Por tantos años de estampita de papelería para salir de apuros escolares. Y después de libros que lo describen, a los que no nos toca una investigación acuciosa, como uno de los muchos personajes siniestros de la historia de México.
Al terminar la lectura de El indio Victoriano. Del idealismo a la desolación, la novela biográfica de El Chacal de Gustavo Vázquez Lozano (Debate, 2023, 439pp), sentí una enorme confianza en el autor. Me la juego con él, con su encomiable labor tanto de indagación histórica como de audacia literaria.
Cuando me ocupo de un libro, me encanta hacerlo extensamente. No por mis capacidades de crítico y reseñista. Sino por traer a este espacio el mayor número de citas, de extraer lo que, creo, empujará a los lectores a comprar el libro. Eso: a poner su dinero en una obra que le digo ¡adquiérala! ya que está ¡buenísima!
Vaya muerto es el que pide 108 años después que lo exhumen de un cementerio en El Paso, Texas, frontera con Ciudad Juárez, para sepultarlo en el camposanto de su lugar de nacimiento. “Soy Victoriano y aguardo a que alguien me levante, que alguien tome mi ataúd y lo lleve a Colotlán (Jalisco), a las entrañas de México, a mi lugar de origen, conforme ya con mi muerte. Soy Huerta y estoy esperando” (p.17).
Y seguirá la espera, como la de Porfirio Díaz, a quien sirvió, generales a los que el escritor Gustavo Vázquez Lozano hace hablar perfilándose, así, para una serie de episodios de porte audiovisual, cinematográfico, de saga para alguna empresa de producción streaming.
El biógrafo no da tregua en su relato sobre José Victoriano Huerta Márquez (1850-1916) quien una vez dijo: “El orden es el sueño del hombre” (p. 91). Indio huichol de Jalisco, militar de carrera impecable, matemático, astrónomo, geógrafo, alpinista, cartógrafo, lector, con dominio del inglés y excepcional estratega para las batallas que “jamás perdió una” dada su admiración al modelo alemán. Un apasionado de los misterios del universo, capaz de orientarse por las constelaciones, un hombre nacido y muerto en la pobreza que perdió la vista por ver directo al sol en su afán de deleitarse con el planeta Venus.
El indio Victoriano, siempre “el indio” pronunciado por propios y extraños despectivamente, fue presidente interino del país de febrero de 1913 a julio de 1914.
El popularmente conocido como el general Rompope “por estar hecho de alcohol y huevos” (p. 260).
La infancia es destino y Gustavo Vázquez Lozano nos lleva a comprender lo que el muerto dice: “Entonces recibí de lo alto, como en un horrendo bautismo, un sentimiento que me persiguió durante toda la vida, en la que, por cautela y método, nunca permití que ninguno tuviera cabida, excepto ése: el odio” (p.104).
“(…) el odio tenía la capacidad de no sólo mantenerse puro e incorruptible, sino que se alimentaba a sí mismo sin necesidad de nada y de nadie; era capaz de expandirse y convertirse en fuerza creadora” (p. 190).
La estructura de El indio Victoriano. Del idealismo a la desolación, la novela biográfica de El Chacal de Gustavo Vázquez Lozano va de la cuna a la sepultura. Articula un personaje que uno siente sincero, crudamente objetivo. Por ello la galería de sucesos y personajes que le acompañan, no escapan a la elocuencia con la que el generalísimo Huerta los hace cómplices de su devenir.
De ahí que: “Quién negará que aquél fue el encuentro más extraño de la historia de México, Victoriano Huerta y Benito Juárez, los dos únicos indios en haber sido presidentes de la República; él nacido con la primavera, yo con el invierno; él al final de su larga carrera, yo al inicio de la mía; él Augusto, yo Nerón; él elevado a los altares cívicos y deificado como mesías, yo convertido en anticristo. Él tuvo su Ciudadela y yo la mía. Él tuvo su mártir, alto y rubio (Maximiliano), y yo el mío, bajito de negra piocha (Madero). Él tuvo su invasión extranjera y yo la mía; ambos, como Cicerón, pusimos en segundo lugar la ley y en primero salvar la República. Nos parecemos más de lo que sospechan” (p.78). Continuará.