¿Dónde se mezclan los idearios de Victoriano Huerta con los saberes y posiciones del historiador Gustavo Vázquez Lozano? En no pocos episodios de El indio Victoriano. Del idealismo a la desolación, la novela biográfica de El Chacal. De manera ostensible en la medida de que se llega a personajes o situaciones que se han convertido en intocables. Basta referir, por ejemplo, como “Cuando reparé por primera vez en Madero se trataba de un señor dedicado a dar discursos incendiarios en partes lejanísimas de México, monólogos chillones de poco mérito intelectual” (p. 229).
Va duro Huerta para provocar al lector: “Mi primera impresión de Madero era que existían en su cuerpo dos personas que nunca se ponían de acuerdo; tenía el aspecto de un erudito, pero también de un enano de circo; hablaba como juicioso diplomático y después como un merolico vendedor de comales; conmovía su mirada y enseguida un espasmo cómico de su hombro hacía que perdiera toda credibilidad” (p. 245).
En tal virtud, cuando el curso de los hechos tras la renuncia de Porfirio Díaz y la asunción del político coahuilense a la presidencia de México, Huerta se decanta: “Preferible la miseria y el anonimato dando clases de matemáticas que estar a disposición de un loco” (p.249).
La trama va como película de aventuras, dicho con la mayor formalidad. ¿No es la historia de México un gran libro de aventuras, sobre todo cuando se trata de saber de “la carne y el hueso” de los “forjadores de la patria”? Es así como secuencialmente, Gustavo Vázquez Lozano nos conduce a los episodios centrales del indio Victoriano. Y se deslizan más guiños: “Con las principales poblaciones ocupadas (…) me dirigí a Villa de Ayala a donde Zapata huyó como la mujerzuela que era” (p. 245).
Luego, “Al día siguiente se me presentó un grupo de voluntarios irregulares que dirigía un antiguo salteador de caminos, zafio y de toscos modales. Se llamaba Francisco Villa. ‘Soy el general Villa’, me dijo tendiendo la mano sin darse cuenta de lo que debía hacer era un saludo militar. ¿General? ¿En dónde estudió este estúpido para llegar a general?” (p. 255).
Con un manejo de la ironía, del ser mordaz, Huerta, de la mano del narrador ataja: “A sugerencia mía (Madero) aceptó que se otorgara el título de ‘general honorario’ al robavacas, cosa que enfureció a mis oficiales, todos militares de carrera. Fue un movimiento calculado de mi parte sugerir la falsa distinción para Villa; se sentía una especie de Aníbal, un conquistador feroz como Gengis Kan, cuando en realidad era un sicario ignorante y vulgar como el Tigre de Santa Julia, al que agarraron cagando” (p. 262).
Ese héroe cuya crueldad se honra: “El bruto que un día antes me llamó indio y amenazó con fracturarme la cara dobló una rodilla frente a mí. Me pidió perdón, sollozando como vieja” (p. 265).
Sin temblarle el teclado, Gustavo Vázquez Lozano acuña en la voz de su protagonista: “El mismo año yo, Victoriano Huerta, doblegué a Pascual Orozco, a Pancho Villa y a Emiliano Zapata”. (p. 266).
Conforme avanza la lectura, uno siente ansiedad por llegar a ese lugar de la Ciudad de México donde los espacios culturales son recorridos por los fantasmas de la Revolución. El traslape se torna en guion cinematográfico. “Era el deber del decrépito (general) Lauro (Villar) evitar las bajas de civiles, jamás haber ordenado fuego a discreción entre cientos de curiosos que creían estar en una obra de teatro. Pero a este infeliz la historia sí lo tiene como héroe” (p. 281).
El indio Huerta del escritor Vázquez ofrece una panorámica de La Decena Trágica, como uno de los operadores del bando maderista. “El insensato (de Madero) no alcanzaba a comprender la terrible asimetría de poderes. Nosotros disponíamos de setenta torpedos y algunos rifles viejos, en tanto que los tres mil sublevados (a la cabeza Félix Díaz) estaban en posesión de cincuenta y cinco mil fusiles, treinta mil carabinas, cien ametralladoras y veintiséis millones de cartuchos” (dado que la Ciudadela era el lugar donde se guardaban esos pertrechos del ejército federal) (p. 285).
La intromisión del gobierno de los Estados Unidos se introduce en el contexto de La Decena Trágica cargada de algo más que al general Huerta marcó: su odio a los norteamericanos. Dice: “El embajador de ese país, Henry Lane Wilson, un hombre que sentía un profundo desdén por Madero, comenzó a dirigirse directamente a mí y a intentar erigirse como mediador entre yo y Félix (…) ¿Me molestó aquella descarada interferencia? Por supuesto, pero me daba cuenta de que Wilson se había constituido ya en otro poder con el que debía lidiar (…) Todos querían una solución rápida (EU y los diplomáticos de otras naciones) y para Wilson ésta consistía en deshacerse de Madero” (págs. 287 y 288). Continuará.
Primera parte
https://pasolibre.grecu.mx/el-indio-victoriano-provocadora-biografia-1/
Segunda parte
https://pasolibre.grecu.mx/el-indio-victoriano-hecho-de-lumbre-2/