Con el próximo Presidente de la República, México enfrentará un Maximato.
Pero mientras el Jefe Máximo de la Cuarta Transformación velará por la ideología del Estado, así como por las acciones y las obras que dejará inconclusas, dispuesto a todo para que el sucesor no se desvíe un milímetro del legado, el nuevo mandamás tendrá ciertos márgenes de intervención.
Uno de ellos será la institucionalidad cultural y el nuevo destino del sector cultural.
En la campaña en pos de Palacio Nacional y a la hora de designar al titular del despacho de la calle de Arenal (Tlaxcala será, por supuesto, una broma pesada), en primer orden estará el porvenir de la Secretaría de Cultura y de los anclajes legales.
¿Tendrá sentido sostener la dependencia en la precariedad y desarticulación heredadas o mejor fijar la alternativa? ¿Se proclamará, ahora sí, una reforma cultural o se dejará otra vez a la inercia más o menos consistente, los seis años del segundo gobierno de la era del postneoliberalismo?
En un escenario en donde no habrá mejora económica en el país, en el cual es imposible abrir la llave de puestos de trabajo formales en el ámbito gubernamental, en un Ramo de la administración pública donde se incrementarán las jubilaciones del personal sindicalizado y donde el presupuesto federal tendrá contados cambios, la primera opción es terminar con la compactación de la Secretaría de Cultura.
Las condiciones para tal decisión estarán más que dadas, pues los mayores costos se habrán facturado en el lopezobradorismo-frautismo. Se trata de un empujón hacia lo ineludible y que encontrará escasa resistencia.
En esa trama se potencian como ejes a los institutos existentes, con mayores atribuciones, y se deja un puñado de dependencias “mix”, es decir, en combinación de propósitos. También algunas acciones desconcentradoras, como por ejemplo, entrega de bibliotecas a gobiernos estatales, así como las oficinas de culturas populares; el Cervantino en manos de Guanajuato, el Centro Cultural Tijuana de las autoridades bajacalifornianas.
Los que lleguen al poder cultural en otoño de 2024, tendrán justamente eso, un impresionante poder para decidir lo que se negaron a realizar tanto los neoliberales por miedo a pagar los platos rotos, como la primera gestión cuatroteista por falta de inteligencia y coraje.
En otro guión, los que arriben al segundo sexenio “liberal”, podrán optar por un modelo mencionado en distintos momentos del acontecer de la política cultural mexicana. La de un organismo similar a una secretaría de Estado que, ciertamente ciudadanizado, gire de diferente manera en la órbita del poder presidencial, es decir, como una instancia directa de la Presidencia de la República.
Puede llamarse nuevamente consejo, o bien instituto e incluso agencia.
Otra alternativa predecible es la diseminación (fragmentar no es del todo negativo) de políticas y funciones: unas a Secretaría de Bienestar Social, otras de regreso a la de Educación Pública, las hay para darle consistencia a la Secretaría de Turismo, incluso a Comunicaciones y Transportes y a lo que se salve de los organismos autónomos: ¿Se imaginan los estímulos a la creación en un fideicomiso en el Banco de México?
Lo que deseo subrayar en esta entrega es que, a los que ya se frotan las manos contando los días que faltan para el trono presidencial de 2024, les van a sobrar cartas para jugar la reconfiguración del Estado en la cultura. Ajustar los marcos normativos que la reingeniería impone será muy accesible, menos traumática; es más, se antoja esperanzadora.
Con una intervención estatal simplificada al máximo como a lo irrenunciable, girando entre el modelo francés y el norteamericano, se juega también el destino de los otros actores del sector cultural. A ellos que serán los verdaderos portadores de la era postcovid, potneoliberal y cuatroteista plus me referiré en las entregas que vienen.
Bueno, tampoco me hago de la vista gorda: aún con el descomunal acontecimiento que significaría el derrumbe del andamiaje amloista, con el regreso de otro “mix” entre PRI, PAN y PRD al poder absoluto (vaya presidencialismo que heredará AMLO a quién sea el nuevo inquilino de Palacio Nacional) el destino del sector cultural no será el retorno a lo que fue amputado.