Digamos que el abordaje idealizado de lo que debería hacerse por el sector cultural en un nuevo sexenio, no podremos abandonarlo. Más allá de los posibles cambios, seguirá siendo motivo de inspiración de algunos imaginar una realidad diferente a la que hemos experimentado por lustros.
El drástico viraje obradorista se convierte en una herencia con escaso margen de acción para quien lo suceda. Evidentemente de su propia estirpe. El chance de maniobra es mínimo. Tanto en lo simbólico como en lo administrativo y presupuestal. No hay razones, incluso en los antecedentes de las llamadas corcholatas, para vislumbrar el golpe de timón que salve de la catástrofe al desarrollo cultural.
De los puestos del pasado al que ya abandonaron, cualquier revisión deja más saldos en contra. El Zacatecas cultural de Ricardo Monreal cuando fue gobernador, el tabasqueño actual de Adán Augusto, el de la Secretaría de Cultura como jefes de Gobierno de la CDMX, tanto de Claudia Sheinbaum como de Marcelo Ebrard.
En los dos últimos protagonistas, al fin los que realmente importan en el actual contexto, baste con decir lo siguiente: fueron incapaces de resolver la deuda histórica de dar viabilidad estructural, jurídica y financiera a la secretaría. En segundo término, nada les importó terminar con la disfuncional relación con las alcaldías.
Envalentonada con sus “Pilares” y en el añejo mecanismo de celebración masiva de los conciertos, Sheinbaum menospreció numerosos programas y legados como los Faros. En tanto que su contrincante como gobernante citadino dejó en la nebulosa una Fundación Cultural y como canciller se burló de la tradición de la diplomacia cultural, consintió el desmantelamiento de esta y dejó en el ridículo, al lado de Alejandra Fraustro, a los integrantes de un consejo creado para sepultarlo.
Sheinbaum y Ebrard parecen estar convencidos de que las comunidades culturales, académicas y científicas están de su lado sin reparos. Que bastará con el canto de las sirenas de las campañas para reponer una relación rota por su benefactor, salvo las excepciones de lealtad y oportunismo que ellos cultivan.
¿Qué podrían ofrecer para atraer la confianza y el voto de unos pocos millones de personas que conforman el núcleo pensante del país? Por supuesto un trato radicalmente distinto al ofrendado por el actual mandatario. Esta conducta se estima más factible con Ebrard que con Sheibaum.
Los años de vida y de tránsito por las burocracias como por los poderes facticos, le dan una ventaja al excanciller. Puedo imaginar la bilis de AMLO y de las intelectualidades radicales morenistas si ven a su candidata haciendo alianza con quienes han sido combatidos sin descanso.
Tampoco podrán ofrecer lo que más desean los grupos aludidos: dinero. Reponer los miles de millones de pesos restados desde todos los renglones del ejercicio presupuestal. Salvo los amarres originados por el Tren Maya, en patrimonio, y las obras de Chapultepec, por la nueva carga que implicará su sostenimiento, los demás actores del sector cultural no sólo no verán un peso más donde añoran: seguirá la tendencia a la baja.
En esa línea de los fondos públicos, ni Sheinbaum ni Ebrard, podrán prometer algo distinto a las universidades públicas y a las instituciones culturales de los estados y municipios, como al mercado cultural y las organizaciones no gubernamentales. Baste indicar que los presupuestos de los años 2024 y 2025 todavía serán controlados íntegramente por el jefe saliente.
De cualquiera de los dos morenistas que quede en la contienda por el trono del Palacio ¿quién atraerá más votos de la familia del pensamiento nacional? La tienen muy difícil tanto unos como otros. Como nunca en una sucesión presidencial, se quedará a expensas de un ramillete de promesas al son de típico gato por liebre. Eso a menos de que, de la oposición, surja una alternativa si no ganadora, por lo menos catalizadora del descontento de las comunidades aludidas.
En efecto, el panorama no es alentador. Pero como se señaló al inicio, algunos seguiremos siendo tercos en la idealización de un potente sector cultural. De eso se ocupará el búnker de campaña del sector cultural que ha instalado el GRECU, como lo haré detenidamente en este espacio hasta el día de la votación del 2024.