Con primera impresión en 1999, quinta reimpresión en 2013 y, en mis manos, en Ensenada, en junio de 2024, adquirido en la librería Educal del Ceart porteño, Tierra de nadie, de Eduardo Antonio Parra (editorial Era) me atrajo por dos peculiares razones.
La primera, el hallazgo que es salvamento: que un ejemplar de hace tantos años de tan importante autor y empresa anduviera todavía en un estante. Es la suerte de muchas editoriales y sus escritores: tan lejos de la cobranza oportuna, tan cerca de la cotidiana sobrevivencia. Me sentí una suerte de héroe al adquirirlo.
La segunda razón, que en la contraportada leyera: “La materia de Tierra de nadie es casi siempre dramática, pero también mágica, y tiene lugar en el vasto y alucinante Norte mexicano, donde si lo real es perfectamente verdadero y concreto, asimismo es apocalípticamente real”.
Son las ventajas del anillo al dedo, me dije. Ello porque semanas atrás había disfrutado el amplio como acucioso recorrido que Leobardo Sarabia entrega en la compilación de ensayos Monsiváis en la frontera. Tan cerca, tan lejos (SC, 2020). Un viaje no exento de shocks debido al contexto en que el autor elaboró cada pieza seleccionada, y el que los textos, al decir de Sarabia, “conservan una asombrosa actualidad, son una reflexión ambiciosa de la frontera, en su juego sucesivo de identidades”.
Agrega que la mirada de Monsiváis “sobre migraciones, narcocultura y violencia, tiene una desusada vigencia, que la vuelve una referencia y parte del actual debate nacional”. Páginas adelante, el también devoto cronista de su ciudad (recordemos al menos su Zona de turbulencia) cita en el “Breve alfabeto de la frontera” que inserta en la edición, que para quien fuera residente de la colonia Portales, en la Ciudad de México, Tijuana (TJ) le significó “Un desarrollo acelerado. Un vacío cultural considerable. Una modernidad sustentada en la tecnología y no en un desarrollo civilizatorio mucho más complejo”.
Antes de leer Tierra de nadie, por recomendación de Sarabia adquirí en la Feria del Libro que tuvo lugar, el pasado mayo, en el Cecut, la obra colectiva Tijuana entre letras, una compilación de testimonios, ensayos y crónicas a cargo de Juan José Luna, bajo el sello de su Escuela de Letras y Editorial Sanblás (2024). El viraje fue brutal: pasé del tremendo andamiaje monsivariano, de la mirada de su ser no tijuanense, ni fronterizo, de la construcción del viajero alimentado por un alud de experiencias como de fuentes vivenciales y de lecturas desde diferentes órbitas del norte mexicano, a la delicadeza de los pliegues de una Tijuana recreada cruda como amorosamente por quienes dan cuenta de ella.
“Por el contrario, empezó a crecer en mí la frustración, la impotencia y un latente
coraje ante la ineptitud y orrupción que permea en Tijuana, quizá desde su
origen, pero que me niego a aceptar como destino”.
Martha Antillón en Hablando de baches.
¿Cuántos habrán escrito sobre, alrededor y acerca de Tijuana? Nadie puede estimar dicha producción. Yo mismo, en el lejano 1986, cuando visité por primera vez la ciudad, escribí numerosas crónicas y entrevistas para relatar, asombrado, lo que descubría. Acompañé a diversidad de fotógrafos esmerados en el puntual registro de la región, además de estudiosos y otros de la especie.
Tijuana siempre tendrá quien la reescriba, la reinterprete, la reinvente, la santifique, la filme, la convierta en fotografía, en postal, en alucinación cósmica.
En el planeta llamado Baja California, los narradores que confluyen a Tijuana entre letras han logrado un documental lleno de vértigo. Ellos son, por orden de aparición, Luis Rubén Rodríguez, Martha Antillón, Rosa Alicia Esténs, Enrique Briseño, Liliana Lanz, Luis Manuel Reza, Alejandro Fregoso, Lorena Santana y Juan José Luna. De los nueve, según sus fichas biográficas, sólo dos nacieron en TJ. Los demás arribaron en diferentes momentos de su vida.
“Por eso no puede pasar inadvertido que la principal vía de acceso desde Otay
a la Plaza de la Unidad y la Esperanza, sitio donde fue asesinado Luis Donaldo Colosio,
no lleve el nombre de un matador… o tal vez matador sí, pero no
precisamente de toros. Se llama calle Carlos Salinas de Gortari. ¿A quién
debemos esta ocurrencia? ¿Quién tuvo tan corrosivo humor negro?”.
Luis Manuel Reza en La unidad y la esperanza.
La curaduría de Juan José de Luna es panóptica y sus colegas, supongo sin ponerse de acuerdo, sin haberse sentado a acordar territorios, logran, salvo las excepciones naturales de repeticiones de escenarios, de cierta flaqueza sintáctica, un lienzo sin desbordamientos. Diré también un complejo rompecabezas. Tal labor colectiva no hace de Tijuana entre letras un texto especializado como de difícil acceso a lectores no tijuanenses. Es de desear que el libro circule no sólo en los otros municipios de Baja California; mucho bien le haría cruzarlo con los escritores de otras ciudades fronterizas hermanas y sus escritores.
“Tijuana tiene muchos rostros, grises, blancos, negros, rosas. De los que aquí
nacieron y de los que llegaron. Es bueno irlos develando para conocerla mejor,
pero también para vencer la inercia de vivir como inevitable
la corrupción, la ilegalidad, la falta de una planeación responsable
de nuestra ciudad y la marginación social”.
Enrique Briseño en Me dijeron que en Tijuana me iba ir bien.
Lo que se cuenta en las 230 páginas tiene un sentido de síntesis histórica. Ya descubrirán los lectores si el relato urdido por los nueve autores así les corresponde, como también las microhistorias. Tijuana entre letras es un compendio que ha empleado, gracias a Juan José Luna, varios drones, un gran telescopio y numerosos microscopios. El enganche será por la TJ redescubierta; a su vez por las coincidencias con los mapas de Tecate, Ensenada y Mexicali.
En la triada de Monsiváis en la frontera a Tijuana entre letras a Tierra de nadie, hay al menos un hilo que, en lo fortuito, les une. Diré la desazón. La crueldad del destino. El Norte mexicano en llamas. La franja de las resistencias calladas e invisibles. El lugar donde el paraíso se disfraza. Lo binacional como delimitación de la bondad y la maldad.
Ignoro qué tanto habrá cambiado el parecer de Eduardo Antonio Parra sobre el Norte de México de esta quinta reimpresión de 2013 que obtuve de Tierra de nadie al curso de este año. Si la dureza, el drama, el dolor, la devastación escrupulosamente escrita en cada pieza narrativa le parecen aún existentes o felizmente ya no es tan vasto el infierno fronterizo para quienes lo habitan o para los que se adentran en él para intentar meterse a los Estados Unidos.
Por ahora, de lo mucho que ni enterado estoy que se escribe sobre el devenir de los seis estados fronterizos del norte, las tres obras que me llegaron en estas semanas son un acervo de un infinito territorial.
“Ya no tengo planes de marcharme de la ciudad. Me siento estable en
muchos sentidos, tengo trabajo, tengo planes, tengo gente que quiero y me quiere,
tengo a Tijuana y no me resta salvo decir gracias”.
Juan José Luna en Otra vez Tijuana.