En el agobio generado por la toma de la Ciudadela, en tanto se lograban reunir efectivos militares, mientras otros mandos militares confabulaban, “Fue en ese momento que supe que Madero era una causa perdida. Lo peor era que me hallaba entre el taimado de Félix Díaz, el truhan de (Manuel) Mondragón, el asustadizo intelectual Ángel García Peña y el tifón que era (Aureliano) Blanquet, el padre de todos los monstruos, el próximo general fuerte de la República”, asevera Huerta. (p. 291).
¿Es la obra de Vázquez una profunda reconsideración acerca del rol jugado por Huerta? No hay duda en la intención del principio al final del voluminoso libro El indio Victoriano. Del idealismo a la desolación, la novela biográfica de El Chacal: “Con imbecilidad digna de un tratado se ha dicho que yo, como un Nerón huichol, por ser salvaje y sanguinario, no combatí a los rebeldes de la Ciudadela, sino que simulé toda la debacle; que me puse de acuerdo con Félix para destruir la capital, para aparentar una guerra durante diez días y después bailar sobre las ruinas de México, diciendo que yo había traído la paz. Los malos historiadores que no tienen idea de la organización de un ejército, ¿se imaginan que estaba yo solo al mando de los soldados? (…) Cientos de disposiciones tomaron los capitanes, sargentos y mayores en el fragor de la batalla” (p. 292).
En el ataque de su defensa desde su sepulcro en El Paso: “‘Huerta fue y movió los cañones de Felipe Ángeles’, dijeron después de mi muerte. A ese grado de estupidez llegaron los intelectuales del régimen” (p. 293).
Ante una presidencia sitiada, los mandantes son los militares: “Al principio me negué incluso a que se tocara el tema, pero las voces que hablaron por el grupo de Díaz, Mondragón y (Francisco León) De la Barra demandaron, sordas, que Madero pereciera” (p. 301).
En plena asonada en la capital mexicana, tiene lugar un banquete en el restaurante Gambrinus, a invitación del Gustavo Madero. Huerta sabía que era una trampa. “Unos minutos después llegaron mis hombres a arrestar a la concurrencia. Supe que los meseros del Gambrinus habían recibido mil pesos cada uno. ¿Conspirar para asesinar a un general de división? Hice que los estrangularan a todos, uno tras otro, esa misma noche” (p. 303).
Tirados los dados de la suerte de Francisco I. Madero, “Tras tres horas de tensas deliberaciones firmamos por fin el Pacto de la Embajada a las nueve y media de la noche (…) El acuerdo estipulaba que yo asumiría, vigilado por los perros de (Félix) Díaz, la presidencia provisional” (p. 311).
La jornada posterior fue larga: “Don Pedrito, como le decían las damas, fue el presidente durante cuarenta y cinco minutos (…) Con la renuncia de Lascuráin (que sucedió a Francisco León de la Barra), unos minutos antes de la medianoche del día 18 (de febrero), me convertí en presidente de México, el tercero del día, con apego a la legalidad” (p. 313).
Lo aprendido en los primeros años de escuela cuenta que, apresados Madero y José María Pino Suárez, el vicepresidente, por instrucciones de Huerta, son trasladados al Palacio de Lecumberri, que era la penitenciaría.
Dice el general huichol:
“- ¿Qué órdenes?
“- Que ya pasamos a mejor vida al señor Madero y al señor Pino Suárez (le informa Aureliano Blanquet).
“- ¡Yo no di esa orden! -le grité en la cara tan fuerte que debieron de escucharme hasta el Zócalo-. Yo di las órdenes de que Madero y Pino Suárez fueran enviados a la penitenciaría” (págs. 319-320).
Remata: “Esta afirmación categórica he de hacer ante el libro de la historia: la muerte de Francisco I. Madero fue la peor catástrofe de mi vida. Fue el relámpago que abortó un plan de cuarenta años que gesté con paciencia, año con año, escalón por escalón, para llegar a ser presidente” (p. 322).
Reflexiona: “(…) sin la confianza del pueblo mexicano, decepcionado porque no había inaugurado el reino prometido, Madero era un cadáver. La bala que atravesó su nuca lo resucitó” (p. 323).
Se revuelca en el recuerdo: “Madero me servía un millón de veces más chalado en Cuba que en los altares erigidos por los constitucionalistas” (p. 324).
Suelta con amargura: “Ya convirtieron en mártir a ese pendejo” (p. 324). Continuará.
Primera parte
https://pasolibre.grecu.mx/el-indio-victoriano-provocadora-biografia-1/
Segunda parte
https://pasolibre.grecu.mx/el-indio-victoriano-hecho-de-lumbre-2/
Tercera parte
https://pasolibre.grecu.mx/el-indio-victoriano-madero-enano-de-circo-3/