Instantáneas con Víctor Flores Olea

Una reunión en Monterrey, en 1991. De derecha a izquierda, Víctor Flores Olea, Sócrates Rizzo, Andrés Valencia y Alejandro Ordorica. (Fotografía, archivo del autor).

 

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Nada más. Testigo circunstancial. Martín Reyes Vayssade era el subsecretario de Cultura. Alejandro Ordorica el director general del Programa Cultural de las Fronteras (PCF). “Martinovich” el tercero en la cartera de la Casa del Marqués del Apartado (abrió Juan José Bremer, siguió Leonel Durán). Bellísima oficina. Tres subsecretarios se despacharía el mandatario Miguel de la Madrid. Tras el agite de las campañas presidenciales, del cierre multitudinario de Cuauhtémoc Cárdenas a unos pasos de nuestras oficinas, tras la caída del sistema electoral, ahí viene Salinas de Gortari. Que lo hace con Víctor Flores Olea (VFO): ahí veo en el majestuoso despacho al saliente y al entrante, apenas un suspiro de ceremonia de cambio de Subsecretario de Cultura. El 7 de diciembre de 1988 se decreta la creación del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Días por medio Andrés Valencia, uno de los secretarios técnicos del Conaculta, le dice a Alejandro que ha sido ratificado. 

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Al fin la familia. En un lado o en otro, los he visto. Son los que la han venido haciendo en el subsector de la SEP. Estamos en una reunión de directivos de cultura de la zona norte del PCF en Monterrey. Con ese porte tan propio, diré elegancia, con un manejo escénico exuberante, más el carisma sensacional del poder naciente, Flores Olea luce enterísimo. Tanto como Víctor Sandoval, al fin en la titularidad del INBAL. Y Rafael Tovar, qué discreto. Don Edmundo Valadés diría santos y señas de la revista Cultura Norte. El juguetón de Jorge Pedraza, segundo a bordo del Instituto de Cultura de Nuevo León. Sócrates Rizzo, arranca como gobernador.

Alejandro Ordorica recuerda que si en algo sostuvo diferencias con Flores Olea, fue en la instrucción de hacer de los institutos de cultura existentes en las entidades del norte y sur, Consejos Estatales para la Cultura y las Artes. Entre uno y otro al inicio ganadas mieles. Cuando VFO pidió que el magnífico Festival Internacional de Cultura del Caribe, con sede en Quintana Roo, se despojara del programa fronterizo para hacerse en una asociación civil, Ordorica no estuvo de acuerdo. Al final, corriendo 1991 nos fueron, nos fuimos: Alejandro por delante, los demás colaboradores cercanos, al correr las semanas.

 

Antes de la trifulca, un trío a todo dar y a todo lo que dan: el presidente Salinas, el escritor Octavio Paz y Víctor Flores Olea, al frente del Conaculta. (Fotografía de Rogelio Cuéllar, en La Jornada, 18 de mayo de 2009).

 

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Cierto, la casona de Cracovia 90, casi esquina Revolución, casa de la transición cedida por Salinas al naciente Conaculta, imponía. El olor del nuevo poder cultural, el jardincillo ese, el ir y venir del staff, de los suspirantes de apoyo. Córranle que llega el maestro Flores Olea. Impecable en su vestir.

Espero a Andrés Valencia. Pasa Rafael Tovar, entonces en Asuntos Internacionales.

 

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Esta memoria. ¿Será el encierro? Me cambiaron el rol y de estar en la dirección de la Zona Norte del PCF, me pasaron al Festival Internacional de la Raza, herencia del desaparecido CREA en mancuerna con El Colegio de la Frontera Norte (Colef), con epicentro en Tijuana.

Tómala: albazo al amanecer salinista y que gana la gubernatura de Baja California Ernesto Ruffo en 1989. Pero nosotros seguimos adelante con los preparativos del festival, entonces etiquetado en el mes de octubre. Jorge Ruiz Dueñas, el otro secretario Técnico del Conaculta, dice que se ha tomado una decisión: suspender el evento. ¿A poco es la mejor manera de darle la bienvenida al primer gobernador de la oposición? ¿Nada de nada con todo lo ya invertido? Nanches. Eddie Palmieri, entre otros artistas, cobraron completo, como es normal. No era su culpa que el presidente del Conaculta se echara ese trompo a la uña, quizá la primera de tal calado en el ámbito cultural de los estados.

 

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Llegada la nueva normalidad de acordar con un gobierno diferente al PRI, en mayo de 1990 VFO viajó a tomar pulso al Festival Internacional de la Raza. Iba Guillermo Bonfil Batalla, quien había iniciado el sexenio como director general de Culturas Populares, donde apenas duró unos meses, para luego ocuparse del Seminario de Estudios de la Cultura del mismo Conaculta. Sabrosa cena en el departamento del presidente del Colef, Jorge Bustamante, a un costado del célebre Hotel Lucerna.

Corrieron los vinos. Bonfil subía de tono sus alegatos con VFO; Bustamante intentaba calmar los ánimos, Ordorica otro tanto y dos más que quedábamos, literalmente atónitos. Claro, discutían sobre política cultural, acerca del festival, sobre si así mejor que asá ciertas directrices, que entonces así no, Víctor.

Bonfil nos abrazó o nosotros a él. Echamos a andar, al fin unos cuántos metros. Abrimos la puerta de su habitación, lo llevamos hasta la cama.

Mañana nos vemos en el desayuno, Guillermo.

 

 

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La sonrisa de Rafael Tovar ante la cámara. Horario estelar. Jacobo Zabludovsky le pregunta de sus planes al frente del Conaculta, tras unos meses en la dirección del INBAL que dejó a su vez Víctor Sandoval que si por el concierto de Juan Gabriel en el Palacio en 1990. Corre abril de 1992.

Huracanes y tormentas entre los grupos Nexos y Vuelta, a cuenta del Coloquio de Invierno o “cuento de invierno”, diría Octavio Paz. Golpes al por mayor. El triunfante salinismo cultural, en jaque. Flores Olea en feroz encontronazo con el Premio Nobel de Literatura.

En ese año, VFO cumplió 60 de vida. Enterísimo, dije. En plenitud. Será el sereno: el golpe fue demoledor. Don Víctor, el maestro Víctor, el primer presidente del Conaculta, el destacado intelectual, el hombre de izquierda, el universitario, el fotógrafo, el diplomático que tras su renuncia al Conaculta apenas regresó un par de años después al servicio exterior de donde pronto volvió.

 

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No me preguntes como pasa el tiempo, pero ¿crees que me dé una entrevista?

 

Una, dos, tres, cuatro llamadas; cinco, seis correos.

 

¿Le dices que aunque sea un ratito?

 

Nada. Nanches.

 

Quería en su voz muchas versiones de estos y otros hechos.

 

¡Adiós maestro Víctor Flores Olea!

 

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