El sector cultural y las maneras de representarlo estadísticamente tienen una larga historia. En muchos sentidos, se puede remontar al México Independiente. El siglo XX está plagado de números que ayudan a comprender la evolución de muchas actividades económicas de la cultura. No pocas de ellas afianzaron identidades, luchas y derechos.
Con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (el difunto TLCAN) se dio el ajuste que perdura. El Sistema de Clasificación Industrial de América del Norte (SCIAN) nutre desde 1994 todos nuestros esfuerzos por analizar el sector cultural. De ahí como de la evolución de los sistemas de cuentas nacionales, provienen otras herramientas que apoyan esta construcción cada vez más sofisticada.
El empeño y empuje de numerosos actores tuvo en la gestión de Consuelo Sáizar en el Conaculta otro punto culminante. Se acuerda con el INEGI la creación de la Cuenta Satélite de la Cultura (CSC). Tardó tres años para estar disponible, siendo el punto de medición a partir de 2008.
En su tercera vuelta como titular del Consejo, Rafael Tovar poco a nada hizo caso a tan poderoso instrumento. En su tarea al frente del INEGI, Julio Santaella y su equipo potenciaron la Cuenta. A iniciativa del GRECU, Paso libre y la UANL se han celebrado dos jornadas nacionales para promover sus resultados anuales, en 2020 y 2021.
La apropiación de la Cuenta y de otras fuentes estadísticas que nos entregan con enorme precisión el comportamiento del sector cultural, ha sido escasa. Para la Secretaría de Cultura (SC), durante los tres primeros años de su gestión, un bien de excepcional uso. Es quizá el IMCINE, en sus anuarios, quien mejor le ha sacado partido.
Por ello es todo un despropósito la retórica del comunicado 62, del 03 de febrero de 2022, de la SC. Desde el mismo título la farsa: “La Secretaría de Cultura y el INEGI crean los primeros Indicadores Clave del sector cultura”.
¿”Crean” y son los “primeros”? ¡Qué manera de engañar!
Y luego calificar como “un hecho inédito” la inclusión de los “dos primeros Indicadores Clave del sector cultura para formar parte del Catálogo Nacional de Indicadores”, es desconocer justamente los procesos que han dado lugar a ese “acontecimiento”.
La deuda se salda, ya que no fue invención de estos primeros días de la nueva titular, Graciela Márquez Colín, ni de la misma SC.
La dependencia adorna el comunicado con una redacción que demuestra que no acaba de comprender para qué sirven esos indicadores y la Cuenta misma. Afirmar que lo acontecido es “para no dejar a nadie atrás, ya que posibilitará conocer a profundidad las dimensiones económica y social que representa la diversidad y la herencia cultural de México”, es ignorar los alcances y límites de los instrumentos.
Se miente en la narrativa de la prensa institucional al señalar que: “Durante años, la medición del impacto económico del sector solo se realizaba a través de la Cuenta Satélite de la Cultura de México”. Sin duda, les falta un buen curso para ponerse al día del historial.
Concedamos: la inclusión nacional de los indicadores “Crecimiento real del valor agregado bruto del sector de la cultura” y “Crecimiento de los puestos de trabajo ocupados del sector de la cultura” es relevante. Digamos que escalan al estrellato de las grandes líneas de cobertura.
Sin embargo, además de que era un asunto pendiente por aprobarse, esos grandes protagonistas se han podido leer año con año. De acuerdo: suben al sistema estelar, pero cualquier persona y hasta los más duchos analistas de la SC los han tenido ante sus ojos.
Pero así es el quehacer político cuatroteista de Alejandra Frausto. Ahora el INEGI les resulta propio, ya que Márquez Colín no es Julio Santaella. Los afanes justicieros del régimen no tienen límites.