Lo que espero de este domingo 8 y lunes 9 de marzo (8M/ 9M) me permite regresar a la mujer que fue mi madre. Al país de esas mujeres nacidas a partir de 1920, aquellas jóvenes de la posrevolución mexicana, de la Segunda Guerra Mundial, del voto electoral, del priato corruptor, del trabajo hogareño, de la educación básica, del montón de hijos, de las transformaciones que iluminaron para bien el siglo XX. Al repensar a mi madre que falleció en 2012, intento soñar en el movimiento que vendrá a partir del 10 de marzo (M10M).
Por lo mismo, mis pensamientos han deambulado en estas semanas por lo que ha sido mi vida desprovista de hermanas. A cambio, nació mi hija, y mis hermanos se poblaron de mujeres, salvo el único sobrino beneficiario de la pequeña tribu de primas. Con su presencia me acerco a algunas de las aristas del movimiento que me gustaría ver nacer después del martes 10 de marzo. Desde mi andar intento desentrañar las rutas que advierto. Lo hago con un ánimo lleno de desesperación por los hallazgos esperados, por la amable metáfora de las siempre generosas ilusiones.
Lo primero que quisiera es una nueva oleada de organizaciones sociales. Que del maremágnum de esas 48 horas resulten las energías para iniciar liderazgos diferentes en el país. Cuánto me gustaría ver el empoderamiento de muchas mujeres dispuestas a guiarnos hacia un esfuerzo de cohesión nacional que se distinga de lo que hasta ahora conocemos. Ver multiplicar el activismo con el propósito de secundar renovadas iniciativas para dar solución a numerosos problemas, es creer que la inspiración comunitaria aun existe. Del 8M /9M espero un cambio en el proceder del régimen que nos gobierna. Tan a tiempo que se encuentran los de la 4T, en especial el Presidente de la República, de enderezar su actitud en un asunto central como es la reposición integral del acceso a recursos públicos por parte de las organizaciones de la sociedad civil; de aquellas que comprueben y hagan evidente su viabilidad y condición de ser necesarias. El gobierno que busca el tabasqueño AMLO para 2024 requerirá de un tercer sector fuerte, bien auditado, de probada eficacia y con una capa empresarial comprometida.
En el país resulta desolador el terreno de las agrupaciones que pueden recibir donativos. Según el Reporte de Donatarias Autorizadas (RDA), publicado por la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP) en septiembre de 2019, en el ejercicio fiscal de 2018 se consignó la suma de 47 mil 659 millones de pesos entre recursos en efectivo y en especie, de nacionales y extranjeros. De esa suma, las organizaciones culturales captaron 2 mil 332 millones de pesos. Para tener una mínima dimensión de su significado, digamos que la primera de las cifras es ligeramente mayor al presupuesto de este año de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) que ronda en los 44 mil millones de pesos. El segundo dato es un tanto mayor a lo que los institutos nacionales de Antropología e Historia, y de Bellas Artes y Literatura destinan al rubro de servicios personales y que en promedio es de 2 mil 100 millones de pesos.
¿La cultura cura? Imposible con una filantropía cultural tan precaria.
Finalmente quisiera que a partir del M10M muchos liderazgos femeninos se enfilen hacia las elecciones intermedias del año próximo. Me ilusiona la posibilidad de que la oposición reinvente su papel para que ello ocurra. Sin duda, mi madre también estaría esperanzada con todo esto, impulsando a sus numerosas nietas aunque lamentándose de no haber tenido al menos una hija.