Cleofe: los mensajes de una karateca (2) La tierra es de quien la trabaja

El velo de Maya (1996, óleo sobre loneta) de Daniel Lezama. (Imagen cortesía del autor).

 

Deambulo en su campo de batalla. “No te asustes”, mensajea. Es mi guía “por el reguero de cadáveres y de sobrevivientes” que lo habitan. “Normal en cualquier vida ¿no?”.

Cleofe dice ser de precisión glaciar: “Tantos años de dedicarme a enseñar y aprender de las múltiples maneras de dar golpes, con tan variadas consecuencias, te hacen no perder la firmeza del timón”.

Hubo un tiempo, relata, en que apostó por ser a la inversa: “Verás, ser cálida, de barco en vela al viento, con prácticas espirituales, ser para decantar la pureza de las energías del mundo, de evocar paisajes de nobleza, de ser vehículo para las divinidades. De hacer de mi cuerpo un lugar donde los dioses, llamados hombres, abrevaran para derramar la paz”.

Su vientre, un oasis que arrojó dos hijos, añade, “que, en todo el tramo del quehacer maternal casi equiparable al paternal, ha sido mérito exclusivamente mío”.

“En la edad que curso”, cuenta Cleofe, “soy una guerrera que deambula por su territorio que jamás será conquistado. Sólo a mi muerte podrán entrar a galope los que se creerán triunfantes. Más de uno piensa que me rendiré por la vejez. Nunca”.

Me escribe que es vital que vea esos cadáveres, a esos seres “que hicieron frente conmigo y desafortunadamente murieron, por mi causa, por mis banderas, al antojo de mis directrices. Cierto, a otros los maté para sostenerlos en vida: de esos actos de soberbia que engrandecen”.

Luego, “allá andan los que me rodean luciendo las cicatrices de las luchas. No deja de conmoverme la resignación con la que persisten en venerar mis ceremoniales. Ignoro por qué he sido tan proclive a atraer servidumbre”.

“Así es, señor bloguero, este paseo al que te inscribes es al lado de una generala que, como yoguini consagrada que también es, evalúa la soldadera de que dispone para sostenerse en la guerra”.

Fallecidos, muertos vivos, seres cicatrizados, infantería hambrienta, carne de cañón, afanadores de artefactos bélicos, juglares de la tropa, agentes secretos. “En mis dominios los leales se cuentan por los servicios requeridos. Todos y todas son piezas de una estrategia de dominación y resistencia. El único, ante el cual soy vulnerable, es uno de mis entrañas. Más adelante te revelaré el quien y el por qué”.

“No me siento tan mal por haber ejercido en mi patria-matria una democracia verticalmente impecable”, remata Cleofe.

La combinación de sus encantos aseguró tal éxito.

“Dicho con el arrojo de la vanidad posible ante ti; es fenomenal la captura que puede lograr la inteligencia aunada a un artilugio muscular de suma contundencia. Es siempre sorprendente en cada cita: introducirlo, devorarlo, en un potente sube y baja, esas sentadillas que exigen tanto a las rodillas son magistrales, todos derrotados, siempre vencedora, son tragados por el placer”.

– “¿Y cómo es tu campo de batalla, imperfecto “hueso” de mesa de redacción?” suelta Cleofe con toda malicia.

Y respondo: te digo algo puntual, Cleofe, pues el pacto es no intervenir como narrador, el espacio de este blog es para tus periplos.

Así como lo cuentas, bien podría ser parte de los pobladores de tu terreno campal, encajo a la perfección en el perfil de tus creyentes.

Pero soy parte de un frente sin destino, es decir, no ostento el rango de general de un territorio propio, ni gozo de grado militar alguno. Tropa al fin, soldadesca.

Ocurre que hace lustros fui expulsado del cuartel al que pertenecía. Fue malinterpretado un acto de justa rebeldía. Una dureza infame se aplicó. Desde entonces recorro la tierra rogando topar con una mina y volar en mil pedazos.

Ya ves, aquí sigo y me convierto felizmente en vehículo de tu retrato mensajeado, sin asomo de hacer lo que hago para pedirte asilo.

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