El respiro de escribir hasta morir: Adriana Malvido, Premio Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez

En el patio central de la Biblioteca de México en la Ciudadela, el 11 de mayo de 1990. (Foto: José Antonio López).

 

Me pasaron el tip: ella es la que sabe de la historia del cómic. Y desde aquel momento de 1985 la periodista Adriana Malvido entró a mi vida y mis quehaceres. La cita con el gran Sixto Valencia me valió un obsequio: una tira firmada del Memín. Lo que me sucedió le ha pasado a muchísimos colegas que han tenido la fortuna de conocerla: hablo de la generosidad de Adriana para compartir afectos, complicidades, contactos, información, críticas, descubrimientos. Eso sí, cuidando lo que es vertebral de nuestro oficio: “nada se parece a la emoción de ganar una nota”, me dice.

La historia del periodismo cultural mexicano se puede observar por diferentes costados. El que preferimos muchos de los aún vivos en este oficio es el relacionado con las secciones culturales de los periódicos y revistas. Hablo de un periodo que va de mediados de los años 70 hasta la primera década del siglo XXI, lapso este último en que la labor informativa cultural, al influjo de las tecnologías y de los ajustes en los modelos empresariales de los medios, transformaron el quehacer. Es también esa historia que señala a un grupo de reporteros y de colaboradores que  paulatinamente configuraron la fortaleza de los géneros periodísticos de la mano de la vida cultural del país, modelos algunos de abordaje informativo que casi han pasado a la jubilación: la crónica y el reportaje.

 

Con Eduardo del Río, Rius , el 8 de enero de 1985. (Foto: Pedro Valtierra).

 

En efecto, son episodios diferentes y uno trata de no cantar aquello de que otros tiempos fueron mejores para nuestras tareas. Pero sin duda Adriana Malvido forma parte de ese conjunto de periodistas culturales que lo ejercieron a sus anchas antes de que los cambios generaran diferentes (y desastrosos) escenarios. En aquellos lustros las secciones culturales gozaron de solvencia, páginas y lectores así como de equipos humanos tan competitivos que hubo una lucha feroz por llevar la delantera, no exenta de encono y poca camaradería. En resumen: los reporteros de la fuente cultural marcaron una época.

De las miles de cuartillas que un periodista acumula en su trayectoria casi nunca queda algo accesible para su consulta. Se van al torbellino de la historia, a las paredes de las hemerotecas y ahora que se encuentran en la nube, deambulan en la selva de los buscadores. Recuerdo las palabras que Paco Ignacio Taibo I me obsequió un día como colaborador en El Universal: “Ciertos materiales de análisis e información no deben nacer y morir en los diarios sino prolongarse en libros y mostrarse por encima del corto periodo que viven en los periódicos”.

 

1995: retrato de una joven fumadora en la redacción de La Jornada. (Foto: Pedro Valtierra).

 

Además de los innumerables textos noticiosos de la diarista, Adriana es de los informadores que logran transformar su labor en libros. Sus obras, amén de la calidad narrativa son referente de la alta capacidad de investigación que se equipara en alcance con la rigurosidad académica. Aunque periodista todo terreno, Adriana ha elegido sus obsesiones para trascender la mera noticia, como son destacadamente el patrimonio y las artes. De igual manera en los últimos años de forma decidida, a través de sus columnas, se confirma como analista de primera línea en temas del sector cultural.

No puedo dejar de subrayar que he sido uno de los beneficiados de su atención y afecto. Invariablemente Adriana se ha ocupado de mis tareas como periodista. Mis libros, así como los afanes del Grupo de Reflexión sobre Economía y Cultura (Grecu) del cual orgullosamente forma parte, han sido objeto de su generosidad y agudeza.

Los sentimientos de estos días

Adriana Malvido recibe el Homenaje Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez 2019 que otorga la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Más del lado del amigo y admirador que de analista de su obra, le propuse unas preguntas para adentrarnos en la tabla de sus sentires en estos intensos días.

¿Por qué se llega a amar tanto un oficio como el de periodista?

Porque nunca deja uno de aprender algo nuevo cada día, porque cuando crees que dominas un tema surge un nuevo desafío. Porque si la alimentas con buenos nutrientes, la pasión por conocer, entender y descifrar la realidad e interpretarla, se hace interminable y pone a prueba tanto tu inteligencia como tu sensibilidad. Porque nada se parece a la emoción de ganar una nota, de verla publicada al día siguiente, de recibir el correo de un lector inteligente, de saber que cada día te ofrece una nueva aventura.

¿El teclado de la máquina de escribir, ahora el de la computadora, no es acaso como el teclado de un piano?

El tránsito de la máquina de escribir al de la computadora me tomó por sorpresa en el tránsito de una vida libre y desordenada a una con todas las exigencias que implica la maternidad. Me gusta la analogía con el teclado de un piano porque en el oficio del periodismo uno pasa de un día para otro de Mozart a Rachmaninov. Y si eres un apasionado, como creo serlo, hay que prepararse muy bien para aprender a disfrutar una sonata de Beethoven tanto como una composición de Agustín Lara o de Armando Manzanero.

Investigar ¿se parece a entrar a una selva o a estar perdido en el desierto?

Las dos cosas. Uno traza su ruta en el mapa, el recorrido a seguir, y carga en su mochila de viaje las herramientas necesarias. Para mí, las más importantes herramientas son las preguntas. Pero hay que abrirse a las sorpresas y descubrimientos inesperados que le depara a uno el camino, y también saber detenerse a tiempo para no perder la brújula y el sentido del viaje. Me he perdido en la selva y también en el bosque por no saber detenerme a tiempo en la investigación: esa es una lección. Si la tomas en serio, la contención y la claridad se imponen en la siguiente excursión.

 

Portada de la edición 2018 de Nahui Olin, la obra más reeditada de Adriana Malvido.

 

¿Cuánto riñe la obsesión de trabajar una nota con la crianza de los hijos o quizá con el ánimo de cocinar una buena comida?

Si te lo planteas así, como una riña, sufrirás mucho. Toma tiempo asimilar que la crianza de los hijos no es un obstáculo sino toda una enseñanza de vida que te abre el horizonte; también es todo un reto existencial y una oportunidad de seguir aprendiendo toda la vida. Los hijos te aterrizan en la realidad, te confrontan con tus limitaciones y con aquello que no conocías de ti, te exigen lo mejor de ti. Y el periodismo hace lo mismo.

¿Te reconoces en la Adriana que escribió su primera nota con la de ahora que recibirá un premio por su trayectoria?

Sí, reconozco algo en común: que esa Adriana y la del premio sabe que tiene que dar todo, ya sea en una nota, un reportaje, un libro o un tuit, porque los lectores lo merecen.

 

Un clásico de la investigación patrimonial: La reina roja. El secreto de los mayas en Palenque (2006).

 

¿El peor momento de tu carrera?

Cuando renuncié a La Jornada a fines de 1999, inmediatamente me contrataron para desarrollar un proyecto maravilloso de la Unesco, una revista. Con el cambio en la dirección general de la institución, de un día para otro cancelaron el proyecto. Entonces me convertí en freelance y estaba medio perdida. Braulio Peralta me dijo: “Adriana, te veo muy dispersa”. Esa frase me marcó. Me encendió los motores, fueron meses en los que me sentía sin identidad ¿Quién soy? ¿Qué quiero? ¿A dónde voy? Fue hasta entonces que viví el duelo, porque había dado la vida por La Jornada y la Unesco me impidió que diera un salto al vacío que finalmente se dio. Entonces sí me sentí perdida en el bosque. Me salvaron Proceso y la revista Equis, pero  sobre todo los libros que escribí en esos años.

¿Por qué escribir hasta morir?

Porque es como respirar.

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