Cada visita al Senado es mirar el abandono del Hotel Reforma (Mario Pani, 1936). Una y otra vez las estampas: imponente arquitectura, inmenso espacio, leyenda urbana, abolengo, lugar de tradición, punto sin igual que fue para reuniones de todo tipo. Me veo sentado en una mesa del restaurante con mis amigos bajacalifornianos Miguel de Anda (ya fallecido) y con Ignacio Ortega Becerra, quizá en 1987-88.
El pasado 5 de abril, por la reportera Nelly Toche, de El Economista, me enteré de una resucitación enteramente parcial del Hotel Reforma: la apertura, en un cachito de sus entrañas, del Museo del Futuro, MUFO.
En su nota, Toche refiere a Mariano Montaño, director del recinto, quien explica “que el espacio integra un cúmulo de experiencias mutables en el arte inmersivo y digital, además de una propuesta de comida y bebida, donde el factor experiencial es lo más importante; participarán propuestas como el restaurante Carajillo, del master chef Juan Arroyo, y Café Ocampo”.
También me enteré en ese día que MUFO “es organizado por QUARSO, un estudio de creatividad digital especializado en el diseño y creación de experiencias inmersivas, así como en la realización de instalaciones artísticas alrededor del mundo y GRUPO ACHE, agencia creativa con gran experiencia en la ejecución de ideas, que cuenta con una amplia trayectoria en la producción de eventos, dentro de los que destaca la creación de los festivales de Bahidorá, Akamba y Solar”.
Dos meses y pico después, sin más santo y seña, alisté la expedición al MUFO, en lo que fue mi bautizo en un espacio de esta naturaleza. Por ello mi relato es el de un lego en estos asuntos y por lo mismo, mis palabras están acotadas.
Además, la pura convivencia, esquina con esquina, con los senadores y su porte surrealista, es una provocación de significados.
También me motivaron los que, creo, son conquistas de los creadores del espacio (igual no lo son, ya dirán los especialistas).
Primero, por conseguir la anuencia de los dueños del hotel para su parcial empleo; segundo, por obtener el permiso de uso de suelo; tercero, por la inversión que bien han realizado, y cuarto, por aventarse a instalar una modalidad del género que debe tener, a los conservadores del ser museístico, bastante descompuestos.
Oscuridades, luces, viajes
Como no pertenezco a bando alguno en las corrientes de expertos antes descritas, llegué a MUFO hacia las 13:30 horas del viernes 10 de junio. Muy amable bienvenida y en precio especial, 200 pesos el ingreso.
Quise el día anterior comprar a través del portal, sin éxito. El de la taquilla, al escuchar mi observación, recomendó bajar una aplicación de ventas de la cual no vi recomendación en el sitio.
A esa hora el restaurante está despoblado.
No hay filas, ni empujones. Otro empleado informa del número de salas y su ubicación. Tómelo con calma, me dice, no hay tiempo límite para su estancia.
La primera escala al futuro se llama El día que dejamos el campo 2013. Tundra. Leo en la ficha y resumo lo esencial: “Una instalación audiovisual inmersiva, específica para el sitio e inspirada en el entorno natural y su lugar en el paisaje de la ciudades modernas (…) las briznas de hierba son el principal personaje (…) Utiliza la fuerza de lo digital para generar una reflexión sobre el delicado equilibrio entre lo humano y lo artificial”.
Si gusta puede recostarse, señala el que abre la puerta, pues en el suelo hay un reguero de colchones. Advierto un salón grande del primer piso del hotel. Vaya usted a saber qué hubo aquí en esos años de vida hotelera. Me tiro en la cama.
Así es: hierba revolotea en el techo, bailan en el campo. Se desplazan gamas de colores. Los movimientos dan numerosas texturas. Siento calma. Cierro los ojos y escucho lo que me remite a un paisaje sonoro. A quedarse quieto, hay silencio. El ambiente da caricias. Hace falta empiernarse con un hábitat así, concluyo.
Habrán pasado unos 10 minutos. Salgo al encuentro de la segunda escala, un pasillo con pantallas. Es la denominada Galería MUFO. Contiene una variada oferta de arte digital, todas con personajes de caricatura. Se invita a invertir en obras formato NFT.
Cada televisor ofrece una muestra del colectivo y/o creador, con el código QR para obtener el catálogo. No conozco nada de lo que veo: Bore Ape Yacht Club, Mfers o Crypto Cannabis Club, entre otros. No me detengo muchos minutos, me desespero.
La tercera sección lleva por título Proyectos invitados. Se trata de Réflex, instalación interactiva de Gil Castro. Me topo con un conjunto de pantallas en vertical, provistas de cámaras laterales que enfocan parte del cuerpo del visitante, según haga su aproximación.
A las imágenes insertas en diseños y dimensiones también desconocidas para mí, se sobrepone lo captado. Cada “espejo” apela a una condición: Cuerpo físico, Alma racional, Cuerpo astral, Yo espiritual y Espíritu (ATMA).
Gozo de un disfrute juguetón. No tanto como un grupo de bellas mujeres, tan jóvenes, que acaba de sumarse a la sala. Se divierten tomándose fotos, echando relajo con voz altísima, subrayando lo que que se distorsionan sus sensuales fisonomías. No es broma: muy lindas las seis.
Tampoco anoto los minutos que demoro en esta experiencia interactiva y enfilo a la cuarta sala, donde se encuentra Lunar de Martín Leveque. Se explica que es una “instalación ligera y resistente de acero inoxidable inspirada en las caminatas nocturnas por la Ciudad de México”.
Es, en efecto, la luna. Se mira en un cuarto cambiando, gracias al baño de una paleta de colores, de texturas cada cierto número de segundos ¿o minutos? Eleva un mensaje de paz, evocación, sigilo noctámbulo en abstracción en una bulliciosa metrópoli.
La quinta escala es, para todos mis acompañantes de excursión al futuro, la más intensa. Una mega obra inmersiva multidimensional nombrada Datos como pintura. Algoritmo como pincel.
La ficha técnica indica, sintetizo, que “Ouchhh es un estudio global de creatividad y new media (…) pionero en pinturas y esculturas basadas en data, con un enfoque impulsado por la mente”.
Ignoro si mi estancia duró más que en Tundra, pero el ciclo de pinceladas, tonalidades y réplicas a cuerpo entero, acompañadas de un paisaje sonoro, del techo hasta allá, hasta el sótano, acá abajo, es sensacional.
De nuevo es inevitable pensar en cuerpos desnudos: el viaje multiplicado por ellos debe ser extraordinario.
Al final del MUFO, ya de nuevo en la planta baja, se entra a Percepciones, de Antoni Arola. Resumo de lo escrito en la cédula: “La intención de la instalación es sugerir que el espectador se convierta en actor principal y se sumerja en un lugar donde el movimiento y los reflejos cambian su percepción y van creando un entorno mágico, onírico, irreal”.
Entre piezas de blues y clásica, dos grandes espejos giran, son dos puertas provistas de espejos. Cubren del piso al techo. Los puedes rodear, evitar, seguir, retarlos. Conforme decidas acometerlos, te reflejas, ves a los demás que visitan la sala.
También tienes la posibilidad de sentarte en una banca frente a ellos y deleitarte con las vistas de sus giros. Lo hice aprovechando, además, a las muchachas guapetonas que, fascinadas, bailaban para grabarse como si estuvieran en una discoteca.
Llegué al MUFO con la intención de quedarme a comer. No fue un buen viernes. El desolador panorama no me invitó a pedir un mezcal que, por lo demás, no me gusta.
Enfilé, alegremente, hacia mi cantina favorita, el Salón Palacio. Al andar quise sacudir alguna vibra especial después de la inmersión futurista. No pude dar con ella contundentemente.
Eso sí, por mis adentros respiraba un aroma de tranquilidad del otro mundo, un deseo de volcar esos ambientes en un espacio doméstico. Sigo preguntándome si es viable crear una experiencia inmersiva en la sala de la casa o en la habitación.
También sentí un dejo de placer por esas chicas que fueron mis acompañantes de aventura. Su nave supersónica, escuché antes de alejarme, se dirigía a Polanco.
Cómodamente instalado en el Salón Palacio, brindé por las viajeras, por mis especulaciones futuristas y por el entrañable cliente del lugar que fue Carlos Martínez Rentería, fallecido apenas en febrero pasado. Si hubiéramos ido al MUFO, seguro estaríamos bebiendo con ellas.