Con la llave del gasto público a cuentagotas, con un mercado lleno de bienes y servicios culturales de gran riqueza en feroz disputa por el dinero de los consumidores, ¿qué rebanada del pastel le toca a las organizaciones de la sociedad civil, a los mecenas fifís, a las instituciones de educación superior públicas y privadas, así como a quienes no les quede de otra que ser parte de este segmento del conservadurismo en tiempos del cuatroteismo postcovid, del postneoliberaismo en el sector cultural?
En las evidencias que bien se pueden encontrar en los distintos análisis que he realizado por mucho tiempo -las de un año y pico pandémico en este Paso libre a su disposición- dejan en claro que la liquidez en este segmento es escasa, aunque el capital simbólico sea incuantificable.
Eso se traduce en un potencial explotable cual yacimiento de litio sonorense si se derrumban los prejuicios, enconos y autocomplacencias que por décadas han alejado entre sí a los actores de este campo del sector cultural.
Es más, no les queda de otra: solo de esta manera evitarán una mayor mortandad o, lo que es peor, un estado de coma persistente llegado el final del bombardeo comandado por el generalísimo Andrés Manuel López Obrador, por la general Alejandra Frausto y sus diligentes artilleros, en el otoño de 2024.
Tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos, las ONG’s y el empresariado con fondos para el mecenazgo deberían entender que no les queda de otra que mirarse, sin máscaras, en el espejo estadounidense.
Si quienes habitan este segmento del sector cultural se deciden a empatar sus intereses, a tomarse el amplio terreno que deja sin cubrir el gobierno de la austeridad republicana que no se irá –al menos- antes del 2036; si asumen que más allá de algunas reformas fiscales que amplíen las deducibilidades, lo que se necesita es que muchos ricos se decidan a participar –y agotar- el espacio fiscal existente, verán que siendo un frente organizado podrán ganar en todos sentidos.
En una apropiación por abandono, se trata de levantarse en el nuevo sector cultural que incuba el amolismo, con una dimensión extraordinaria del poder de la cultura.
¿Dudas sobre la afirmación anterior? Caramba, tienen a escasos kilómetros a los norteamericanos. Ya basta de añorarlos en muchos de sus modelos de desarrollo o bien hacerles reverencia por la genialidad de sus industrias (creativas o no): nada más inviertan en importar el ADN.
Dicha materia genética va a su vez en inyección intravenosa a ver si cambian las entendederas de las instituciones de educación superior (IES). A ellas les corresponde dar fin a un modo de ser que, nacido en el nacionalismo revolucionario, solapado en su falsa innovación por los neoliberales, regodeado en un vodevil de criadero de talentos, se han negado a cambiar sus paradigmas.
Que no suspiren por los modelos educativos y de financiamiento europeos. Como en el caso de sus otros compañeros de viaje rumbo al siguiente sexenio cuatroteista, mejor importen ADN de Norteamérica o al menos de Asia.
Más les vale a las IES privadas antes de que terminen por ser empleadas (las que faltan) de franquicias o de fondos de inversión, justamente, gringos; o aquéllas que, en su gusto por el reino de Patolandia, creen que el disfrute de los corruptos rendimientos de la mediocridad serán eternos.
Más les vale a las IES públicas divididas en dos sanguinolentos bloques: en el primero aquellas en cuya terquedad (o divina ilusión) levantan oraciones cada segundo en el templo de San Andrés (o lo harán ante el santurrón del palacete en turno) para que les salven del estado vegetativo en que viven, si vivir de esa manera es digno.
En el segundo bloque, a las que conservan cierta dignidad por la inyección de gasto público que no pocas veces lleva morfina, ya que no les queda otro camino que achicarse.
La universidad autónoma y pública debe leer que le empujan a su depuración; de no ser así, el siguiente gobierno amputará a su gusto los miembros de su cuerpo.
A las autoridades universitarias (todas) les toca una transición con enormes sacrificios. De no hacerlo, serán los principales responsables de un conflicto social que, de todos modos, los llevará al mismo sendero.
A la buena o a la mala, pues.
En el vislumbre desde la primavera que ya asoma al verano de 2021, vísperas electorales intermedias, los protagonistas de este campo del sector cultural, integran un bloque para magníficas alianzas.
Aguas y aceites que conviene hagan, al fin, el milagro de una nueva alquimia. Solo así pueden otorgarse un poder capaz de sentar a negociar de otra manera al Estado.
En la metáfora que da igual si es analogía o simple jugarreta, donde el diamante de béisbol es la patria, el sector cultural, o invierte su orden al bate para irse arriba en la pizarra aunque sea con la mínima diferencia e intentar ganar algunos juegos de la serie, o se quedará en anhelo ser parte de las Ligas Mayores.