A mi hija Mariana, que respiró por primera vez en Chile.
Debo recurrir de nuevo a mi breve periplo como diplomático cultural. La crisis que sacude a Chile me hace volver al año de 1996, al mes de abril, cuando salí a una corta pero fructífera experiencia en la embajada mexicana. La llegada a Santiago fue la culminación de una serie de conexiones que la vida decidió para mí hacia mediados de los años 70. En Cuernavaca, en el condominio Los Zanates, teníamos la casa familiar de fin de semana. Uno de nuestros vecinos era el escritor Poli Délano, llegado en el exilio. Yo rondaba los 15 años y era muy chamaco para comprender el drástico destino de tantos chilenos que llegaron a México; muy pequeño para entrarle a la convivencia con el gran Poli, fallecido en 2017. De esto cobré conciencia hasta cuando sucedió mi encuentro con el narrador en una comida en San Antonio del Mar, en la ruta costera a Valparaíso y a Viña del Mar. A esa casa de Délano llegaría después otra familia chilena. Me hice entrañable amigo de David, uno de los dos hijos de la pareja de oficio misionero. El querido David se fue un día; vino a fallecer en un accidente automovilístico rondando la treintena de años. El hilo que conducía a Chile escaló en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) Xochimilco. Al editar la revista Hojas sueltas. Monitor literario hacia el segundo semestre de 1981 (apareció hasta 1984), un colega me dio una serie de nombres de escritores chilenos con el propósito de que les enviara la publicación. La dictadura de Augusto Pinochet estaba en pleno. México había roto relaciones diplomáticas en 1974 (que se restablecerían durante la presidencia de Carlos Salinas en 1990). La revista viajó hacia diversidad de destinatarios, entre ellos el poeta José Flores Leyva. El tiempo hizo de las suyas. En aquel abril de 1996, tras una década de cartearnos, nos conocimos y desde 1998 nos extraviamos para siempre.
La expectativa al arribar al país sudamericano era sobrecogedora. A la par de las labores en la Casa de la Cultura de México, ubicada en la espléndida comuna de Providencia, mis afanes reporteriles fueron corriendo el velo de una presencia mexicana que, a estas alturas del siglo XXI, me sigue pareciendo ejemplar. Toda esa vasta riqueza quedó en numerosas entregas en la sección cultural de La Jornada, siendo editor Braulio Peralta. Luego en el suplemento El Búho, de Excélsior, con René Avilés Fabila. Después en las páginas culturales de unomásuno con Fernando Belmont y en un par de excepciones en la revista Proceso. Finalmente recopilé este conjunto como parte de la antología periodística Del mismo cuero salen las correas, volumen editado por la UAM Xochimilco en 2002.
Al recorrer en este momento algunos pasajes de la presencia de México en Chile, hago un pequeño homenaje a esa nación hermana. Es cierto, la crisis que enfrenta viene de mucho tiempo atrás. Es terrible constatar que la salida de la dictadura, en tan apretada votación del plebiscito en 1988, con el arribo de los gobiernos de transición a la democracia, no ha dado cauce a una sociedad igualitaria. El país ha probado todas las rutas de constitución de gobierno. En lo insólito, la sociedad chilena decidió reelegir a dos presidentes tan diferentes (Michelle Bachelett y Sebastián Piñera) en momentos distintos. Ya veremos cómo se resuelve el nudo en que están metidos. Pronto conoceremos qué rumbo tomarán.
Instantáneas de un tiempo
Como un notable despliegue de diplomacia cultural, lo más sorprendente resulta el conjunto de bienes inmuebles y artísticos, la obras que perduran en Chile década tras década. En el centro de Santiago, por ejemplo, el gobierno de Lázaro Cárdenas apoyó la construcción del Club México Deportivo, Cultural y Social. En un momento dado el espacio se convirtió en el lugar por excelencia para la formación de boxeadores. En su ring llegaron a practicar figuras como Miguel Canto y en el salón de actos, hacia la década de los 60, en el ámbito de la plástica el mexicano Tomás Parra y el chileno Nemesio Antúnez plasmaron sendos murales.
Justamente el régimen de Adolfo López Mateos se destacó por su activismo cultural. Un ejemplo se ubica en el cerro de San Cristóbal, bello vigía de la capital. En un punto del camino de ascenso, Juan O’Gorman diseñó un mural de piedras titulado La fraternidad de los pueblos indoamericanos. Hay toda una mitología alrededor de su realización, como el hecho de que O’Gorman no lo viera concluido. También en el cerro se edificó la Casa de la Cultura Anáhuac que antes del golpe de Pinochet resguardaba una biblioteca de libros mexicanos, además de obras plásticas. Y a los pies del mismo San Cristóbal se encuentra una de las casas de Pablo Neruda: La Chascona.
Sin duda la indagación en la correspondencia de Neruda fue uno de los momentos más intensos de esa estancia bajo el influjo de la Cordillera de los Andes. Tan emocionante como tener las cartas en mis manos. Hablo de misivas de Alfonso Reyes, David Alfaro Siqueiros, Rufino Tamayo, Lázaro Cárdenas, Marco Antonio Montes de Oca, Monna Guilmain, Mauricio Magdaleno, Gonzalo Martínez Corbalá y Carlos Fuentes. Menciono en especial la carta de Fuentes, un agudo relato sobre la realidad mexicana fechado el 24 de abril de 1969. “¿Qué vamos a hacer con este país? ¿Qué?”, le dice a Neruda. La misiva fue publicada en la revista Proceso en la edición del 5 de octubre de 1997 (número 1092), previa autorización del escritor. Además, en uno de los muros de La Chascona se descubrió un retrato de Matilde Urrutia, la tercera esposa de Neruda, elaborado in situ por Diego Rivera en 1953.
Hasta donde he podido investigar, Chile es dueño de un acervo mural que ningún otro país tiene. Además de las obras de Tomás Parra y de Juan O’Gorman, en la ciudad de Chillán se encuentra Muerte al invasor (1940-1942), de David Alfaro Siqueiros, a cuyo trazo y recreación adicional contribuyó otra figura de la pintura mexicana: Xavier Guerrero. Cabe destacar que se encuentra en las instalaciones de la Escuela México, así llamada porque fue una donación gubernamental (en Santiago y Concepción hay también escuelas México). El registro llega a la Universidad de Concepción donde Jorge González Camarena plasmó Presencia de América Latina (1964).
La idolatría por Diego Rivera quedó perpetuada en un teatro que lleva su nombre en la austral ciudad de Puerto Montt, otra donación gubernamental inaugurada en 1964. Por esos rumbos una ensenada pequeña se llama Anáhuac y en Viña del Mar hay una Playa Acapulco. Mientras tanto, en la ciudad hermana de Puerto Varas, la legendaria Editorial Novaro construyó la Escuela Rosita Novaro en 1961.
A una historia de muchos vasos comunicantes -un ejemplo en el siglo XIX fueron las gestiones diplomáticas de Matías Romero ante el gobierno estadounidense para suavizar el conflicto de entonces con Chile- se sumaron las numerosas entrevistas que realicé, además de innumerables encuentros con creadores e intelectuales chilenos e incluso de otros países. Todos, sin excepción, tuvieron palabras de reconocimiento hacia México, ya fuera por haber vivido acá o por la admiración a la cultura de nuestra nación.
Sus nombres son un revoloteo de saberes: escritores como Gonzalo Rojas, Marco Antonio de la Parra, Jorge Edwards, Ariel Dorfman, Poli Délano, Francisco Coloane, Volodia Teitelboim, Luis Sepúlveda, José Donoso y Hernán Rivera Letelier. La rockera Xaviera Parra, la periodista Ximena Ortúzar, el crítico Javier Edwards, el editor Julio Serrano y el pianista Roberto Bravo. Un pintor que llegó del exilio, el español José Balmes y un visitante distinguido, el argentino Adolfo Bioy Casares a quien entrevisté en 1997 y falleció en 1999.
Cuando en 1996 se cumplían seis años del restablecimiento de la democracia, Gonzalo Rojas (primer Premio Octavio Paz, en 1998), a su paso por Santiago rumbo a su casa en la ciudad de Chillán, me dijo que “a Chile lo han mostrado aquellos que creen demasiado en el juego económico. Ellos se encargan de decir que estamos muy bien; la verdad es que la cosa va muchísimo más lenta, pero va, está germinando. Por ejemplo, la educación es un proceso de desprendimiento de la dictadura, no ha mejorado gran cosa. Chile tenía una educación de primer orden. En el plazo posterior al pinochetismo no ha ganado nada, estamos al revés, en un deterioro, una paralización”.
Sus palabras me retumban al intentar comprender lo que vive Chile, hoy.