En el marco de un convencimiento del proceder presidencial en el sector cultural del gobierno, corresponde pedirle al mandatario algunas decisiones complementarias. Sin duda fortalecerían su propósito de anular las herencias emblemáticas que quedan de la etapa neoliberal y del nacionalismo revolucionario que no encajan en su proyecto de nación.
Recordemos algo de lo ya dejado atrás. Desaparecieron los llamados “recursos etiquetados” desde el Congreso y la asignación de fondos a organizaciones no gubernamentales. Diversidad de convocatorias concursables, o bien desaparecieron, o han tenido una drástica disminución de presupuestos.
Se impusieron candados a los estímulos fiscales, dejaron de operar numerosos fideicomisos, los sindicatos perdieron prestaciones que se empleaban como carnada política y se ajustaron las de por si duras condiciones laborales al personal de confianza como al eventual.
El presidente no solo ha buscado la austeridad republicana, acabar con las componendas en el ámbito cultural y la redistribución de los beneficios sociales de la cultura.
En la ruta puso lo que le resulta suficiente en todos los sentidos: convertir Los Pinos en espacio ciudadano, por extensión hacer de Chapultepec un sello de justicia social, ver en el INAH la institución única para el logro de sus fines, hacer de la reinterpretación de la historia una política cultural (Nivón, 2021) y desacreditar hasta el cansancio a un puñado de intelectuales y artistas por haber servido al neoliberalismo.
Al marcar su modelo de política y gestión cultural, al crear su paradigma, le dice a la comunidad cultural que, los que bien son parte del cuatroteismo, bienvenidos; los que no, pues tomen el camino que bien gusten, que para eso tienen el mercado.
Ante la vertiginosidad de los cambios, podemos o no estar de acuerdo. No es para menos, la sacudida prácticamente no ha dejado a nadie inmune. Sin embargo, también es cierto que han faltado oídos y miras al mandatario para reorientar lo rescatable e innovar donde era posible.
Lo más reciente en esta convulsa situación sexenal, es el menosprecio del tabasqueño por los premios nacionales de Artes y Literatura, como los de Ciencias. Al escribir estas líneas no han sido anunciados los ganadores de las convocatorias del año 2021, cuando ya cursan las bases para el año 2022.
Estos premios son uno de los pasajes más incómodos para AMLO, en virtud de que, salvo alguna excepción que hasta ahora no conozco, los ya ganadores, como los que vienen, no son parte de su estirpe.
Por ello el presidente podría tomar algunas decisiones para dejar atrás este emblema heredado, allanar en tal sentido el camino a su sucesor y darle una nueva oportunidad a dichos reconocimientos que son indispensables en un escenario de nación.
Algo parecido ocurre con lo que fue el FONCA, cuyo reemplazo no deja de causar problemas tanto ideológicos como administrativos al gobierno.
Trasladar las atribuciones, como los recursos económicos de los premios nacionales como de los estímulos a la creación, a un grupo de instituciones de educación superior, tanto públicas como privadas, en un acuerdo con los empresarios para también darles garantías de sostenibilidad, así como involucrar al Banco de México, es la solución.
Dejar la tarea a las instancias que, bien o mal a los ojos del presidente, hacen su labor aunque tengan el perfume neoliberal, permitiría arribar a un modelo independiente, más afín a la saga del nuevo régimen, con aristas ciudadanas (que tanto le interesan a López Obrador) y capaz de legitimar genuinamente a los mejores talentos del país.
Así, ni él, ni otro Presidente de la República tendrán ya que molestarse en ser juez y parte de una serie de reconocimientos de Estado, como evitarían la desdicha de acudir a las ceremonias de premiación y sus subalternos elaborar listas de becarios.