Al pronunciar su discurso, el pasado jueves 2 de febrero, el antropólogo José Luis Perea González, ronda los 8 meses como secretario técnico del INAH.
En el marco del cumpleaños 84 del instituto, en el hermoso patio del Museo Nacional de las Culturas del Mundo, se refirió a su jefe, Diego Prieto, como un líder con “visión y temple”. Una autoridad que le dio el peso del mensaje central en un abarrotado recinto.
De su larga y pormenorizada intervención, de esas que popularmente se definen como “abarcadoras”, traigo a este lugar lo que me pareció planteado pero no resuelto.
Copio de sus páginas: “Afortunadamente se ha respetado el presupuesto general de la institución; este año aproximadamente con un monto de $4,739,228,697 sin embargo, es imprescindible señalar que vamos a un marco en el que las iniciativas y acciones sobre el patrimonio cultural deberán paulatinamente ir recayendo cada vez más en los grupos de la sociedad y en las autoridades locales y estatales, de manera que nuestra institución se ocupe del trazo de las normas, estrategias y lineamientos generales en la materia”.
Encarrerado, Perea añadió que “Esto es, que tenemos que avanzar en una política que permita optimizar los recursos, sin caer en una preponderancia y asfixia administrativa, clarificar los fines, priorizar las tareas, orientar las acciones y coordinar los esfuerzos de la institución, tanto a diferentes niveles, como entre las diferentes áreas del INAH”.
Bien. Ese monto presupuestal es el más grande que haya alcanzado -naturalmente- el organismo, una tercera parte de lo previsto para la Secretaría de Cultura sin Chapultepec. Se le ve como asignación fijada por el Congreso, ya que otra cosa son los llamados recursos adicionales, ampliaciones y demás de su especie que lo hacen crecer.
Es sabido que tanto el AIFA como el Tren Maya ha favorecido ejercicios “cruzados”, cuyo monto algún día sabremos.
Pero lo que no aclaró fue eso de que, iniciativas y acciones, “deberán paulatinamente ir recayendo cada vez más en los grupos de la sociedad y en las autoridades locales y estatales”.
Sugerirlo, detente Perea ¿fue un olvido de lo que han hecho los aludidos por la preservación del patrimonio, una volada de elegancia en un país que “vive un momento histórico fundamental en su convivencia democrática, en el papel humanista del Estado Mexicano”, una promesa de cambio jurídico deslizada para tantear el ambiente o una comodidad propia de pasteles cupcake?
No me inclino por la velada intentona de cambiarle el marco jurídico al INAH, sin lo cual es imposible que ocurra lo que el antropólogo Perea expresó. Fue un recurso retórico en tiempos de la llamada cuarta transformación. Pero necesario no dejar pasar el alto el asuntacho.
Con relación a lo señalado respecto a no caer “en una preponderancia y asfixia administrativa”, una de las responsabilidades del secretario técnico Perea, siempre se agradecerá la reiterada y buena intención.
Como justa en un ceremonial de alto significado, el antropólogo acometió la síntesis del momento. Se refirió, por ejemplo, a la consolidación “de la figura institucional de los Centros INAH en toda la república mexicana”.
Asimismo “con acciones muy reconocidas por el trabajo de recuperación del patrimonio sustraído ilícitamente del país; el salvamento y puesta en valor del patrimonio paleontológico en el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles, así como en las conmemoraciones por el Bicentenario de la Consumación de la Independencia, donde se sumaron actividades de gran relevancia como la magna exposición La Grandeza de México y también en este último periodo con los salvamentos arqueológicos en el Tren Maya y el Programa de Mejoramiento de Zonas Arqueológicas que se realiza en 26 sitios arqueológicos (PROMEZA)”.
Así las cosas, adelante con los faroles, Perea.