América Latina y el Caribe;
la pachanga de los números

Del conjunto de infografías que contiene Economía creativa en América Latina y el Caribe. Mediciones y desafíos (BID, 2018), sin duda esta es la más dramática

 

Su labor como parte del grupo de expertos de la Unesco, además de su amplia tarea como consultor, llevó al cubano Lázaro Israel Rodríguez Oliva a lanzar en agosto de 2018 el mapeo Economía creativa en América Latina y el Caribe. Mediciones y desafíos, apoyado en la coordinación por Alejandra Luzardo y puesto en circulación por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) a través de la División de Asuntos Culturales, de Solidaridad y Creatividad.

Al facilitar este compendio que reúne información de 24 de los 26 países prestarios del BID, y sin incluir a Estados Unidos que es la potencia de la economía creativa, Lázaro pondera que, pese a muchos esfuerzos de cooperación internacional, sigue siendo un enorme pendiente el conocimiento actualizado de las economías creativas del orbe y su peso en las economías locales.

Entre una de las causas de este vacío, agregamos nosotros, se cuenta la natural diferencia metodológica de los sistemas de cuentas nacionales y en ellos, la manera en que se contabiliza la aportación del sector cultural al Producto Interno Bruto (PIB).

Por más que se le busque, aún con los esfuerzos de la Unesco, la comparabildad a partir de los datos disponibles se antoja inalcanzable, como tampoco se podrá lograr que todas las naciones construyan cuentas satélites de cultura o instrumentos similares.

Es por ello que frente a las crisis de todos los sectores culturales del mundo por culpa del coronavirus, el mapeo de Lázaro (a quien apreciamos tanto por su costado mexicano) tiene una enorme utilidad para nuestra región. Una importancia valorable por la posibilidad de convergencia de algunos intereses que puedan alentar los mercados creativos de cara a la pospandemia, dicho esto a riesgo de ser calificado como ingenuo.

 

Pisando el suelo de las economías creativas de 24 de los 26 países prestarios del BID

 

No es nuevo insistir en un mercado común de bienes y servicios culturales para América Latina y el Caribe, como una alternativa para alcanzar el desarrollo sostenible (no olvidamos lo que significó en cierto momento el Mercosur). Hace años el cuento. Pero ahora convendría relanzarlo al menos como insumo de discusión de cara a la compleja ruta pospandémica, a las reorientaciones que se animan para la Agenda 2030 y por ser 2021 el Año Internacional de la Economía Creativa para Desarrollo Sostenible.

Lo que Lázaro hizo en el mapeo -que valdría la pena catapultar con algunas acotaciones tras dos años y medio de su edición- fue reunir la numeralia central de los sectores creativos y culturales (algún día se acabará esta absurda dicotomía). Lo hace a pesar de la complejidad que impone que unas naciones tengan cifras más actualizadas que otras, como por la disparidad conceptual con que se trata el asunto estadístico.

En el mapeo se explica el papel del BID en esta tarea, se abunda en los diferentes esfuerzos de la Unesco, la CEPAL, el Convenio Andrés Bello y la Organización de Estados Iberoamericanos, así como como se brindan algunas recomendaciones, entre ellas “generar un marco teórico único que vincule la economía creativa al desarrollo sostenible y que sea aplicable y comparable. La Agenda 2030 está siendo el referente internacional para la interlocución en la financiación al desarrollo y podría generar un lenguaje común”.

La publicación nos permite ver en unas cuántas páginas números básicos del universo prestario del BID (con excepción de Guyana y Haití), como el PIB cultural y la variedad de maneras en que se determina, los puestos de trabajo ocupados, el peso de las principales actividades económicas por subsector, el monto de las importaciones y exportaciones de servicios y bienes culturales y el número de empresas.

Del conjunto, citemos que el país con mayor aporte al PIB de su sector creativo es Jamaica, con 5.2% (al año 2005) y el que menos alcanza es Uruguay con 0.63% basado en las industrias creativas.

 

Aunque las cifras datan de 2005, nos acercan a una realidad escasamente conocida del país caribeño.

 

El caso de Venezuela es como aparece en la gráfica.

Es relevante la vitalidad de Ecuador con 4.76% de contribución del sector cultural al PIB a 2010, el de Guatemala con un 3.05% a 2005 (sin contar la “economía sombra”), y de Colombia con 3.21% de Valor Agregado del total del campo cultural al año 2016.

Otros ejemplos son: Argentina pondera 2.5% del “peso del sector cultural sobre el total de la economía” a 2016, Brasil 2.64% de aporte al PIB de las industrias creativas también al año 2016; Chile el 2.2% al año de 2013 de su sector creativo al PIB; Costa Rica con 2.2% de la cultura al PIB nacional a 2012 y Bolivia con 1.9% del Valor Agregado Bruto del sector cultural al PIB a 2007.

De México se cita el aporte al PIB del 3.3% a 2016, según la Cuenta Satélite de la Cultura.

Y si bien no se da cuenta del caso de Estados Unidos, que ahora preside el BID, a través del INEGI sabemos que al año 2017 se fijó en 4.5% del PIB, concentrando California la mayor parte de los miles de millones de dólares que genera la creatividad norteamericana.

En efecto, podrán sentirse confundidos ante esta mínima forma de contarles lo que trajo a cuento Lázaro Israel Rodríguez Oliva en agosto de 2018. Les invito a que descarguen el mapeo y vean en su totalidad las infografías. Así podrán valorar el tamaño del desafío que implica hacer accesibles las entrañas de la economía creativa si, en verdad, se desea que un día sea de importancia capital para el desarrollo sostenible al menos de América Latina y el Caribe.

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