobre muchas nuevas preguntas que surgieron de este estudio reciente. Así me puse a revisar interpretación y a recordar algunos conceptos e ideas que pudieran haber quedado por allí. Aproveché a poner los arcos a cada obra, revisando mis indicaciones y comparando y analizando distintas ediciones, pensando siempre en el momento en que podamos regresar.
También he participado en infinidad de conferencias, charlas y clases a distancia a lo largo del mundo dentro de las que destacan en Brasil para la Orquesta de Porto Alegre, sobre las sinfonías de Beethoven, y una clase magistral sobre la Sinfonía Coral para la Camerata Filarmónica de Indaiatuba. En México, una clase para directores con la Cátedra Eduardo Mata de la UNAM, y otra para cantantes en el Festival Internacional de Verano de Ópera de Morelia (ISOFOM); asimismo, una conferencia para la UACM con José Ángel Leyva, y para Colombia, una charla para la RTVC sobre las Sinfonías Nos. 5 y 8 de Mahler, entre otras.
Algo muy importante es que terminamos un libro sobre dirección de orquesta, programación de conciertos y gestión cultural, producto de un proyecto apoyado por el FONCA en años recientes.
Por último, he tenido actividades de programación y planeación con otras autoridades del Teatro Colón y del Gobierno de Buenos Aires. Reuniones con los cuerpos artísticos del Teatro bajo el concepto de “Actividades remotas” con el fin de estar juntos, aunque de manera virtual, y poder enfrentar como músicos y atrilistas esta terrible situación de encierro y cuidar la mente, nuestro cuerpo, los instrumentos musicales para poder actuar de manera inmediata a nuestro regreso.
-¿Qué opinión en general le merecen las medidas y acciones que se han tomado para las salas de concierto y los grupos orquestales?
-Ha habido medidas distintas dependiendo de cada lugar, pero lo que es un hecho es que todo cerró. El clausurar los teatros y posponer temporadas fue lo primero que observamos en Europa donde surgió primeramente la pandemia, y muy pronto acá en Argentina se decretó a mediados de marzo la medida conocida como el “Aislamiento social preventivo y obligatorio” por parte del Gobierno de la Nación, por lo que de manera inmediata tuvimos que cancelar todas las actividades del Teatro Colón. Desgraciadamente estábamos a un día del estreno de la primera producción y ya no se pudo lograr, porque primero es la salud de público, artistas y técnicos. Particularmente en el Colón la afectación es enorme porque al no tener público, buena parte de los ingresos del Colón que es por la venta de abonos e ingresos autogenerados a lo largo del año, se pierde. Los artistas locales e invitados vieron esfumarse irremediablemente sus esfuerzos e ingresos, asimismo una fuente importante de promoción del Teatro que son las visitas guiadas para turistas, se tuvieron que cancelar.
-¿Qué planes tiene para lo que resta del año y qué es posible ver en su agenda en el 2021?
-Por el momento en el Teatro Colón estamos a la expectativa del desarrollo o atenuación de la pandemia para saber en qué momento y bajo qué medidas podríamos regresar al escenario. Para el 2021, estamos igual, a la espera de cuáles son los protocolos de sanidad para ejercer un plan de acuerdo a las características de los tiempos. Lo mismo contemplo con mi orquesta de Michigan, Estados Unidos, y algunas invitaciones a orquestas en Europa y el resto de Latinoamérica.
El desafío del autor José Ángel Leyva
Entre las obras de Leyva se encuentran Lectura y futuro y El mezcal de Durango, un trago de luz y paciencia. Es responsable de Publicaciones de la UACM y director-fundador editorial de la revista literaria La Otra.
-¿Puede dar algunos detalles de por qué un director como Diemecke hace coautoría con usted? Normalmente los que deciden escribir sus biografías, lo hacen sin una clara intervención de un coautor. Al menos en este formato es inusual.
-Benito Alcocer, su representante, me propuso el proyecto. Al principio tuve dudas justamente por tratarse de un artista vivo, aunque admirable y a quien conocía y me conocía. Diemecke había leído dos obras mías determinantes, supongo, en su deseo de ser representado en mi escritura: La noche del jabalí, una novela donde la oralidad y la presencia de personajes vivos e identificados por sus nombres reales es parte del sentido, pero que es de inicio a fin una ficción. El naranjo en flor. Homenaje a los Revueltas, era la otra obra que él había leído. Pablo Espinosa en su momento la definió como un reportaje mural y gira en torno a esa gran familia de talentos mexicanos. Él, Diemecke, no deseaba hacer una autobiografía, pues no es escritor ni pretende intentarlo. No es coautoría, es mi autoría, pero la fuente de información, el personaje y el objetivo de la obra es Enrique Arturo Diemecke.
Decidí escribir esa historia cuando comenzamos a hablar un día sobre el lenguaje musical como forma de entender la vida. Allí me enganché porque es una razón semejante a la del poeta con la palabra, con el lenguaje escrito.
-¿No se siente de más comprometido con el resultado obtenido? Si bien la voz cantante es del maestro, uno piensa que se convirtió, para bien o para mal, en un filtro, en un ayudador diré, demasiado público.
-Si se reconoce la voz del personaje, vivo, activo, en mi escritura, el objetivo literario está logrado. Por eso elegí la primera persona, decidí correr un riesgo mayúsculo. Si lo hubiese escrito en tercera persona se hubiese convertido en una farsa, tediosa, inverosímil y talachera. La primera persona es la más íntima, la más lírica, la más cercana a la poesía y la más comprometedora. De allí que al inicio advierto al lector que lo que lee es lo que un poeta, un fingidor, según Pessoa, finge fingir que siente. No es un dictado, no es una transcripción, es una recreación de la voz y las vivencias de una persona que en mi escritura se transforma en mi personaje, en mis propios sentimientos. El periodismo hace su labor con la literatura. El capítulo 10, por ejemplo, es un sueño ficticio que nos adentra en la biografía y el mundo emocional de Mahler.
Por eso no es una autobiografía, sino una biografía con música de Mahler, o una biografía novelada. Un amigo catalán dice que podría ser novela, pero le falta maldad, no malicia.
-¿Qué significa este libro para usted en el contexto de su obra y trayectoria como escritor?
Como le dije antes, ya existen esos libros donde la oralidad se hace presente como recurso narrativo. De hecho a menudo en La Jornada aparecen textos que tienen un tratamiento semejante y que llamo RetLatos, una mezcla de retratos hablados y relatos. Eso mismo sería el resultado de Diemecke, un retrato literaturizado.
Este libro es parte de una trayectoria donde el lenguaje transversal se mueve libremente. No siempre estoy escribiendo poesía, por eso practico el periodismo cultural, hago relatos, crónicas, ensayo, novela. Por último diría que no hago biografías por encargo, en el caso de Diemecke se dio la magia del personaje con el autor, donde a la vez el personaje es la voz que habla en una escritura ajena. Es uno de los libros que más he disfrutado escribir, que más placer me ha generado, donde en efecto, la maldad estaba ausente. Diemecke es un gran artista, un director de fama internacional, un mexicano ejemplar y un personaje de la vida real y, desde este libro, un personaje literario.