Una manera de ser lector es a través de anzuelos. La promoción señalaba que el autor era de Saltillo. Eso bastó para adquirir la obra. Hace décadas algunos episodios sabrosones de mi vida ocurrieron en esa ciudad.
Una de mis improntas la relata Sergio E. Avilés (1957) en su novela Joyas de la familia (Alfaguara, 2022): “Apresuré el paso para dejar de oler eso y alcanzar los aromas de la panadería Mena. Pan de pulque, herencia tlaxcalteca en Saltillo. Piloncillo, pulque, nuez. La harina fermenta con la miel del maguey. El horno caliente… Olor a muerte, olor a vida”.
Así que el viaje por la urbe extraña que es Saltillo, bajo la guía del detective Rubén Pablo Alcocer, el personaje de la trama, me resultó placentera. Se removió no sólo la delicia del pan de pulque, también del arroz huérfano y las cáscaras de papa en el restaurante La Canasta. Todavía conservo un sarape y fui fan del equipo de besibol.
Al pasar las páginas me vi por la Alameda, en aquéllos recorridos mañaneros por las calles del centro. En ese entonces hospedado en el hotel San Jorge, cuyo comedor en el último piso del edificio permitía una vista fabulosa de la ciudad.
En Joyas de la familia no aparece Arteaga, municipio conurbado a Saltillo, donde le compré a la familia Pugliese un búfalo tallado exquisitamente en una sola pieza de madera. Pero salen diversidad de paisajes coahuilenses. El detective Alcocer es orgulloso habitante de su terruño, el lugar de su devenir, espacio geográfico del norte mexicano a donde llegó y permanece la joya que casi lo llega a matar.
Investigación, reporteo y relato
Sergio E. Avilés debuta en Alfaguara. Dividió su voluminosa Joyas de la familia, en 43 secciones a lo largo de 332 páginas. Con más de tres décadas en el oficio, se consigna en su ficha biográfica que su primer libro fue Me enamoré de una cucaracha (1992). “Desde hace años”, se cita, ha sido productor del escritor y guionista Guillermo Arriaga en diversos proyectos cinematográficos, siendo un ejemplo El pozo (2010). Escribe y dirige documentales y cortometrajes, además de ser realizador de la película El fin del mundo (2012). Su canal es https://www.youtube.com/user/NACAPAtv?app=desktop También colabora en periódicos y revistas de diversa ralea.
El ejemplar tiene adherida una etiqueta. En ella Guillermo Arriaga, con quien, infiero, comparte además de la amistad el gusto por la cacería, tema que cruza momentos de la novela, dice: “Si alguna palabra eligiera para calificar la novela de Sergio, sería el asombro. Con gran destreza literaria, nos conduce por los laberientos de la Historia y de la mente, y página tras página nos presenta hechos emocionantes, a momentos como un thriller vertiginoso, y en otros, como una exploración profunda de la naturaleza humana”.
En efecto: el asombro es que una gargantilla, una invaluable joya que perteneció a la corona de Rumania, se avencindara en Saltillo. Al enterarse del acontecimiento, el escritor Sergio E. Avilés decide rastrearlo. Habrá de tomarse mucho tiempo para construir, desde la literatura, un hecho insólito.
El medio para develar el largo y misterioso periplo de la pieza es el detective Rubén Pablo, de 54 años. Recibir la encomienda de su clienta le hace desplazarse cual historiador con inclinaciones a la taxonomía biológica, aunque en algún momento reconozca que pudo haber sido filósofo o cocinero.
También tuvo otra alternativa: “Pude haber sido sastre, quizá lo fui. Pero además de la incongruencia ortográfica, la vida de sastre no se me antoja por ser eso: desastre. Lo hubiera sido de llamarme Jean Paul, por ver un letrero en la calle recordándome mi nombre al decir: ‘Jean Paul, Sastre’”.
En la nebulosa de un alzheimer prematuro, pide la oportunidad a sus torturadores de soltar su relato. Lo realiza mientras está sometido a una silla de su casa. La claridad mental, cronométrica, no es obstruida por la bolsa de mediasnoches en su cabeza; hace tradición oral con rigor científico, a pesar de estarse ahogando.
Sus agresores poco se interesarán de su larga, minuciosa y académica descripción, habrán de huir con las manos vacías. Una astuta maniobra con una muela de acrílico da paso a su liberación. De manera vertiginosa, el investigador privado culmina su aventura cuando, ya en la vejez, vive en un asilo.
Como muchos personajes de su especie, es un solitario: “Renuncié a casarme. Desde luego, después de intentarlo una vez, tras darme cuenta de que todos cometemos un grave error al no casarnos con nuestra primera novia y otros más al dejar ir a cada una de las posteriores. Pero lo más grave de todos los errores lo comete uno al casarse con la última de sus novias, quien al final resultará, casi con seguridad, no ser la última”.
Aficionado al motociclismo, Alcocer conserva en su casa un tanque de gasolina. Es su nieta adoptiva quien se encarga de restituir la gargantilla de a de veras, que por largo tiempo escondió ahí. La leyenda sigue su saga en algún rincón de Saltillo, ha contado Avilés.
Más que detectivesco, con los acentos propios de las novelas policiacas, el autor coahuilense traza los caminos de un largo proceso histórico adherido de manera sobresaliente a las monarquías europeas. Alcocer nos sumerge concienzudamente en un juego que va de infinidad de hechos del pasado a la versatilidad de su presente en un pedazo del norte mexicano.
Pese a estar al borde de la muerte, Alcocer conserva un agudo sentido del humor: “Me senté ante la máquina de escribir Royal de mi abuelo, inserté dos hojas tamaño carta de papel Bond -¡por supuesto, el papel de los detectives!- con una de carbón entre ellas para quedarme con una copia”.
En otro momento dice: “Eduardo visitó al presidente James Buchanan en la Casa Blanca -no sé con qué brindarían- y la tumba de George Washington”, o bien: “Y ni me reviso. Hacerse un chequeo médico a mi edad es como revisar el celular de la novia… Algo vas a encontrar y no será de tu agrado”.
Que Joyas de la familia ocurra en Saltillo me ha gustado mucho: vivir una plaza del norte desde numerosas aristas del mundo. Narrar a partir de esa deslumbrante geografía la cinematográfica historia de una alhaja, nos remite a la vez al infinito campo de la microhistoria: un asombroso catálogo que demanda casualidades, investigación, reportero y literatura. Sergio E. Avilés logró la conjunción y esperamos que se refleje en muchos ejemplares vendidos y, por qué no, en una película.