Al son que nos toca el presidente López Obrador, son cotidianas las vistas al pasado. El repaso obligado fija los medios de contraste en el sector cultural. Uno de ellos tiene que ver con los personajes que estuvieron al mando de la política cultural. Una privilegiada lista a la que habría de sumarse en 2018 Alejandra Frausto. Ustedes dirán.
Un punto de arranque es cuando se crea la subsecretaría de Cultura en la SEP, casi tres lustros después de la instauración del INBAL. Estuvo a cargo de la diplomática Amada González Caballero de Castillo Ledón. Vino después el escritor Mauricio Magdaleno, seguido por el antropólogo Gonzalo Aguirre Beltrán.
En los escasos años de Juan José Bremer y Leonel Durán como subsecretarios, cobra visibilidad Rafael Tovar, quien el pasado sábado 10 de diciembre cumplió 6 años de fallecido. Una meteórica carrera en la cancillería lo depositó como responsable del área Jurídica en el naciente Conaculta en 1988. A su jefe Víctor Flores Olea lo antecedió el último subsecretario, el brillantísimo editor Martín Reyes Vayssade.
En el tránsito a lo que sería su tercera gestión al frente del Conaculta en la presidencia de Enrique Peña Nieto, entrevisté a Tovar para el libro 1988-2012. Cultura y transición (UANL), que elaboré al lado de Carlos A. Lara. A su muerte, se hizo cargo de la dependencia María Cristina García Cepeda.
Al recordar a Rafael Tovar, regreso a algunos párrafos de ese diálogo de hace 10 años. Partes de una historia que apenas inicia una revisión integral de cara a lo que el régimen cuatroteista va afianzando en la institucionalidad cultural.
Me dijo entonces: “Tuve varias conversaciones con Octavio Paz. Hablamos sobre cómo debía ser la política cultural. Siempre respetuoso, sugirió elementos muy útiles, como el buscar ‘aligerar’ la carga burocrática del subsector y la intermediación administrativa, con vistas a liberar recursos que fortalecieran los programas de apoyo del Fonca”. En otro momento fue para dialogar sobre el Sistema Nacional de Creadores “al que siempre mostró gran simpatía como medio para elminar el ‘clientelismo político’”.
En la visión de ese episodio, “el Centro Nacional de las Artes concentraría la educación artística profesional en el subsector cultura y toda la parte de educación básica se quedaría en la SEP. Si esto no se cumplió, excede mi capacidad de respuesta al haber concluido mi trabajo en Conaculta hace doce largos años. El que no se haya avanzado y se insista en ver que el INBA puede atender la educación básica con el presupuesto reducido que tiene, con el número reducido de escuelas que tiene y con el número de reducido de maestros que tiene es como permanecer en los años sesentas”.
Al ver de cerca el proceso de transformación del Auditorio Nacional, me comentó Tovar, “identificamos que otro rezago tendría que ser reparado. Me refiero a la Unidad Artística y Cultural del Bosque. Se diseñó una infraestructura nueva, acorde con la importancia del Auditorio y de la zona en su conjunto. Se estudiaron formas de financiamiento”.
Cuando todo estaba listo, “el Presidente Zedillo juzgó que no alcanzaría el tiempo y que si algo no deseaba era dejar inconclusa una obra de esta naturaleza. Cierto que al no hacer pública esta intención se alimentó la especulación. No me arrepiento. Que alguien haga lo que se merece exista en ese espacio privilegiado”.
Respecto a su papel en las fiestas del bicentenario, “puedo señalar que recibí la encomienda con enorme satisfacción. Significaba otro reto y lo entendí a su vez como parte de ese proceso de pluralidad política del país. Concebimos un programa acorde con una transversalidad que pudiera dar cuenta de las muy importantes aportaciones de las gestas. Cuando advertí que no se podría concretar, le pedí al Presidente Calderón aceptara mi renuncia. Ni modo, así es la historia”.