Hablar del PIB de la cultura es referirse a miles de millones de fajos de billetes de pesos mexicanos. Los que genera y aporta a la economía nacional. Al ver esta gráfica advertimos que el INEGI los convierte en dos suculentas provocaciones gastronómicas. Una de ellas nos hace decir “aquí mis chicharrones truenan” y en la otra “no manchen, partieron mal el pastel”.
Chicharrón en salsa verde o roja, en todos los años que lleva la Cuenta Satélite de la Cultura, las artesanías se codean en el liderazgo de los dineros del PIB con los medios audiovisuales. No hay noticia en eso. Lo ricachón del chicharrón es un nuevo invitado a la receta de la abuela: ese color rosa incorpora del año 2022 para adelante, el área de contenidos digitales e internet.
En efecto, para esos tacos, unos frijoles llamados diseño y servicios creativos. Juntos son dinamita para la digestión nacional. Representan el 68.7 % del PIB cultural. Por eso cuando se ven las rebanadas de la gráfica la queja se vale: las otras áreas representadas son tan delgadas que dejan el apetito de la productividad insatisfecho.
Dirán los sabiondos que todo buffet del desarrollo cultural es así. Los comensales de estos tiempos cuatroteros se van más por un platillo que por otro. El problema es que, agotadas las órdenes posibles del pastel, muchos se quedan como los chinitos, “nomás milando”.
Tras un banquete de chicharrón y pastel, ni con tres sobres de Sal de Uvas Picot se te quita la indigestión. Ni modo, desde hace lustros no hay para más.