Cleofe: los mensajes de una karateca (3) Sabores del origen

Canal de Panamá (acrílico sobre tela, 2015), pintura de George Wirth (Panamá, 1973). (Imagen tomada de artelista.com)

 

“Aunque no lo creas, perro-dista, soy buena lectora, aprendí a escribir correctamente. Tengo capacidad de liderazgo para enfrentar grupos, de esas ondas del don de mando que generan fe ciega y por ello se saca buena raja”.

Además, me escribe, “salí bien ducha para cocinar: lástima que sólo podrás enterarte, ya que jamás probarás mis delicias”.

Ay, Cleofe, así son los asuntos de la llamada cultura digital. Recibo tus mensajes, no pocos son andanadas de significados por descifrar. No tengo duda de tu formación lectora.

Buen revire a lo dicho por mí en la anterior entrega: si no pido asilo, no hay derecho a paladear tus destrezas culinarias.

Hablas de lo que eres a partir del origen. Se trata de tus padres.

“Él tenía una tienda de los llamados de ultramarinos, en el Centro Histórico de la Ciudad de México.

“Desde chavito aprendió a moverse en el negocio, ya que su padre, que vino de Panamá, al lado de su hermano, como migrantes, con mucho esfuerzo se las arreglaron. Huyeron de la pobreza centroamericana, del yanquismo atroz, cargando una estela de herencia española del siglo XIX”.

Cleofe refiere a nuestro entonces Distrito Federal como “la asamblea de naciones”. Narra lo increíble de la convivencia de gente de muchos países en unas cuantas calles, en esos años posteriores al exilio español y a la Segunda Guerra Mundial.

“Mi madre me contó cualquier cantidad de historias… Ella había llegado de Belice. Sus padres lograron colocarse como cocineros en uno de los restaurantes chinos, ya que en los de españoles era peleadísimo. Es así como en la ida y venida por los productos, conoció a papá”.

Cosas de la vida, Cleofe. A mis años que, creo, son ampliamente distantes de los tuyos, no recuerdo haber sido conquistado por una musa con la sabrosura de unos huauzontles, ni conocer caso a mi alrededor. Me conmueve la imagen: un hombre rendido ante unos langostinos en salsa de coco.

“Dar de comer… Ese joven que se convertiría en mi papá, cayó rendido. El amor entra por la boca hasta tocar la cola de la garganta ¿no, bloguero de primera? Es una lección bien aprendida de mi madre. Artes de la alimentación abren corazones y agitan músculos, acicatean entendederas y ponen de pechito a la presa que se come sin agotarse”.

Amores sostenidos plenamente por los sabores. Supongo que los matrimonios así consumados viven en las mayores de las armonías, me atrevo a explorar.

Te digo, panabeliceña nacida en la otrora Tenochtitlan, que acá se vivió en el otro extremo: mis progenitores nunca fueron fijados con eso de cocinar y comer. Si otros lo hacían, a toda dar, un gustazo. Pero por mano propia, nel mi coronela y generala.

Que si infancia, tienda y cocina es destino, a Cleofe hay que remitirse. “De ahí venimos las hermanas y el hermano. Bueno, él es un tragón, nada más, un extraordinario sastre. Nosotras unas verdaderas geishas, dicho en definición honrosa, de una Mesoamérica plus del siglo XX”.

Triple nacionalidad, vaya qué variedad de cunas. Y tres pasaportes, para elegir según las situaciones. “Ha sido un permanente conflicto ponerme a favor de uno u otro país cuando de andar de viajera se trata. Según el destino, el pasaporte”.

Con estos orígenes, Cleofe explica la firmeza de su persona, su carácter y del proceder a lo largo de sus numerosos lustros. “Cultura del esfuerzo, dice el clásico. Visión y Misión, dicen los expertos en empresas. Diré: cuna y figura, hasta la sepultura”.

 

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