¿Rendirse es oprobioso?
Más allá de los casos que muestra la historia, innecesarios en este momento citarlos, pactar la rendición es una oportunidad de pasar del sometimiento a la construcción del porvenir. Algo que debería ser fácil de comprender, pasa inadvertido.
Las poderosas razones de quienes se resisten al presidencialismo de Andrés Manuel López Obrador han obviado la lógica del que dicta de manera irreversible. No son sólo los proyectos, las acciones, programas y las ocurrencias de un mandatario.
Es la pertenencia a la estirpe de quienes se levantan como transformadores: la imposición es parte del costo de la ruptura con un sistema prevaleciente, a cambio de uno que promete emerger.
El estimar que la actitud presidencial, disruptiva en la mayor parte de su acontecer, es estrictamente cosa del estilo personal de gobernar, es un error. Tal generalización ha anulado la capacidad de negociar de los oponentes.
El ser omnímodo del Ejecutivo demanda a casi cuatro años del sexenio tregua, conciliación y pacto. Y no se quiere entender. Al cerrarse los actores sociales, del sector cultural y del cotidiano político, todos perdemos.
Ello obedece a lo elemental: centralizado legítimamente el poder, es imposible persuadir al mandatario de la renuncia al ejercicio de su mandato en personalísima perspectiva.
Por donde se le mire no hay marcha atrás.
Provocada la ruina del hoy AICM, se empoderará el Felipe Ángeles; Dos Bocas producirá gasolina para una nación lejos de las energías limpias, con sus ventajas. El transístmico arrebatará un excedente útil. Chapultepec mejorará para ser orgullo precario, pero orgullo. La política cultural empodera las migajas como estilo de vida que perdurará.
Entre los anteriores casos, por no citar más, brilla particularmente el Tren Maya. La justa confrontación ha impedido sensatez de quienes yacen ante el paredón, por voz del Supremo o, si se quiere, ante la irrefrenable invasión del Tlatoani en los ámbitos de impartición de justicia.
Extrapolada la respuesta social, refiero a la posibilidad, sin duda históricamente validada, de pactar la rendición.
Sin asomo de exagerar, por la arista que se pondere, el triunfante tiende a ser dócil ante el vencido. Sabe que conceder representa la posibilidad de armonizar entre el control del rumbo y lo necesariamente flexible, ya que al final, estará de acuerdo con ciertas demandas.
Si eso se entendiera, los opositores al Tren Maya ya hubieran obtenido ventajas ante un escenario avasallante.
De cara a una resistencia que se sabe de previamente vencida, que se empeña a pesar de ello, ignoro si en el costado magnánimo del mandante aún quiera conceder. Supongamos, en necesaria benevolencia, que así es.
Por ello, quienes saben que el tren será beneficioso en tiempo lejano, deben pactar con aquellos que, al reconocerle enormes desventajas ahora, piden preservar condiciones básicas para dar su aval.
Al lado omnipotente nada le encarece fijar con mayor ahínco compromisos con tan valiosa gente, con el ecosistema que defienden, con las comunidades que desean garantizar el porvenir, con los custodios de la conservación del legado histórico, con el patrimonio íntegro de la región intervenida.
Rendirse es anular el oprobio. Es acordar, es pactar, es estimular la concordia para orientar el desarrollo. A lo ambiental como a lo cultural, al fin ejes del crecimiento en la zona, les viene a estas alturas mejor dicha actitud. Sin esa decidida estrategia, el Supremo se saldrá a todas con la suya, extralimitándose, libre de contención. Por ello, el costo será altamente irreversible.