Flojito y cooperando.
En el curso de una mañana de noviembre de 2003, en una calle de La Candelaria, en el centro de Bogotá, Sandro Cohen obedeció.
Día de nublados, el fresco del altiplano.
Atiende sin queja las instrucciones. Se abre la camisa, deja que la fotógrafa Indira Restrepo le marque en el pecho líneas que son barrotes.
Irreverentes se plantan ante el soldado: heme aquí, soy el preso que buscas.
A ver, apréndeme si puedes.
El militar asume que coopera o Indira hará escándalo.
Firme, sostiene la vista al fondo con la seriedad de participar de una osadía. Sus compañeros finjen no ver.
Se salen con la suya, esos ojos de Sandro lo dicen todo.
Queda así el registro fotográfico de sus días en Bogotá, a propósito de un encuentro de escritores y editores, organizado por el poeta Darío Jaramillo, entonces subgerente Cultural del Banco de la República.
Un viaje que se extendió a Cartagena, en compañía de sus colegas Mónica Lavín y Bernardo Ruiz, así como de pares españoles.
Otros rayitos me brillan de Sandro Cohen.
Son los que vienen de muchos años atrás, para que después se abriera la vida, para encontrarlo ocasionalmente.
Son los rayitos de un café en la calle de Orizaba, casi esquina con Puebla, en 1981. Ahí se reunían los sábados, entre otros, Marco Antonio Campos, Carlos Isla, Guillermo Fernández, Antonio Castañeda, Francisco Hernández, Arturo Trejo.
Me colé a esas sesiones sabatinas, que luego se trasladaron a una cafetería en el cine Las Américas, en la esquina de Insurgentes y Baja California.
Luego les perdí el rastro.
El joven casi treintañero Sandro, me obsequió sus libros, un poemas suyo le publicamos en la revista que animaba como estudiante de Comunicación en la UAM Xochimilco, Hojas Sueltas.
Me imponía su porte, el spanglish, su erudición.
En esos años colombianos, pude encontrarme con su compañera, la escritora Josefina Estrada.
Rayitos de luz Sandro Cohen, enjambre que ilumina tus huellas en la tierra.