No tiene nada de malo enfrascarse en el rutinario y, a veces exasperante, análisis de la propuesta anual de presupuesto de la Secretaría de Cultura nacional. Sin mejora en el abordaje de su alcance como de su significado, se olvida que representa una parte del gasto gubernamental destinado, como se dice comúnmente, a los bienes y servicios culturales que presta el Estado.
Dicho de otra manera, el presupuesto nacional al quehacer cultural se integra por una gran cantidad de asignaciones. Una es la federal; las hay en los estados y municipios. Se distribuye en las tareas de las instituciones de educación superior públicas y en ciertos casos, a través de las privadas. El sistema fiscal que brinda estímulos es otra vía para canalizar fondos del erario, como sucede con las donatarias, la producción cinematográfica y las artes escénicas, entre otras actividades.
El INEGI, a través de la Cuenta Satélite de la Cultura, tiene la serie 2008-2021 que fija los miles de millones de pesos aportados por la federación y los estados. En 2021 fueron 68 mil 755 millones de pesos, divididos en 41 343 y 27 412, respectivamente.
Tal incapacidad de miras tiene que ver, por un lado, con una insana costumbre procreada por el centralismo. Tanto el posrevolucionario, como el neoliberal como el supuestamente cuatro veces transformador. No hay vuelta: los poderes centralizados mandan en todas las bandas.
Otra razón la encontramos en la falta de aprovechamiento de la información generada por el INEGI para comprender el sector cultural. La trayectoria del instituto se torna dentro de lo excepcional en lo que va del sexenio, al no verse en la picota presidencial. Y lo que se ha avanzado en las cuentas nacionales de cultura debería ser el centro de la discusión de la comunidad.
No sólo han entregado desde 2014 la Cuenta Satélite de la Cultura. El INEGI no ha cesado en generar productos para hacer de la actividad cultural un ser robusto en la estadística. Un conjunto de información que como da optimismo genera desazón por la letalidad del panorama. Es el que refiere al subdesarrollo del sector cultural de México.
La actualización de resultados por el Cambio de Año Base (CAB) a 2018 y el anuncio de nuevas herramientas, profundiza en el rezago de la economía cultural. En una primera aproximación, tal evento es observable en el Valor agregado bruto (VAB) por sector económico. Se destaca, a su vez, en la baja del PIB de 2021 de 3.0% del año base de 2013, a 2.7% en el nuevo referente.
Sobresalen dos fuentes que revolucionan lo hasta ahora conocido y que me han cimbrado. Primeramente los indicadores del VAB de la Cuenta Satélite por entidad federativa. Para quienes hemos dado la batalla por adentrarnos en la caracterización de los sectores culturales en distintos estados de la república, los valores son oro molido como cuerdas para la horca a la vez que talismanes en busca de dueños.
El asunto no es menor. Por primera vez en la historia del sector cultural podremos articular un análisis nacional y por estado, así como dar rienda a los comparativos que, sin duda, serán odiosos. Se abren muchas puertas de diálogo e incluso de contrariedad. Será interesante observar la reacción de los organismos culturales de cada entidad, como se sus comunidades.
También se entrega por primera vez el mapa de las áreas culturales predominantes en el país. Que en 18 estados sean las artesanías mientras que en dos son el Patrimonio cultural y natural y en otro par los Contenidos digitales e internet, da para ponerse de cabeza. La congregación de cifras en la matriz disponible del año 2018 pone a los pelos y a los mitos de punta.
Por supuesto que no estoy en contra de la producción artesanal. Ha sido una constante en la estructura de la Cuenta Satélite y satisface un mercado interno, con escasa repercusión en las exportaciones. Esta preponderancia da para un enorme drama: el subdesarrollo cultural, una noción que revienta los tímpanos del nacionalismo revolucionario, del orgullo nacional cuatrotero o neoliberal. Vaya que se tiene qué discutir este mapa.
En tal perspectiva se añade, cito del comunicado del CAB del INEGI, que “el área de Patrimonio cultural y natural presenta una mayor desagregación en las actividades relacionadas con la gestión pública (como museos, bibliotecas y patrimonio inmaterial)”.
Tanto más sacude otro componente: los resultados del sector por ciclo de la cultura. Ya es accesible la identificación de las actividades por etapas a partir de 2021. Se cita así la cadena: “creación, con 15.1 %; producción, con 15.9 %; transmisión y difusión, con 35.2 %; consumo, con 21.7 %; preservación, con 3.5 % y formación, con 8.6 por ciento”.
Aún hay más para la nueva narrativa del sector cultural: “Destaca la presentación de los datos con una desagregación que incorpora la dinámica del sector, como el caso del área general de Contenidos digitales e internet, que incluye las actividades de acceso a internet, desarrollo de aplicaciones y la transmisión de contenidos digitales”.
Lo anterior se liga con el inicio de la cuenta de la Economía digital, la cual evitará, al fin, numerosas fantasías alrededor del asunto. En los primeros datos del 2018, dicha economía contribuyó con el 7.4% del PIB, más del doble del sector cultural y casi lo mismo que el turismo. De esa cifra el 3.6% “correspondió a las industrias que las TIC (industrias digitales) habilitan”.
Así que tenemos nuevas baterías para seguir conociendo y repensando el desarrollo cultural. Hablamos de una tarea poco atractiva para la mayoría de los integrantes de la comunidad que habita el sector, de nula repercusión en la opinión pública como tampoco en las estructuras de gobierno, en la empresa privada y en las organizaciones no gubernamentales.
Algunos no bajaremos la guardia, pese a todo.