El privilegio de darme un baño de juventudes. Ahí estaban, en un recodo del fabuloso Jardín Botánico de Culiacán, joviales con el calorón. Un enorme grupo convocado por la Secretaría de Economía del gobierno estatal, en efecto, en manos de otro jovenazo, Javier Gaxiola Coppel. Radiante el también empresario, acompañado de su esposa, compartieron su felicidad por el nacimiento de su tercer hijo.
En un martes del primaveral abril la jornada intensiva del Summit Industrias Creativas. Un escenario propicio para convertir la cita en una celebración de la minería sinaloense: la riqueza está ahí, lista para incrementar su explotación, es menester de la política económica alentar a esa suerte de mineros que son los creadores.
Así es, ingeniería creativa. En el acto inaugural Gaxiola Coppel traza la intención de un gobierno y el líder del Congreso local, Feliciano Castro, abona a un compromiso del legislativo con el sector cultural. De testigo el subsecretario de Promoción Económica, Felipe Ibarra y Chuy Gallardo, el director de Katana, la empresa productora cómplice de la cumbre, redondea los objetivos.
La chaviza se habrá de topar con experiencias, conocimientos y networking. Al irse, ya casi con el manto nocturno, sanados por los vientos frescos, llevarán en las venas varias dosis de estimulantes. Inyecciones sobre las industrias creativas como parte del sector cultural, alrededor de la creación de contenidos, sobre la monetización de plataformas, acerca de la realidad extendida con su arteria hacia la inteligencia artificial, líquido propulsor de videojuegos, elíxir de storytelling y ritmos para hacer negocios en la música popular.
Lo digo como fue: me correspondió abrir el Summit. Inesperadamente solo. Una serie de inconvenientes impidieron que estuviera acompañado de mi amigo, incitador de esta travesía por el lugar de los colhuas, Raúl Alfaro Segovia y por Alejandra Montemayor, del Consejo Británico.
El secretario de Economía de Sinaloa, Javier Gaxiola Coppel, durante su intervención. (Video de Eduardo Cruz Vázquez).
Así que tras los ajustes en los buenos oficios de Francisco Javier Moreno, el -por supuesto- joven coordinador de Comunicación de la secretaría, fui y vine por la pasarela. No es necesario contar mi mensaje sobre las pasiones que me desata narrar el sector cultural.
Un cartel con músculo
Jóvenes entrados a veteranos. Un discurso articulado, conectividad con su público, impulsos al ser emprendedor. Me siguieron en la intensa jornada un ramillete de talentos, bajo la conducción del ingenioso Pablo López, gurú y animador.
Próximo como lejano a ellas, a ellos. Su pulso agita mis más de seis décadas, le digo al curtido reportero Ángel Zamora, del staff de la secretaría de Economía. Como buen periodista alimenta con su conversación mis entendederas ante las pocas horas que habré de estar en un pedacito sinalonese.
Me convierto en observador y escucha. Los admiro: el despliegue de Yaneth Velázquez, partener manager en Netflix; la elocuencia de Nadia Tamez, directora creativa de Synergy Studio, de Guadalajara; el arrojo de Alonso Pruneda, de cuyo cuño nació su empresa Delfino Maz, con el sello del gran jugador que es de videojuegos.
Son también aguas de juventud para mis elucubraciones las sentencias de Luisito Rey, consagrado youtuber quien, al lado de Jan Bohnenstell, cautivador vloger como creador de contenido, se apoderan por la tarde del Summit. Converge en el afluente de los ríos de las industrias creativas, con gran expectativa, un afable Sergio Lizárraga, quien cuenta cachitos de esa empresa de la que es líder, la Banda MS (Mazatlán/Sinaloa) como de sus negocios en la producción de un sello discográfico además de ser caza talentos.
De las viandas a Las Riberas
En torno a una mesa del afamado restaurante Los Arcos, a mi derecha, en la cabecera, descubro a un chaval lleno de genio. Elvis, por ya saben quién, es su nombre de gamer. Oriundo de Mazatlán, Carlos Memo Rochín también es músico y cantante.
A la izquierda me queda Chuy Gallardo, con quien comparto mis recuerdos de esos años en que me tocó organizar conciertos masivos. Mucho congeniamos en los vislumbres del negocio y de la industria de la música, en que los caudales de los ríos creativos de su estado requieren de mayores empeños.
Nada como una comida alegre; qué delicias del mar van y vienen. Las conversaciones se entrecruzan. Sigo con sorpresa los instantes que zanjan la brecha generacional que me separa de ellos; boquiabierto ante lo que voy aprendiendo, ceremonioso al contar algún detalle que nos remite a cuando aún ellos no habían nacido.
Tras la conclusión de la tardeada en el Jardín Botánico, me puse pomada invisible. Quería caminar por Las Riberas, llevarme las estampas de mi andar al caer la tarde, como ya tenía las del amanecer. Se trata del enorme parque por el que fluyen las aguas, en estas semanas mansas, de los ríos Humaya, Tamazula y Culiacán.
A diferencia de las mañanas, en las cuales prevalecen los caminantes, los trotadores y las corredoras (imposible alcanzarlas), la noche se llena de unas luciérnagas rodantes. Un tumulto de chicas y chicos ciclistas. No sólo ellos llevan sus luces; también algunos seres ponen en sus gorras foquitos de luz roja intermitente. Más vale la señal, si nos atenemos a esas zonas oscuras que de pronto hay en el larguísimo recorrido que se puede hacer.
Este inmenso patrimonio natural, dicen que de 150 hectáreas, me sumerge en las historias que invento de cada riberandante, de cada pedalista, de cada perro (con dueño o sin él). He de fijarme cuidadosamente en la renombrada belleza de las mujeres de esta región nacional. Conforme ando la ruta a la que me ajusta mi resistencia, siento la felicidad de lo imposible.
Pero de la brusquedad no se está exento. Me topo con avisos sobre personas desaparecidas y con un par de tanquetas apostadas por unos minutos a las afueras del hotel una mañana.
Rumbo al aeropuerto, el socio de Chuy, el muchachón Ramiro Ortiz, va al volante acompañado de su esposa Annel. Me digo que Culiacán ha pasado unas horas por mi vida con la fuerza de un porvenir fundamentado en todos esos jóvenes que me rodearon.
Un Solovino en su andar por Las Riberas. (Video de Eduardo Cruz Vázquez).
Final en las cifras
El Producto Interno Bruto por Estados (PIBE), desagregado por sectores del SCIAN, permite un acercamiento al sector cultural de Sinaloa. Una fórmula a la que comúnmente recurro en tanto las entidades federativas se deciden a elaborar las cuentas propias de las actividades culturales, como ya lo hizo Baja California, a través de su Secretaría de Cultura.
A datos del 2021 y con base a algunos de los sectores de donde provienen las cifras de la Cuenta Satélite de la Cultura, vemos un ramal de actividades terciarias con un 64.8% del total del estado. Sinaloa tuvo un PIB de 3.6%, con 561 mil 553 millones de pesos.
Por ello el comercio al mayoreo y menudeo (43-46), donde habrán algunos negocios culturales, suman el 25%, con cerca de 150 mil millones de pesos. Luego, el sector 51 de Información en medios masivos es muy modesto, del 0.4%, equivalentes a 2 mil 435 millones de pesos.
Otros ejemplos son el sector 54 de Servicios profesionales, científicos y técnicos con un 0.8% igual a 4 mil 510 millones de pesos. El 71 de Servicios de esparcimiento culturales y deportivos y otros servicios recreativos, ronda el 0.3% con 1,550 millones de pesos.
Por otra parte, el brazo donatario de Sinaloa, en el ejercicio fiscal del 2021, sumó donativos por 1,135 millones de pesos. En el estado sólo existen once donatarias culturales, alcanzando 55 millones 896 mil pesos. Dos de ellas se llevan casi la totalidad del monto, Impulsora de la Cultura y las Artes con 35 millones de pesos y la Sociedad Artística Sinaloense con casi 18 millones de pesos.
Los ríos de las industrias creativas son una mina.