Al destripar México. La novela, de Pedro Ángel Palou (Planeta, 2022), se pueden crear paranovelas. Esta intervención puede no ser novedosa para ciertos ojos críticos, para vistas entrenadas en sacarle otras historias a lo que es el centro de la venta del narrador.
En esta tarea que me lleva a la quinta entrega, me propongo engarzar como escenas de película otros pasajes. Ellos nos acercan cada vez más al siglo XX. Si nos olvidamos de México como protagonista, de la Ciudad capital en su papel principal, estaremos ante el recorrido al que alude el título del serial.
El cambio en el abordaje no es asunto menor, ya que intenta subrayar el historial de las actividades culturales, de la vida que generan y del sector productivo que potencian.
Pedro Ángel Palou no se lo propuso así, pero al integrar tantos referentes al devenir de las familias que articulan la novela, favoreció otro filme. Veamos el carrusel elegido para esta quinta cita.
La estela de los legados: “Así que sus antepasados fueron grandes astrónomos, grandes matemáticos y leían el cielo tanto o mejor que quienes vinieron a destruirlos”.
Un caso de preservación patrimonial asombroso, como de origen de un gusto popular: “(…) comparable con las ciudades más bellas de Europa (…) a la que el vulgo bautizó como Casa de los Azulejos (…) quien gozaba del favor del pueblo por haber permitido las corridas de toros en la plaza del Volador”.
La homosexualidad se hace presente con Alexander von Humboldt, extendiéndose a las entrañas de la novela de Palou: “Había leído un opúsculo, un panfleto, llamado El currutaco por alambique, que era una burla de quienes gustaban de otros hombres, una sátira contra el afeminamiento”.
Aunque dividida por fechas, la obra del poblano Palou no es una cronología. Sin embargo, vale citar excepciones. 1808: “Julio Landero había heredado la imprenta de don Manuel Valdés y seguía utilizando el establecimiento como pequeña librería”.
Son los tiempos de construcción: “Las torres de la Catedral al fin terminadas. Se veía al fin limpia, abierta y plana como una mano abierta”.
Una ciudad en ruta a la independencia de la corona española, no para en novedades. 1815: “Recientemente Luisa Santoveña se había aficionado a la pelota vasca. O, mejor dicho, a apostar pequeñas cantidades a sus pelotaris favoritos”.
Corren en las páginas de México. La novela, otros asuntos cruciales de la conformación social, como lo fue El Parián, el gran templo de la moda: “Han pasado ya siete años y no deja de impresionarme la velocidad con la que aparecen y desaparecen estilos de peinado, de vestimenta”.
Es el terruño de los pasatiempos infantiles: “(…) sus hijos jugaban al trompo o las canicas”.
En la ciudad de los sincretismos culturales, el dominio de la música: “¿El virrey (…) coleccionista de una gran cantidad de instrumentos musicales? -Sí, muy grande. Clavicordios, violas, violines, flautas ¡y hasta marimbas!”.
Y vaya que la confitería se cocina en la magna obra de Palou. Aparecen la chocolatería Royale y confitería Ducaud: “(…) desdeñando la advertencia de que ‘un pastel dura un minuto en la boca, una hora en el estómago y veinte años en los glúteos’”.
Asuntos de la originalidad y el genio comercial: “(…) crearía un nuevo zapato en forma de alfeñique, esas coronitas de azúcar cocida y estirada en barras muy delgadas y retorcidas que los dulceros paseaban triunfantes en sus carros a plena luz del día (…) Quebradizas y finas, las mágicas varitas se desbarataban en la boca y eran la aristocracia de sus plebeyas semejantes, las charamuscas, melcochas y trompadas”.
En distintos pasajes, el narrador se convierte en pintor, como en poeta. Lo hace para remitirnos a una corriente de la plástica mexicana: “Canto juvenil de alguna dama, acordes de guitarra que la acompañaba. Músicos con harpa, bandolón y guitarra, sentados en los bordes de una canoa. La china de zagalejo y reboso terciado; el charro de calzonera de paño con botones de plata y sombrero canelo galoneado; la nodriza; el aguador que iba a la fiesta sin desprenderse de sus arreos y casquete de cuero; el leperito de calzón blanco y frazada al hombro (…) el indio petatero de Xochimilco”.
En los canales de Xochimilco como de La Viga, el paisaje se inmortaliza con una inmensa cantidad de flores y verduras, con atole de leche y tamales, con pato cocido y tortillas enchiladas.
Claro, Palou pone a nadar en las aguas cristalinas de los canales citadinos a uno de sus personajes, para alcanzar a una extraordinaria mujer y enamorarla.
Querido lector: Ten presente que estas entregas forman un serial. Por lo mismo no puedo repetir cierta información en cada una. La tienes a mano en este blog si sigues el orden.