La economía del sector cultural ha dejado sentir de manera despiadada su protagonismo. A pesar de las múltiples señales desde hace lustros, respecto a lo indispensable de su estudio, como de ser tomada en serio para dar consistencia a uno de los más esperanzadores epicentros del desarrollo nacional, se le ha mantenido al margen de las grandes decisiones de política económica. El reduccionismo de la política cultural, la terquedad de administrar la precariedad de los patrimonios simbólicos, el vicio de enarbolar irresponsablemente la inconsistencia de la pirotecnia subsidiaria, la amputación consciente de las responsabilidades de armonización de la vida sectorial, tiene en la Cuarta Transformación (4T) la puntilla a un largo proceso de deterioro. Mientras el colapso de la institucionalidad cultural en los distintos niveles de gobierno vaya usted a saber cuándo toque fondo (el infierno tiene demasiados círculos), los que más aportan a los escasos logros de la economía nacional, se enfilan a perderlo todo con la estocada del parón generado por el coronavirus.
Insalvable la irresponsabilidad gubernamental, condenados al alud de deterioro de los bienes y servicios culturales, sin perspectiva de engarce a la productividad de miles de millones de pesos públicos, lejos de un plan de salvoconductos, la mayoría de los trabajadores del sector cultural que son los que viven del mercado, transitan a una recomposición que dejará numerosos damnificados. Al seguir las estimaciones de los escenarios que se vilumbran en las economías mundiales, en el desempeño de la pandemia, las energías deben centrarse en advertir las alternativas que en el tránsito a la normalidad, deje el menor número de bajas laborales, como reducir los costos emocionales de miles de personas que dan sentido al ser creativo del país.
Puertas,abismos, planicies
¿Cómo reabrir a la economía el sector cultural? Estamos ante una pregunta con numerosas respuestas. Por desgracia ninguna de las que dispongo remiten del todo a fórmulas vistas o ha regeneraciones de ellas, que son las que muchos creen que saldrán en cualquier momento a relucir, casi como milagro de la divina 4T. Referimos a lo que por su mal manejo en tiempos no tan idos, como por la profundización de la negligencia del actual régimen en su operación, aparece como varita mágica: un rango mayor de subsidios, de ayudas, de inyecciones de gasto público para reactivar, sobre todo, al ámbito gubernamental, a quienes se ven dependientes de su limitada intervención en la economía de la nación.
Subrayamos lo público por lo simbólico, sin duda un poderoso insumo de manejo de la opinión pública, al cual difícilmente se renunciará, aunque en el pecado se lleve la penitencia. Justamente ahí yace la primera de las respuestas que demanda la reapertura del sector cultural, con obligada multiplicidad de enfoques.
Por un lado, aceptar que por ahora gana la 4T, que es victoriosa Alejandra Frausto con su séquito, que es inútil persuadir a las autoridades del cambio de paradigma en lo que llaman su proyecto cultural, que es indispensable dejarlos solos, muy solos, que hagan bolitas de gusto, que destruyan lo más rápido posible, con la complicidad de los gobiernos leales en la república (incluso de la llamada oposición), lo que es instrucción superior dinamitar. Hay que resignarse: que se aprovechen las migajas, que algo dejan, quizá escondan algún reducto de ventaja.
El aislamiento con conformidad propuesto con respecto a los poderes públicos, conduce a otros enfoques de la respuesta. Se trata de convertir al verdadero protagonista de la economía del sector en el nodo de la discusión de los escenarios de salida a la emergencia sanitaria. Las baterías hay que dirigirlas en todos los canales, a salvar la productividad del mercado. Como el cambio de referente para muchos puede ser intransitable, no hay más remedio que dejarlos atrás. Quizá con el tiempo se sumen si sobreviven al coronavirus y a la 4T.
El rosario continuará.