Advertencia: como dice el clásico, lo pensé mil veces antes de hacerlo.
El resultado es un intento desde el lugar que ocupo: un lector que gusta de distintas expresiones musicales.
No se alteren por ello.
De arranque, invierto el orden de los factores. Van en las siguientes líneas algunos de mis pareceres sobre el libro Ensayos sobre música: de Bach a los Beatles. Calla y escucha, de Eduardo Huchín Sosa (Turner, 2022).
La editorial o el autor, decidieron el título al revés. Soy de los que por primera ocasión leemos páginas de Huchín. Se trata de un músico, bloguero y escritor originario de Campeche, que trabaja como editor en la revista Letras libres.
Lo siguiente, en esta suerte de bitácora de apuntes, es señalar que la obra contiene siete ensayos (diré que son ensayos con ensayos) y un epílogo.
De las páginas finales del serial ensayístico extraigo: “Adonde intento llegar es que este libro ha querido ser, en su conjunto, una celebración de las personas que se han interpuesto entre tú y la música”.
¿Interpuesto entre mi persona y la música? Sale, le tomo lo dicho a mi tocayo y respondo: algunas de esas personas, sin duda, pero otras tantas, no.
Al diseccionar transcribo: “Finalmente no puedo sino añadir que aquí me pinté de cuerpo entero, aunque apareciera poco, casi todas las veces porque no había artimaña retórica que sirviera para esconderme”.
¿De veras, Huchín? Escucho sus ensayos y digo: tiene rol directivo al construir a su gusto una sinfonía ensayística. También se puede decir, una película de sus obsesiones musicales. Un tanto más allá del teclado, un rosario de acordes. Ya en el lienzo, es el modelo y es el pintor.
Siempre se valdrán los autorretratos, aunque suenen precoces.
Por ello, anota, “escribir una autobiografía con lo que otros tienen que decir es la única cosa que -por ahora- me interesa hacer”.
¿Y cuándo no le interese eso, qué, Eduardo?
Siga los siete movimientos de Edhuchinso.
(En el detergente FAB son tres)
Calla y escucha. Ensayos sobre música: de Bach a los Beatles, no es un libro para cualquier lector. Bastante se necesita estar interesado en la música y mucho más en los recodos laberínticos de las historias de la expresión artística.
Como un simple aficionado que soy, quedé apabullado por la multiplicidad de los saberes de Huchín Sosa.
Lo que me encontré son una serie de ensayos de profunda erudición. Su riqueza de temas y tratamientos bien dan, incluso, para otra obra independiente.
Las páginas editadas por Turner ofrecen, tras una edición no tan compleja, un catálogo o colección de hechos, decires, referencias y episodios del historial que en esta entrega apasionan al autor.
Eso en un cuadernillo funcionaría bien. Veo como un diccionario.
Extrapolando las metáforas de Huchín, su libro contiene tracks de un LP, una lista predilecta de Spotify, un serial de podcasts, ráfagas de un disco de efectos para radionovelas, pistas de un videojuego, un conjunto de CD’s de colección.
Sólo así entiendo que el primer ensayo (con ensayos) lo llame “No te avergüences por no saber de música (los que dicen que saben tampoco es que sepan mucho)”. Tal afirmación previene para recibir la andanada enciclopédica: te digo todo lo que sé, para que ojalá me entiendas.
Entonces leo: “De acuerdo con Barry, y con algunos de los polemistas más aguerridos de los que tengas noticia, saber de música es saber cagarse sobre el conocimiento convencional”.
Al asumir lo que Huchín aprecia uno como lector conoce, digo ¡a cagarse! Y a cabalgar con la siguiente sentencia: “Se cree con frecuencia que nadie está más capacitado para hablar sobre música que quien puede descifrar y explicar una partitura, y que los textos acerca de aspectos biográficos, históricos o circunstanciales se quedan apenas en la superficie”.
¿Neta del planeta? Esa cita va de tarea para aquellos que hacen, ante todo, notas en los programas de mano o críticas en ciertas secciones de espectáculos.
Mejor prosigo. El segundo ensayo (con ensayos) cabecea “Abre los ojos bien. La experiencia visual de la música”. El carrusel teje numerosos asuntos de manera impetuosa.
Diapositivas corren en el visor: historia de los videos musicales (videoclip), las mujeres y el rock, la violencia con instrumentos en el rock, la música en el cine.
La música y las caricaturas, con su influjo en las fronteras entre las interpretaciones en vivo y el parteaguas de la música grabada, el mercado de los instrumentos y las partituras (toda una industria), las relaciones laborales, la educación musical entre los siglos XIX y XX, y la edición de cuadernillos populares para interpretar fácil en casa.
Pare de sufrir con la andanada. Calla y escucha, no es apto para principiantes, es para intermedios adelantados y sin duda para avanzados.
A lo largo de los movimientos ensayísticos, Eduardo Huchín Sosa (ya habrá oportunidad de escuchar en vivo al músico con sus composiciones e instrumentos al lado de Elisa Corona Aguilar), permanece el afán totalizador del enfoque.
A la vez se consuma el cronista multireferencial, el narrador rebosante de ironía, como es mordaz, juguetón e irreverente. Va sin descanso avalando como enredándose -de pronto con un toque neurótico- con el torbellino de hechos que convoca en asamblea multitudinaria.
Calla y escucha es, por otro lado, una ceremonia. Sucesión de actos reverenciales de las músicas y músicos de la huchineaga existencia. Geográficamente son las querencias norteamericanas, con el toque eurocentrista básico.
¿Qué es del autor cuando navega por Asia, Oceanía o Sudamérica? ¿Por las remotas islas de la República Mexicana? Cosa de otro libro ¿no?
La excepción es el capítulo dedicado a Francisco Gabilondo Soler “Cri-Cri”, puesto que “Ser grillo estaba lleno de inconvenientes”. En efecto, no hay nada de grilla, como podrá constatar el lector.
No dispersemos lo que segundo ensayo (de ensayos) promueve en un lector común y corriente.
En el principio de las páginas (236 en total) brota el acervo huchinesco: es multimedia, son libros, artículos, videos, películas, conciertos, YouTube, etc., etc. Que quede huella, que quede: la improvisación no es su corriente.
En tal virtud, el compendio de los saberes de Huchín Sosa hace que las páginas se llenen de subrayados amarillos. Se siente uno como en feria, hay variedad de diversiones para acudir. Es una kermesse a la que alguien va con apuros para elegir.
Pero hay que traerles ciertos pronunciamientos en este intento:
Rockera Suzi Quatro: “Tengo que utilizar mi boca de fuerza física (…) Mi boca es como una cerca de alambre de púas”.
John Philip Sousa (EU, 1906): Despotricó contra los fonógrafos que iban a “arruinar el desarrollo artístico de la música en este país”. Las canciones grabadas anunciaban, refiere Huchín, un futuro en el que “nadie estará dispuesto a someterse a la disciplina ennoblecedora de aprender música”, dado que “todo el mundo tendrá su música ya preparada o ya pirateada en sus armarios”.
Calla y escucha, cita a Stuart Isacoff, quien se refiere a su vez al pianista Art Tatum: “(…) las ráfagas de notas van de un extremo al otro del teclado como una pelota que pasa a toda velocidad sobre una red imaginaria”.
Tomo la sentencia para subrayar que es la velocidad otra característica del libro. Vaya vértigo logra la cadencia del raqueteo huchinteco.
El tercero no es la vencida
El tercer ensayo (con ensayos) grita: “¿Música…? Sí, claro. El humor de Les Luthiers”. Estamos ahora ante un texto entrañable que deshebra el historial del grupo argentino.
“La idea de inventar parece rondar la historia que Les Luthiers han protagonizado como músicos, humoristas y creadores de instrumentos extraños”.
Así es, añade el editor de Letras libres, son “agotadores esfuerzos” los que han emprendido intérpretes y compositores de todo tipo por saber “si existe algo siquiera cercano al humor en la música”.
Al partir de los Luthiers, Huchín indaga en dicha tesis de lo humorístico: “Sin embargo, hay que reconocer que la algarabía orquestal puede ser, de suyo, muy placentera, en particular si atenta contra la disciplina a la que los intérpretes de la denominada ‘música seria’ parecen subordinarse”.
Vamos con esta música a otra parte, al cuarto ensayo (con ensayos) que reza: “Lo que hace un Beatle por las noches”. Es la ocasión de toparse con las rutas de la música de la medianía del siglo XX, de la relevancia Beatle, del crecimiento conceptual del rock, de la revolución tecnológica, del surgimiento de variadas industrias culturales, de las transformaciones del mercado laboral, del hacer negocios.
Juzguen al músico Edhuchin: “Tal y como lo entiendo, un acorde es algo que te lleva a hacer cosas muy extrañas y dañinas para la autoestima: cumplir puestos de segundo orden como guitarrista de acompañamiento en la banda de rock o dudar si deberías darle dinero al trovador de la fonda que se equivocó en un acorde. De ese tamaño el misterio”.
¡Sópatelas! Se valen las onomatopeyas.
Va por más el escritor: “El si séptima aparece aquí, allá y en todas partes del repertorio Beatle”.
Entra el cirujano a escena: viene en Calla y escucha una disección de los elementos innovadores del cuarteto inglés: “La parte sinfónica, según la concibieron los Beatles, no sería una simple sesión de estudio sino un happening”, dicho a propósito de la pieza “A Day in the Life”.
De ahí la visita de Geoff Emerick, quien suscribió que se trató de “derribar la barrera que había existido durante años entre los músicos clásicos y los de pop”.
En secuencia cinematográfica, Huchín Sosa proyecta: “Uno de sus ejemplos más queridos -al atraer a su análisis al compositor Arnold Schönberg- era el ‘acorde de séptima’, un animal mitológico con cabeza de consonancia y cuerpo y cola de disonancia que surgía de añadir a un acorde de tres notas una cuarta que, por la cercanía con la nota principal, producía un sonido poco ‘natural’”.
Son los Beatles y también John Cage, cuya convicción “de que los ruidos no intencionados y la tecnología disponible pueden ayudarnos a ampliar nuestra capacidad como escuchas”.
Recorre en las siguientes líneas el teclado del pentagrama: “Si el blues no hubiera existido -dice con contundencia Ted Gioia- gran parte de la música que escuchamos a diario sería esencialmente distinta, tibia y desprovista de entrañas”.
Calla y escucha es una galería de oficiantes: Chuck Berry, Leo Fender, Elvis Presley.
“La epifanía de Lennon y McCartney al ver de frente algo tan simple como un mi-menor-en-el-momento-oportuno concuerda con aquella idea de que la música misma nos indica hacia donde ir y solo es cuestión de abrir los oídos y saber reconocer el acorde adecuado cuando aparezca”.
Y como ni la tercera ni el cuarto es el vencido, llega el quinto ensayo (con ensayos), que suena así: “Trabajar cada día para vivir en la vida” o la economía cultural de los artistas (v.gr. Schumann, Mozart, Clara Schumann, Gertrud Schmeling, los Bach…).
Qué dolores se pasan en la vida laboral de los músicos, en el pirateo de producciones, en el ajuste del modelo de fabricación en serie (guitarras como autos), en el pleito por los derechos de autor, en las guerras de los capos del show, en el mugrero de los sellos discográficos, en la captura de los públicos, en la fabricación de los hits, en el exitazo de la música en vivo contra los operativos financieros de la música grabada… (Este parrafote mío es una muestra de mis acordes al estilo huchinesco).
Entérese y no se avergüence, disque melómano. Bennie Lydell Glover “fue el pirata más grande de la historia (…) gracias a un guante holgado y a un cinturón ostentoso podía robarse discos de los que no quedaban registro”.
Sepa que “el triunfo dentro de la industria era poseer los derechos de las canciones, cuyas ganancias podrían prolongarse más allá de los artistas y los discos”.
Agregue al acervo de sus inspiraciones la figura del pianista Glenn Gould “un enamorado de los procesos de producción”, quien dijo: “La manera más fácil de ser feliz en el mundo de la música es afrontar cada concierto como si se tratara de un trabajo cotidiano que en nada se diferencia de cualquier otro”.
Rescaten directores y gerentes de orquestas del mexicano país el Plan Gould para la Abolición del Aplauso y Manifestaciones de Todo Tipo, “la medida más eficaz que podría adoptarse en nuestra cultura hoy día: la eliminación gradual, pero completa, de la respuesta de la audiencia”.
¡Soñamos desde cuándo con esa felicidad!
Dos más y nos vamos
Dije muchas línea s atrás, que “Ser grillo estaba lleno de inconvenientes”, me fue muy revelador. Es el sexto ensayo (de ensayos). Resulta que ignoraba ese costado del talento de Francisco Gabilondo Soler “Cri-Cri”, el veracruzano de Orizaba (ahí si conozco su parque), músico y el cuentista: “Como creador de algunas canciones emblemáticas de nuestra infancia ha hecho que le perdamos la pista a algunos de los cuentos más extraños, gozosos y malintencionados de su autoría”.
Como cuenta Huchín de sus cuentos, qué autorazo el grillito cantor.
Las prisas son las prisas si de aplaudir se trata cuando va terminando el último movimiento: séptimo ensayo (con ensayos) firmado como “Cosas extrañas pasan todos los días”.
Se entiende el tratamiento al final, ya que en el ceremonial, cual sacerdote Huchín celebra. Se mete en las tripas de la relación entre religiones y músicas, del catolicismo y el protestantismo. Del góspel a Jesucristo Superstar, entrega otro tratamiento de profundidad analítica, quizá sea el más acabado.
Chequen este párrafo: “Con reminiscencias a géneros que iban del góspel al Dixieland, riffs machacones a lo Cream, texturas sónicas cercanas a Xenakis y compases orquestales que sonaban a Stravinski, Rice y Webber dieron a conocer el disco doble de Jesucristo Superstar en 1970”.
Y este otro alrededor de la religiosidad de Beethoven: “Las críticas al uso de recursos operísticos en la música religiosa no siempre han venido de papas, intérpretes católicos o musicólogos reaccionarios, sino a veces de compositores empeñados en hacer arte de verdad”.
Va por más a contrapelo de las lecturas religioso musicales con Iron Maiden y Black Sabbath: “(…) resulta que la supuesta naturaleza diabólica del heavy metal no es sino una comedia de enredos”.
¡Arre con la que barre!
En un país tan musical, habrán de sobra lectores que respondan al llamado de Calla y escucha, de Eduardo Huchín Sosa. Es una obra indispensable para normar criterio entre quienes aspiran a una formación integral en el abanico que despliegan las músicas en el siglo XXI.