Madrugando amanece el año y como se dice, cuentas claras columnista duradero. Vivir para contarla, se hace camino al andar, experiencia que no mata enriquece y no me pregunten cómo pasa el tiempo como tampoco cuántas deudas bancarias tengo. En el ido 2023, tuve la posibilidad de gastar 15 mil pesos en variedad de conciertos.
La mayor tajada fue en las tres temporadas de la OFUNAM y en la única de la Orquesta Sinfónica de Minería, incluyendo los programas fuera del abono, que suelen costar lo mismo o más que el abono de ocho a diez conciertos.
Todo ocurrió en la Sala Nezahualcóyotl del Centro Cultural Universitario. Estuve en 30 ocasiones. Es decir, tuve un banquete anual de alrededor de 40 horas de música, con un estimado de 100 obras diferentes y un montón de solitas espectaculares como los pianistas Pierre-Laurent Aimard (Francia) y Daniil Trifonov (Rusia), a pesar de haber “masacrado”, como escribió el querido amigo y crítico Lázaro Azar, el Tercer Concierto para Piano de Rachmaninov.
En complemento, acudí en una ocasión a la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México y otra a la Orquesta Sinfónica de la UANL, en Monterrey, acompañando al maestro Eduardo Diazmuñoz.
Pude ver cuatro óperas, tres de ellas en el Palacio de Bellas Artes y conmovido hasta las cachas por la maravilla del montaje, en el Auditorio Nacional, vi la transmisión en vivo de Florencia en el Amazonas, de Daniel Catán. El hecho más sobresaliente de mi anuario de consumos culturales: por primera vez en cien años la Ópera de Nueva York hizo suya una obra en español.
Hubo algunos extras musicales. La gala de la mezzosprano de Letonia, Elina Garanča, el Quinteto Astor Piazzolla, la rockera Cecilia Toussaint y el del jazzista Roberto Aymes. En Bogotá escuché un chelista todo terreno, Santiago Cañón-Valencia.
En el capítulo de las artes escénicas, fue un tremendo descubrimiento la compañía suiza Mummenschanz, en el marco del Festival Internacional Cervantino en la Ciudad de México. En consecuencia, estuve once veces en salas de teatro y me quedo con el montaje de José Luis Cruz, en el Círculo Teatral, de Final de partida, de Samuel Beckett.
Lamentablemente no asistí a ninguna función de danza o baile, en cualquiera de sus manifestaciones. Bueno, quise aprender a bailar y no pude.
Más números. Compré 16 libros y me obsequiaron tres, una inversión de unos 5 mil pesos. Más novelas que otros géneros: 10 contra una antología de poesía de Rubén Bonifaz Nuño. Solitarios: de ensayo, entrevistas y sobre historia del jazz en México. Dos biografías, de Eduardo Diazmuñoz y Miriam Kaiser. Ningún libro electrónico. Me quedo con la novela Las muertes de Genji, de Vicente Herrasti.
Gasté en internet (claro, en la estadística se cuenta como consumo cultural), en la suscripción de Amazon Music y en la del periódico Milenio. No adquirí un solo disco compacto, pero mi hermano me regaló las sinfonías completas de Schubert. No acudí a exposiciones ni museos, tampoco a parques de diversiones, ni zonas arqueológicas, ni casinos, eventos deportivos o centros nocturnos (recordemos que coexisten cuatro categorías: cultura, entretenimiento, recreación y esparcimiento).
Mis cálculos arrojan mi ser beisbolero: mi atención se centró en las Grandes Ligas, unos 35 partidos completos, incluyendo los divisionales y la Serie Mundial, a través del servicio de izzi. De la Liga Mexicana apenas soporté cinco partidos, son en verdad malos. Por el gusto de mi hija Mariana, le acompañé viendo algunos partidos del América.
Pertenezco al reino de Netflix. No tuve el cuidado de anotar el tiempo de duración de cada producto audiovisual que me chuté en la comodidad de mi departamento. Las sumas que puedo entregar son: 47 largometrajes, 11 series, siete documentales y una minificción. Del conjunto, de factura mexicana 10 películas, cuatro documentales y dos series.
En el streaming cito El Conde (Chile) de Pablo Larraín, La canción de los nombres olvidados (Hungría) de François Girard, Buena suerte, Leo Grande (Reino Unido) de Sophie Hyde y El último vagón (México) de Ernesto Contreras. Con toda la pena del mundo, fui al cine cinco veces. Anoto las películas Tár de Todd Field y ¡Que viva México! de Luis Estrada.
A todo este inventario añado las muchas horas en las redes sociales. De manera dominante X (antes Twitter) de donde abrevé la parte medular de la información y del griterío, muchas veces insolente, acerca del país.
Facebook me confirmó que el 2023 fue el de un espacio de aburrición, lleno de anuncios y de la ira del capricho selectivo de sus dueños. Instagram no se me da, pero algo le hice. Del resto, ni sus luces en mi vida.
Algunas muertes de gente valiosa merecen ser nombradas ya que empujaron búsqueda de información. Son el caso del músico Víctor Rasgado, el actor Ignacio López Tarso, del comediante Xavier López “Chabelo”, del fundador de la FIL Raúl Padilla y del escritor Ignacio Solares.
¿Cuánto gasté en mi mundillo cultural? Todos los bienes y servicios que tuve a bien anotar me dan una cifra aproximada de 50 mil pesos en 12 meses, unos 4 mil pesos por mes. Bueno, el verdadero extra son tres boletos (de los más económicos, a mil varos cada uno) para el concierto de Madonna que, comprados en agosto para asistir en enero, serán efectivos en abril por culpa de las enfermedades de la preciosa mujer. Así son los negocios.
Bienaventurado 2024 a los lectores de Palabra con quienes espero pronto compartir mi reciente libro Vislumbres del sector cultural, que aparecerá en coedición de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL) casa donde han aparecido mis obras desde 2007 y el sello Lectorum.
2024 abrazos.