¿Añorante del pasado? Sí, por qué no. La cooperación internacional y la diplomacia cultural cuentan con un historial digno de ser valorado, para comprender el oficio de dinamiteros en el cuatroteismo.
El recuento puede arrancar desde el siglo XIX. Por ahora fijemos el relato a partir del primer departamento de Relaciones Culturales en la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE), en 1958, con la figura del escritor Carlos Fuentes como uno de sus hacedores.
El presidente Adolfo López Mateos favoreció la creación de dos áreas en cancillería: el Organismo de Promoción Internacional de la Cultura y la Dirección General de Relaciones Culturales.
En esos años 60, la UNESCO expide la Declaración de los Principios de la Cooperación Cultural Internacional. Los presidentes Luis Echeverría y José López Portillo tuvieron un particular activismo que tocó el campo cultural (pregunten al flamante Senador Héctor Vasconcelos).
Es con el segundo de ellos que la cooperación cultural para el desarrollo llega al punto de favorecer una Subsecretaría de Asuntos Culturales en la SRE.
Con Miguel de la Madrid se avanza a una Subsecretaría de Cooperación Internacional. La fracción X del artículo 89 de la Constitución la incluye como parte de las responsabilidades del titular del Ejecutivo. Mucho y aun materia de controversia algunas de sus aristas, se desarrolla en estos campos durante el gobierno de Carlos Salinas.
Con Rosario Green como canciller y con el incansable precursor de estas materias, el embajador Jorge Alberto Lozoya, se crea en 1998 el Instituto Mexicano de Cooperación Internacional (IMEXCI). Con el entonces poderoso Consejo Nacional para la Cultura y las Artes se genera una dinámica potente.
Al llegar la alternancia con Vicente Fox, con Jorge G. Castañeda al frente de la SRE y con Gerardo Estrada en los Asuntos Culturales, la diplomacia cultural vive otra novedosa etapa. En una intención que lamentablemente no fructificó, se suprime el IMEXCI para dar paso al Instituto de México.
Con Luis Ernesto Derbez como canciller todo eso se vino abajo; con la Unidad de Relaciones Económicas y Cooperación Internacional se intenta volver a condiciones óptimas en estas funciones.
Como Senadora en el sexenio de Felipe Calderón, en un interés consecuente, pero mal diseñado, Rosario Green propone en 2007 la creación de la Agencia Mexicana de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AMEXCID).
Recuerdo ahora a mi colega Rafael Campos Sánchez, fallecido en 2014, ya que juntos dimos una enorme batalla para que lograr que la agencia fuera fruto de un amplio diálogo y capaz de responder a largo plazo.
Justamente por haber nacido coja, disfuncional, inconsistente, como un órgano desconcentrado de la SRE sin personalidad jurídica ni patrimonio propio (entre muchos asegunes), es que la AMEXCID quedó vulnerable.
Pese a los esfuerzos, a lo que bien o mal ha realizado en poco más de una década (nació en 2011), hoy forma parte de las instancias que el presidente López Obrador enlistó para desaparecer en las próximas semanas. Además, ya se le suprimieron sus fideicomisos.
Cosas de la vida, cuando Rosario Green ya no está con nosotros (falleció en 2017). De haber hecho caso en esas discusiones, la AMEXCID tendría que mejorarse y sostenerse pese a la poda administrativa del mandatario tabasqueño que, de paso, vulnera el precepto constitucional.
Vuelta a la prehistoria, la cooperación internacional para el desarrollo será absorbida por quien bien pueda en la cancillería.
Para colmo, en el perverso juego de los traficantes de despojos, Ebrard y su profesor Enrique Márquez Jaramillo comerciaron con aquello de la diplomacia cultural al revolucionario estilo de la cuatroté.
Al margen de la legalidad, ostentaron una instancia y un proyecto existente en sus acciones voluntaristas y mediáticas, pues al interior de la cancillería persistía lo que heredaron del canciller Luis Videgaray.
Tuvieron el atrevimiento de servirse de distintas personalidades (tan dóciles aun hoy en día) para crear un Consejo de Diplomacia Cultural, cuyas tareas y aportes solo en las tuberías del sistema se saben.
También aderezó la fiesta de mayo de 2019 con un Consejo Asesor Académico que nunca dio luces de su labor.
En el contexto de la cooperación internacional para el desarrollo, la Dirección Ejecutiva de Diplomacia Cultural y Turística yace sobre los restos de lo que quedó fuera de la AMEXCID.
Ebrard y Márquez inventaron sin autorización una estructura. Sin presupuesto, en constante conflicto con la Secretaría de Cultura y ajena a un diálogo internacional, la nueva instancia se sustenta en 33 empleados.
Presuntuosa al fin, cuenta con cuatro direcciones de área, tres sin autorización plaza federal y cinco jefaturas de departamento.
Al menos 18 de los trabajadores son sindicalizados, tres han sido contratados vía el PNUD y otros más son por honorarios.
Por lo aquí descrito y por los numerosos reportajes que he publicado sobre estos asuntos, recientemente Márquez me calificó de “miserable”.
Ante una fotografía al lado de la escritora Josefina Vicens, que publiqué en Twitter, donde refería a su influencia en mi vida, el frustrado Director Ejecutivo escribió: “Y, entonces, lo miserable de dónde te vino? Sigo sin entender”.
Luego lo borró; le agradezco haberme bloqueado (yo no lo había hecho).
En paralelo, el tuitero “Diplomático mamador”, publicó el martes 8 una captura de imagen en la que aparece como “Embajador” el poeta Márquez. Se trata de una vista a quienes son parte de la nómina de la SRE, en la Unidad de Administración y Finanzas, cuyo titular es Moisés Poblano, uno de los controvertidos funcionarios de Ebrard.
Horas después, el periodista Vicente Gutiérrez, hizo otra captura de imagen con la misma información, a través del portal de la Secretaría de la Función Pública.
La mentada Dirección Ejecutiva lleva acéfala desde mediados de agosto de 2021.
El sello lopezobradorista y ebrardrista queda para la historia: cosa de dinamiteros.
(Otros son los afanadores que recogen los escombros).