Tantos asuntos del pasado que vienen al dedillo en México. La novela, de Pedro Ángel Palou (Planeta, 2022). Cuando extraemos las citas alumbran las constancias de los siglos citadinos: ciudad de inundaciones, terremotos, epidemias y eclipses que causan pánicos.Territorio de cometas que surcan supersticiones, de sequías, de trifulcas ciudadanas, de vida cultural, de comercio de bienes y servicios culturales, de oficios resistentes al tiempo, de violencia y discriminación.
“(…) que el agua fuera el peor enemigo de la ciudad”.
La fórmula del paraíso y el infierno llamada puramente hache dos o: “¿Cómo controlar a tanta gente que necesita agua? (…) todo el comercio de la ciudad y los grandes traslados se hacían por agua”.
Vaticinios y azotes: “Lleva su excelencia razón, un día esta ciudad amanecerá sepultada por las ruinas o por el agua”.
Líquido vital que no apagaba los fuegos del cielo supremo, sentencias eclesiásticas para sacar provechos: “El tribunal del Santo Oficio quemará en la hoguera a trece judíos ya sentenciados. Nadie desea perderse el espectáculo (…) Algunos comerciantes vendían caramelos y otras viandas. En la esquina de la plaza una india ofrecía también champurrado y chocolate caliente”.
Por fortuna, en la capital de la Nueva España cabe de todo, ayer como hoy. En una taberna se pasa la vida “con sus guitarras y arpas”.
Tanto como en 1540: “Los burdeles también hacían un buen negocio. Muchos de ellos llenos de niñas indias”.
Al relatar el detalle, sentencia el narrador: “Por las tardes de domingo se iba a la calle de Mesones, a buscar algún placer accesible, afuera de los portales de las casas de amor barato. Una rama de árbol colgada de la entrada para que no hubiese duda del género que allí se practicaba (…) A él le gustaba ayuntar con una a la que apodaban la Chinche”.
En gustos se sacan ronchas.
El cosmopolitismo irrumpe en el cronicar de los personajes de Pedro Ángel Palou: “Los había de toda ralea: indios, mestizos, negros, mulatos, pero también chinos, lobos, zambo prieto, zarambullos, saltapatrás, todas las castas congregadas como a la puerta del infierno”.
De ese grupo hay tareas que no son suyas: “Leonardo sí reconoce la misión de su señor, rescatar el archivo, la memoria, el recuerdo. Lo único que deja constancia de nuestra presencia en la Tierra”.
Como de este terruño del ser nacional a la fecha son ciertas bebidas “endémicas” (levante la mano quien recientemente lo haya bebido hasta la borrachera): “O habrá sido quizá el maldito, detestable y pernicioso pulque que beben en demasía y provoca la sodomía, el incesto, los robos, sacrilegios y otras abominaciones mucho mayores”.
Además, el chinguirito, bebida “venenosa y mortal”.
“No es la muerte, sino la enfermedad, la verdadera igualadora”, agrega el hacedor de la novela para dejar constancia de esos años de dominio español. Es la etapa en la que “Además eran activos promoviendo celebraciones religiosas y proyectos filantrópicos para la comunidad”.
Sí, pues, mecenas siempre ha habido.
Pero en los muchos negocios que asoman en México. La novela, de Pedro Ángel Palou, nada como el trazo sorprendente de un sabroso a la vez que privilegiado quehacer: “La familia Landero era muy conocida en la calle Tacuba por su pequeña y hermosa panadería La Piedad”.
Estas páginas de donde cito para este recuento huelen a pan blanco fino, pan floreado alecciona el autor poblano; “a pambazos -panes bajos, a la letra- “, a piezas marcadas con la insignia registrada de la casa, ya que era pena severa de vender pan sin marca.
Para que lo tengan presente los duchos abogados del segundo decenio del siglo XXI.
Delicioso remate: “Los Landero tenían permiso de hacer pan de sal, pero no de dulce, pues eso estaba reservado para los bizcocheros”, los cuales son ausentes en cuerpo y alma en las páginas de México.
Todavía no sentaba sus reales ni el día, ni el pan de muerto, pero en el arte pictórico una labor era demandada: “Manuel, conmovido, había hecho traer a un pintor para que retratara a su hija. Quería plasmarla así, en su tránsito al más allá, para siempre. Vestida de blanco, coronada de flores. La muerte niña era un género en boga”.
Tantos pintores mexicanos que siguieron la escuela.
Como es costumbre un singular registro plástico de la hoy llamada cultura popular: “Cuautle mandó pintar seis exvotos en agradecimiento por los favores recibidos”.
Querido lector: Ten presente que estas entregas forman un serial. Por lo mismo no puedo repetir cierta información en cada una. La tienes a mano en este blog si sigues el orden.