Un mes después de inaugurado, todavía en obras el Centro Nacional de las Artes, se dio el “error de diciembre” de 1994. La meteórica gestión de Rafael Tovar había arrancado en abril de 1992. El presidente Ernesto Zedillo lo ratifica al frente del Conaculta. A pesar de la crisis económica, para 1995 se tenía en perspectiva un pendiente resultado de lo insondable en la política mexicana: levantar un nuevo centro cultural en la vieja Unidad Artística y Cultural del Bosque.
Justamente en el año de 1992, abrió sus puertas un renacido Auditorio Nacional. Erigido en 1952, la intervención arquitectónica corrió a cargo de Teodoro González de León y Abraham Zabludovsky. En los afanes modernizadores salinistas, idearon un fideicomiso mixto privado para administrar el auditorio. El tsunami lopezobradorista no ha tocado al coloso de Reforma. Sus cuentas y los modos de gestión siguen bajo candado, sin acceso a transparencia, con apenas atisbos revelados en una investigación que publiqué en Paso libre del GRECU el 11 de enero de 2021. (Interesados ver https://pasolibre.grecu.mx/los-papeles-del-auditorio-nacional-rescate-a-la-vista-1/).
Las razones para no haber realizado la obra integral de todo el predio que es propiedad del INBAL, institución que recibe del fideicomiso del auditorio unos cuántos millones de pesos y un racimo de fechas al año, son variadas como descocadas. Van desde las irresueltas broncas del régimen de propiedad, pasando por el supuesto valor patrimonial de los edificios, siguiendo por el poder simbólico que detentan los distintos espacios por quienes fueron sus hacedores de la comunidad teatral, hasta la conocida expresión “no ha alcanzado el presupuesto” y la muy latente “amenaza” de concesionar el terreno para fines privados.
Esta última fue la que más se impuso cuando se filtró que el Conaculta tenía listo el proyecto ejecutivo para construir una suerte de segundo bloque armonizado con el coloso vecino. La comunidad de alumnos de las escuelas que siguen ahí, la comunidad teatral y los usuarios asiduos se pertrecharon.
Sin mayores escándalos, se dio marcha atrás a lo que ni siquiera se formalizó. Asunto similar ha sucedido con la construcción de un estacionamiento y un parque en el terreno contiguo, aledaño a la estación del Metro, propiedad del Gobierno de la Ciudad de México y que el jefe de ese entonces, Miguel Ángel Mancera, pretendió concesionar para poner ahí la gigantesca rueda de la fortuna que terminó en lo que es el Parque Urbano Aztlán.
No encontré en la red alguna nota al respecto, pero lo que me dijo Rafael Tovar en cierta conversación años después, fue que el presidente Zedillo se opuso a la obra ante la debacle financiera de 1995. Se entendería como dispendioso amén de enfrentar el cabildeo con la comunidad de la unidad que, en tan largo trecho de existencia, una y otra vez ha sido objeto de obras, parches y reinauguraciones.
Ate la mega obra del proyecto Chapultepec de AMLO, Alejandra Fraustro, Gabriel Orozco y sus correligionarios, siendo el momento oportuno, decidieron volver a dejar en el cajón un añejo pendiente. ¿Por qué? Al final se sigue imponiendo ese temperamento irracional de los gobiernos al momento de decidir gastar dinero en infraestructura cultural o cualquier otra: la visión providencial más que la planeación del desarrollo cultural.
Así la historia, como parte del decálogo de propuestas culturales de la candidata Xóchitl Gálvez, aparece en el punto 3 la “construcción de la mayor infraestructura cultural de este siglo”. Es de esperarse que del monto que se destine a cumplir la promesa sexenal le toque su parte a esa gran obra pendiente.
En el punto 1 se oferta, de darse la victoria electoral de la coalición Fuerza y Corazón por México, para el ejercicio fiscal de 2025, que la Secretaría de Cultura que quedaría en manos de Consuelo Sáizr, reciba 25 mil millones de pesos de presupuesto, más del doble del 2024, sin lo que ha sido destinado a Chapultepec.
Dicha cifra tiene nutriente en los estudios de FUNDAR y de quien esto escribe, siendo activos promotores de poner al día el gasto público del Ramo. Esos dineros, por supuesto, no son para la inversión en infraestructura.
Lo cierto es que los años siguen pasando con un catálogo que sigue acumulando rezagos.