Me propongo ser el productor de la película Las muertes de Genji, de Vicente Herrasti (Alfaguara, 2023). Para sentarme a elaborar el plan compro una botella de sake Shirataki Shuzo ya que, convertir 529 páginas en una serie de apuntes que habrán de servir para armar una cantidad de guiones, no es tarea sencilla.
Por cierto, tampoco la tienen fácil los reseñistas y críticos. La enorme complejidad del edificio narrativo les habrá puesto de cabeza. Entre si es una novela total o una novela con novelas, orientar a los lectores es un desafío distinto a otras piezas literarias de estos tiempos.
Ajeno al oficio de los expertos, dispongo que el punto de partida queda claro. Hay que enfrentarse a un libro que nace de un libro. Una monumental obra que a Herrasti enloquece y para dar solvencia a su locura genera una narrativa múltiple.
Se trata de Genji monogatari o La novela de Genji, de la escritora Murasaki Shikibu, escrita en el año 1000, allá cuando Japón no era Japón. Atañe al periodo Henai de notable influencia china.
Un modesto productor de largometrajes tiene que sintetizar el perfil del protagonista del clásico japonés. La primera y señera traducción la realizó el inglés Arthur Waley en 1925. Ilustra el devenir de una suerte de príncipe llamado Genji.
El personaje atrae generaciones de lectores, de fervientes cultores, de ejercicios de religiosidad suicida y de estudiosos cegados por sus misterios. Por ello Vicente Herrasti crea una cofradía que da cauce a una detallada trama. El título anuncia el nodo que prefiero citarlo en pregunta: ¿qué fue de las muertes de Genji? La respuesta es: compre la novela en lo que la convierto en película.
Hay para escoger el tipo de filme a realizar. En Las muertes de Genji puede uno como productor elegir por la cinta de corte literario. En este caso al espectador se le nutre de la narrativa de Murasaki Shikibu, del proceso creativo, de las complejidades de los personajes, de la escenificación social, amorosa, pasionaria y del arte escrito que se acompaña del arte visual, plástico.
Mientras que el anterior abordaje es para un público adorador de lo biográfico, con el acento de la genialidad literaria y cultural de una época, tenemos otro propio de quienes buscan emociones fuertes.
Este productor refiere al género de aventuras. Vicente Herrasti concibe circunstancias, personajes y locaciones que no sólo nada envidian a propulsores argumentales de dicha especie de Hollywood. Tampoco a los de exitosas franquicias inglesas o series pulcramente francesas.
Agitaciones cinéfilas
Cuando voy a la mitad del Shirataki Shuzo pienso en un tercer posible guion. Un desarrollo concentrado en la historia familiar de los japoneses que, por varias generaciones, viven tanto el influjo -feliz, amargoso, letal- como del desafío de lograr dar con el final de la legendaria historia de La novela de Genji.
En esta modalidad de filmación, los personajes de otros países – de Italia, Francia, Rusia, Noruega- trazados por Herrasti para acompañar al clan nipón conforman una galería de portes y temperamentos que dan contrapunto a la recreación de la cultura de la nación insular. Son la familia nuclear y extensa con sus modos de vida. Son templo, capilla, altar, jardines, hogares, músicas, rituales, enfermedades. En ellos se concentra la herencia del bienamado Yukio Mishima, de la ciencia astronómica, de la física, de la magia y de la historia del arte.
Últimos sorbos de sake. Este productor abre el abanico de Vicente Herrasti, de quien se celebra otras novelas, como Taxidermia (1995) y Fue (2017). Existe la posibilidad de un thriller de suspenso.
En esta perspectiva Las muertes de Genji ponen al filo de la butaca. Seguramente sería la producción más costosa por el alud de eventos, escenarios, vestuarios y pormenores de diversas épocas. No sólo pienso en el Hotel Van Gelder en Ámsterdam, en hacer visible la aurora boreal de Noruega, en el singular negocio cultural El Puente de los Tiempos, templo de las artes aplicadas y del jazz -con la presencia del mismísimo bajista John Francis Pastorius III en sensacional “palomazo”- o en el Kioto de los años de la Segunda Guerra Mundial.
A los historiadores de arte, libreros, marchantes, anticuarios, galeristas, coleccionistas, expertos en conservación, policías dedicados al tráfico de bienes culturales y a los curadores, entre otros de esta especie del sector cultural, les pondrá de nervios lo que Vicente Herrasti conjuga. El tal Genji, el inaprensible héroe, provoca un thriller. En este abordaje importan los bienes culturales como personajes y la escalada internacional que, por anhelados, generan.
Claro, estiremos las especulaciones del ansioso productor. Por ejemplo, una versión infantil y adolescente en animación. Otra: un serial de mangas.
Para cerrar estas líneas me conseguí unas Cerezas de Yamagata y puse de fondo música del ensamble de música tradicional Tokyo Gagaku.
Por lo mismo sugiero a las mentes curiosas del análisis del sector cultural sumergirse en las páginas de Las muertes de Genji, de Vicente Herrasti. Si bien no contiene una estadística cultural, es factible aplicarle el desmembramiento para comprender que una obra literaria sea a la vez un mapa de economía de la cultura.
Selección de citas del productor
“Es curioso señalar que, cada uno por su lado, sufría accesos de angustia injustificada que se calmaban recordando la largueza del Genji -casi el doble del Quijote- y sus 430 personajes. Bien administrada, la obra les daba la sensación de poder albergarlos infinitamente”. (P. 50).
“Cuánta fuerza adquiere lo irremediable cuando nos muestra sus credenciales arbitrarias”. (P. 56).
“Así, la vanidad, ese supuesto vacío, derivación de la soberbia, hijastra de la arrogancia, se justificaba y justificaba su vida siempre y cuando los demás no la advirtieran. Para ello, había que disfrazarla de risa, vestirla de ocurrencia, tapizarla de ironía”. (P. 137).
“Nunca se había topado con una mujer de rostro volátil y creía que con mirarla una segunda vez las facciones inasibles quedarían prendadas a la memoria, pero no. Ese tipo de personas, casi siempre mujeres, exigen que se les conozca desde cero siempre que se las mira. Toda ocasión es la primera”. (P. 182).
“Mi yo era un hueco ideal para albergar a nadie”. (P. 259).
“La cadera de Yumiko pendía de la cintura como una gota que crece al máximo poco antes de caer”. (P. 270).
“Hay muertes que no podemos quitarnos de encima; se notan aunque las maquillemos. Como la edad en las mujeres guapas o la envidia en las más feas. Decía mi madre que esos muertos lo matan a uno sin darnos cuenta. Su muerte salpica”. (P. 302).
“El Genji monogatari se expandía engulléndolo como si fuera una gigante roja que en el trance de muerte arrastra también a todo aquello que rodea. Como el arte genuino con los espíritus afines”. (P. 319).