-Con Errehache, Lalito -soltó un tiempo antes de llegar a Bogotá, Rafael Ramírez Heredia.
“R.H.” Moreno Durán, Rafael Humberto. Así llegamos en algún mes de 2002, al escritor colombiano nacido en Tunja el 8 de noviembre de 1946. Vinieron entonces numerosos encuentros familiares al lado de su esposa Mónica Sarmiento Duque, comunicóloga, y del pequeño Alejandro, en estos días ya un Abogado.
R.H. de aquí para allá. Abrazadoras sus conversaciones. Si algo unió a los rafaeles, fue su enorme capacidad de contar cualquier cantidad de historias. Poseedores de una dicción excepcional, dueños de un vozarrón de locutores, uno quedaba atónito, cautivado con el fluir de un lenguaje que acompañaban de sus dotes escénicos surgidos desde sus cuerpos compactos.
Pero R.H. en mucho imprimía las diferencias: un verdadero maestro de la ironía, un relojero del aforismo, un escultor de la sentencia, el literato de sobrada elegancia para construir narrativa con los andamios de la erudición. Dueño de una obra profusa en novela, cuento, relato y ensayo que se remonta a finales de los años 70, apenas pude desentrañarla en esos tiempos compartidos en Bogotá.
Inmerso en los quehaceres diplomáticos, a finales de 2003 nos obsequió Donde las paralelas se encuentran (Alfaguara). Un tomo de 579 páginas con dos de sus novelas: Los felinos del Canciller y El Caballero de La Invicta. Poco antes me había hecho de Pandora, un impresionante catálogo de biografías, estampas y retratos de personajes femeninos.
¿Acaso la alegoría más válida de la Carrera no describía a la diplomacia como a una inmensa y gorda matrona, ceñida de laurel y que sensatamente pisoteaba las armas de la discordia? (Pág. 19).
¿Cómo habrá sobrevivido el abuelo o papá mismo a tanta burocracia de lentejuelas? (Pág. 121).
Él contestaba entonces que ése, precisamente, era el mejor aprendizaje de la carrera diplomática, pues la habilidad en el salón y en la alcoba son la mejor garantía de la empresa pública. (Pág. 172).
Lo que para todos era ir al retrete, al water closet o al excusado, para Lesley-Anne era simplemente ir al inodoro, aunque cuando ella hacía uso del inodoro éste se rebelaba contra tal nombre y se volvía lo contrario, por lo que una vez más la realidad y las miserias del cuerpo desmentían los oropeles del lenguaje. (Pág. 215).
(…) ¿acaso un embajador no es un viejo (prébys) que se hace el de la vista gorda (prébyta) o, lo que es lo mismo, el que ve mucho y simula no ver nada? (Pág. 255).
¿Cómo nace una tempestad? Como la gloria, como el mundo: de la nada. (Pág. 299).
(…) pese a su indiferencia por esta cosas, que a la larga ningún hombre le cae mal echar de vez en cuando un efímero. Qué eufemismo más hermoso y preciso para referirse al coito. (Pág. 336).
Ponerse al corriente
Nosotros tuvimos que dejar Colombia en julio de 2005, es decir, cuatro meses antes de la muerte de R.H. Pudimos acompañarle desde el momento en que fue enterado del cáncer que le quitó la vida.
Después de tantos años, si bien conectados de una u otra manera, le pedí a Mónica Sarmiento Duque nos pusiera al corriente de los asuntos de Rafael Humberto. Estas son sus palabras.
“A la muerte de los escritores muchas veces le sigue un purgatorio, un periodo en que los lectores toman perspectiva sobre un autor que ya no estará para defender sus libros, pues serán estos los que tendrán que hacerlo por su cuenta. Creo que la obra de R.H. ha superado esa prueba y hay varios hechos que lo demuestran: el interés por traducir y reeditar sus novelas y ensayos, y las iniciativas para rescatar de su archivo trabajos inéditos. Él se esforzó siempre por entablar un diálogo crítico alrededor de las literaturas del continente e incluso de Europa, no solo con sus libros de ensayo, también con proyectos periodísticos como la sección la Esquina del cuento en el periódico El Espectador o el programa televisivo Palabra Mayor, con los que divulgó la obra de muchos de sus colegas de los que no se tenía noticia en Colombia, salvo en círculos especializados o académicos. Eso es algo que el sector cultural echa en falta y reclama, pero que todavía puede ser continuado hasta cierto punto con muchos documentos pulidos y casi terminados de su archivo.
“En 2006, pocos meses después de su muerte, se publicó Desnuda sobre mi cabra, una novela de juventud de la que dejó definido cada detalle, sólo le faltó ver la portada; y en 2016 apareció El hombre que soñaba películas en blanco y negro, una especulación sobre una visita de Orson Welles a Bogotá en 1942, cuando la ciudad estaba llena de espías alemanes y aliados. Ambas fueron publicadas bajo el sello Alfaguara, que fue su casa durante los últimos años. También en 2016 se volvió a editar una última versión de De la barbarie a la imaginación, cuarenta años después de su primera publicación en Barcelona. Queda todavía en remojo El legionario y otros cuentos, una colección de relatos unidos por el tema común de la guerra. De su archivo, como he mencionado, podrán salir nuevos libros, y ya está prácticamente acabado un volumen de aforismos, género que siempre le interesó mucho.
“Para el próximo año se tiene preparada una reedición de El caballero de La Invicta, que tiene lugar una Bogotá apocalíptica y con Metro (lo que ya es hablar mucho de su carácter profético, pues hasta este año empezarán las obras para que la ciudad cuente con uno, casi treinta años después de que él lo escribiera). Además, es muy posible que salga la traducción de Camus, la conexión africana al francés, cuya historia previa parece una novela escrita por el propio R.H.
-¿Qué ha sido de los distintos acervos de su archivo?
-Su biblioteca es nutrida y eso que no representa la totalidad de los libros que tuvo en su poder por los cambios de residencia. Cuando vivió en Barcelona dejó una importante colección de tesoros que nunca recuperó. Nuestro hijo Alejandro reprodujo la forma en que él organizó sus libros más entrañables para lo cual se valió de fotos y notas antes del traslado a nuestra nueva casa. En cuanto a los archivos se encuentran muchos textos de conferencias, ensayos, manuscritos de sus obras y una joya impresionante que son los cuadernos en los cuales hay maravillosos textos, reflexiones, notas estilo diario, reseñas sobre lecturas de muchos años, que hoy son objeto de estudio por parte de los estudiantes de Literatura de la Universidad de los Andes bajo la dirección del profesor Jerónimo Pizarro. Se puede visitar la página web que crearon ellos que reúne todo este trabajo maravilloso realizado desde el 2013 https://augustasilaba.uniandes.edu.co/
-¿Cuál es tu valoración de las diferentes aristas de la promoción, crítica y permanencia del legado literario de Rafael Humberto?
-Me alegro enormemente de que jóvenes estudiantes de letras conozcan la obra de RH y se hayan lanzado a la aventura de convertir sus archivos a un modo digital, algo que contrasta con lo que fue su estilo de trabajo, siempre en máquina de escribir o de su puño y letra. Un hombre que jamás usó el internet como modo de consulta y que fue un lector apasionado y disciplinado. Su grafía resulta desafiante para su conversión a caracteres, debido al uso máximo que le daba al papel y a las anotaciones sobre sus relecturas de sus propias anotaciones. El proyecto R.H. Digital de la Universidad de los Andes resulta entrañable y ha sido grato recibir la visita de muchachos curiosos por esos mundos laberínticos que suelen tener los autores e intentar convertirlos a un lenguaje moderno que permite ampliar el alcance de su obra. R.H fue siempre un autor de minorías, de grupos muy pequeños de lectores interesados en leer con calma sus piezas tanto literarias en diversos géneros como los ensayos de gran factura. Me imagino que para ellos resulta muy interesante descubrir un gran autor que hasta llegar a sus clases podría ser un desconocido.
“Desde la academia con este proyecto de la Universidad de los Andes, efectivamente R.H. permanece vigente. Considero que la promoción editorial se centra generalmente en novedades, pero no ha sido especialmente generosa con un autor de la talla de RH. No obstante, se encuentran en proyecto de reedición varias obras que saldrán probablemente en el 2021.
“Existen personas que a lo largo de estos años han recuperado textos, han promovido traducciones como la de Mambrú al coreano o un proyecto en salmuera que es una versión al francés de una de sus obras de ficción. También hay tesis de maestría y de doctorados que se han desarrollado de manera póstuma. Profesoras como la poeta Luz Mary Giraldo siempre ha sido gran promotora del legado de R.H. a quién ella leyó por primera vez en la década de los 80 gracias a unas fotocopias, pues en aquél entonces era más conocido en Barcelona donde vivió 15 años, que en Colombia, su propio país.
“Su ausencia en librerías y la falta de promoción de sus editores contrasta con su enorme importancia como autor no solo de ficción, si no como gran ensayista y crítico. Leer a R.H. es un ejercicio demandante intelectualmente, no tantas personas están dispuestas a abordarlo, lo que me llena de satisfacción es saber que quién lo hace queda atrapado en la magia de su ambigüedad, sus finales abiertos y su vasta cultura. Detrás de cada frase suya hay muchas horas de lectura y estudio”.
Sonó el teléfono un sábado o domingo por la tarde. Cada llamada de R.H. era un disfrute. Cada inicio de conversación intentaba en vano hacerme de gracia y elocuencia, de ponerme a tú por tú con semejante Titán, antes de que me rindiera a sus palabras. Aquí en mis adentros yace el eco interminable de ese instante.
-Eduardo, me han dicho que tengo cáncer.