Sale de mí una agüita amarilla cálida y tibia/ y baja por una tubería./ Pasa por debajo de tu casa,/ pasa por debajo de tu familia./ Pasa por debajo de tu lugar de trabajo/ mi agüita amarilla, mi agüita amarilla. No soy el único caballero que lo hace al ir al baño como un signo de buena salud: el canturrear tan jocosa melodía del grupo español Los Toreros Muertos. Y va, entonces, circulando la mía una mañana por las cañerías del Museo de la Ciudad de México unos minutos antes de participar en el Parlamento Abierto de Cultura, convocado por muchos queridos colegas el sábado 15 de febrero. Al ver a uno de ellos le saludo con el brazo, faltaba más; bien educado antes y después de que la agüita amarilla alcance un río o de que el coronavirus nos tome por asalto.
Le pongo toda la atención a su amable reflexión mientras me lavo las manos y, en esa soledad de dos, él también enfila su agüita amarilla por la tubería. Pues sí, quizá algún día despache como alto funcionario para pasar de los artículos criticones a los hechos que son amores. De la mentada (de madres) que es ir de la teoría a la práctica. Llevo años escuchando la misma cantaleta de diversidad de titulares de dependencias: acá nosotros escribiendo chuladas (o mamarrachadas) que añoramos tanto para el sector cultural como para su habitantes, mientras que allá los responsables de las políticas públicas en cultura pasan las de Caín. La enorme incomprensión es insalvablemente histórica: los de la Cuatroté ahora sufren por igual que los neoliberales. En verdad, cómo lo siento. Pensé que con los del nuevo régimen sería distinta mi suerte.
De pronto, el relámpago: en los pasos que separan al baño del presídium, decido cambiar mi intervención. Tomo un boleto extraviado dentro de la bolsa de mi chamarra, pido prestada una pluma y mientras me toca el turno de hablar, reelaboro una serie de sugerencias que llevo años repitiendo. Nunca es tarde para cambiar en tiempos de la 4T, sobre todo si queremos llevarla en paz (para lo que esto bien pueda servir). Me entusiasmo a mí mismo pues ¡son retesencillas! Los críticos en sus distintas modalidades: feisbukeros, tuiteros, reporteros, analisteros, comentocrateros, tutifruteros, eros, eros, eros, bien podrían ir de la mano de los dignatarios por una vez en la existencia. Cosa de que las partes involucradas en el mejoramiento de la sociedad cultural le bajemos varias rayitas a los respectivos discursos.
Así que al reconocer la importancia del Parlamento, tras dar las gracias a quienes me invitaron y a aquellos acompañantes en el presídium del museo, y luego de lanzar un comercial del Grecu y su Paso Libre, enlisté “los podrían” de las secretarías de cultura (federal y de la Ciudad de México):
1. Que los titulares de despacho de algunas dependencias como Hacienda, Educación, Trabajo, Función Pública y Economía; de organismos como el Servicio de Administración Tributaria (SAT) y de la banca de desarrollo como Nafinsa, se sienten con nosotros al menos en una ocasión y que tras escuchar los alegatos, designen un responsable para negociar lo que el sector cultural requiere.
2. Invitar a empresarios del sector cultural a que se sumen a estas causas.
3. En lo administrativo, simplificar con un solo medio de identificación el procedimiento de cobro de cualquier bien, servicio o producto creativo, como lo es la credencial del Instituto Nacional Electoral (INE), que en la práctica funciona como cédula de identidad; simplificar los contratos, pedir solo la certificación del SAT y el correspondiente recibo de honorarios o factura. Ni un papel más.
4. Es momento de que a toda aquella persona física que presta un servicio a las dependencias culturales se le agregue al monto de sus honorarios una cantidad que pueda ser aplicada para sus servicios de salud, su fondo de retiro y para los períodos de inactividad laboral.
5. Las dependencias culturales están urgidas de más fondos. Con un buen plan, más recursos podrían ir directamente a la generación de empleo. Es decir: más bienes, más servicios y productos culturales para beneficio de la sociedad (círculo virtuoso de la inversión pública). Una forma de obtenerlos es a través del incremento de los precios de acceso a los visitantes extranjeros a museos y a zonas arqueológicas. Otra manera puede ser mediante un acuerdo con distribuidores y exhibidores de cine para que aporten a los fondos concursables del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca). Una vía más es modificar las condiciones ventajosas en que CIE/Ocesa explotan el Autódromo Hermanos Rodríguez, el Foro Sol y el Palacio de los Deportes, a efecto de ampliar las capacidades del mismo Fonca. Las modalidades de impuestos “verdes” y “culturales” no son tan lejanas: numerosos giros comerciales pueden ser objeto de estas medidas.
6. Un caso de particular relevancia es la urgente reestructuración de la personalidad jurídica y las funciones del Auditorio Nacional. No se trata de echar a perder el buen negocio que es para los particulares y en alguna medida para los gobiernos de la Ciudad de México y el federal. Lo que se busca es que en verdad sea una empresa (ahora es un fideicomiso tripartita privado e inauditable) para que el extraordinario negocio que es, derrame mayores beneficios económicos en la comunidad cultural y en las instituciones de cultura. En ese sentido hay que desincorporar empresas paraestatales que afectan la sana competencia en el mercado, como el caso de Impresora y Encuadernadora Progreso (Iepsa). En lo que corresponde al Canal 22 y el Centro Cultural Tijuana, darles un empuje empresarial o de plano reconvertirlas en dependencias. Y otra instancia que requiere replantearse para que sea más eficiente son los legendarios Estudios Churubusco.
7. Otras vías para acceder a los dineros que requiere el sector cultural son: desincorporar aquellos activos culturales que no tiene sentido que sean conservados por el gobierno; promover rifas y subastas para recaudar fondos, así como emular al presidente AMLO para promover pases de charola con los empresarios que dominan el mercado del entretenimiento.
Escrito aquí es diferente que decirlo, como bien comprenderán. El tiempo de exposición en el Parlamento era de 10 minutos, y como es mi costumbre empleé menos: creo que fueron ocho. Y como lo hacen los médicos, los críticos y sus eros, eros, yo ofrecí una serie de recomendaciones como de receta. Por ello tuve a bien repetir la dosis aquí escrita en otro evento, el seminario “Los creadores, artistas y trabajadores del arte y la cultura como sujetos de derechos”, que se llevó a cabo el miércoles 26 del recién finalizado febrero loco, en la Fonoteca Nacional, por convocatoria de la Secretaría de Cultura (SC).
Claro, lamenté que en la jornada del seminario no encontrara a algún funcionario en el baño, y que las mujeres funcionarias que saludé posteriormente en los pasillos no me dijeran ni pío sobre mi intervención.