Seguir la pesca en los renglones de México. La novela, de Pedro Ángel Palou (Planeta, 2022). Citas del peregrinar entre 1753 y 1790. Más lecciones de un acontecer cultural.
El gigantismo de la urbe colonial, desde temprana edad, pone sobre los hombros de los habitantes la piedra intransferible aun siglos después: “A la mayoría, la Ciudad de México le parece insoportablemente ruidosa”.
De los sonidos urbanos a las entrañas del ser musical hay un paso: “Lo contrataron, inicialmente, como violinista y compositor del Coliseo. El empresario que fue por él a Cádiz, Gaspar Santoveña, le permitió hacerse de una pequeña orquesta. Hizo el viaje con su mujer, sus hijos y diecisiete músicos”.
Así es, no hay Estado benefactor; hay mecenas, hay migraciones creativas. Las páginas de México. La novela de Palou, muestran cómo la actividad musical, la vida cultural por extensión, el sector ya sembrado en lo esencial se mueve entre donantes, patrocinadores, aficionados, públicos, importación de bienes, saberes y operaciones comerciales.
Como también la obra constata los desastres: “Un primer teatro Coliseo se quemó en el año del Señor de 1722, un 19 de enero, después de la representación de una comedia de infausto título, Ruinas e incendio de Jerusalén o Desagravios de Cristo”.
Impresiona el poder recrear los circuitos de la novedad en la oferta cultural y su consumo. Palou cuenta que enfrente del Coliseo Nuevo, hay una casa: “Han comprado el inmueble para que funcione como como una especie de escuela de música y canto para el teatro”.
La tierra capital del futuro México se muestra abundante de oficiantes: “Sé que hay buenos músicos entre los esclavos y los mulatos”.
Es generosa en espacios para la música sacra, no en vano el dominio de la iglesia: “Lo acompañaba Ignacio Pedroza, trompetista de la Catedral”.
La asamblea de músicas es un hecho corroborable el nuestro devenir de ciudad, de país: “A un grupo de cantantes que tocaba sus seguidillas lo relevaron tres negros con sus cajones. El sonido rítmico, ascendente, único de esas percusiones lo trastornaba”.
No es sólo el abanico de géneros y estilos. El baile y la pachanga son muy nuestros, alecciona Pedro Ángel Palou en su novela: “Se trataba del anuncio de una jamaica. A menos de dos cuadras de allí se iba a realizar el baile y la fiesta”.
Los sabores de la planta, los sentidos de una palabra más allá del síndrome del jamaicón: “Escuchando la música encontró unos acordes que le faltaban para los maitines. Los tarareó en voz alta”.
Una ciudad musical que, señala una y otra vez el novelista poblano, es un mercado incesante, insaciable: “La gente en esta ciudad parece estar comprando todo el día”.
Es México. La novela, un bloque de 525 páginas donde deambulan dichos, refranes, decires, oficios y tareas que construyen lenguas, idioma, identidad: “No era raro que desde los balcones del segundo piso de las casas se tirase el agua de las bacinillas al grito de ¡agua va!”.
En este lugar que millones habitamos siglos después de nuestros antepasados, como de nuestros antecesores, “Se han puesto faroles en todas las calles y se han contratado a hombres que los cuidan, a quienes se llama serenos y quienes pregonan toda la noche gritando la hora que es y el tiempo que hace”.
Es el lugar donde los hallazgos arqueológicos jamás terminarán: “Fue él quien convenció al virrey y al cabildo catedralicio de no volver a enterrar la piedra (…) El sabio había encontrado que una de ellas era el calendario de los aztecas”.
Pedro Ángel Palou no afloja al concebir elogios según la etapa que trata: “Todos se maravillaban del valle y de la Ciudad de México, a la que alababan propios y extraños. Se hablaba ya del siglo de las catástrofes en la ciudad, pero también del crecimiento, del estilo moderno, de su magnificencia. Había ya quien la nombraba la Ciudad de los Palacios”.
Querido lector: Ten presente que estas entregas forman un serial. Por lo mismo no puedo repetir cierta información en cada una. La tienes a mano en este blog si sigues el orden.