Gabachas, gabachos, gabaches. Tías, tíos, tíes Sam. Gringos por todos lados desde que me acuerdo. American people. La bendita fayuca. El primer encuentro con el American Way of Life me llegó bien chiquitín. Una señora emperifollada, con chalán tocando a la puerta del hogar. Vienen con dos maletas que, en esos finales de los años 60, anunciaban montones de productos del otro lado.
Como esa señora había muchas. Se iban a la frontera norte para cruzarla en las mejores ciudades pares. Llenaban los equipajes de ropa para mujeres y pequeñines. Cremas y maquillajes. Enlatados. Dulces. Radios portátiles. Galletas. Carritos, muñecas, juguetes eléctricos. El cofre del tesoro norteamericano transitaba, mordidas de por medio a cuanto agente aduanal o policía apareciera en el camino, de regreso al Distrito Federal. La sentencia era clara: en los Estados Unidos hacen chingonería y media. Por ello se hacen fortunas fayuqueando por cielo, mar y tierra.
El poderío era amplio. En la música, por ejemplo. Las estaciones de radio de AM estaban pobladas de ella. Pude descubrir que del otro lado había bandas de rock, jazz, shows sensuales en un desierto llamado Las Vegas, leyendas en un lugar fantástico, Hollywood. Era un logro hacerse de discos importados, era un disfrute ir al cine por el tal Walt Disney como una utopía ir de vacaciones a su castillo. Supe que mis programas favoritos se hacían en los Unites States. Y que a la Luna llegaron astronautas con su bandera de barras y estrellas.
La noción se forjó por todos los frentes de mi realidad circundante. Un orgullazo lo Hecho en México que “está bien hecho”, pero los fregones son los norteamericanos. La hacen bien donde se lo proponen: desde automóviles, siguiendo por aparatos médicos, aviones, armas, centros de investigación científica con ganadores del Nobel, deportes, artes escénicas, orquestas, ópera, museos. Vaya: escritores, pintores y larguísimo etcétera.
El sueño era conocer Los Ángeles, Nueva York, San Antonio, El Paso, Miami, Orlando, el Gran Cañón; miren que los ricos se van a esquiar en la nieve de sabor a Aspen. Y aunque no se sepa inglés, se cantan las rolas, alguien las traduce. Aprendamos el idioma para irse a estudiar a Harvard, a Boston, a Yale.
Coterráneos hay por todos los puntos de la Unión. Por eso se van, allá hay chamba, pagan por hora, todos caben, es la retoma del territorio que nos robaron en una guerra los pinches gringos gandallas, violentos, drogadictos, transas, manipuladores, invasores, intrusos, desestabilizadores.
Es un Imperio que gana de todas a todas y aléguele, compadre, nos dan un manotazo, controlan los regímenes políticos, la industrialización, mire, las mejores rotativas para imprimir periódicos son gringas. Punto, no hay que darle vueltas: tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos, de los Estados Sumidos, acuñó Daniel Venegas en su célebre novela Las aventuras de don Chipote o cuando los pericos mamen. Mojados, chicanos, mexicoamericanos, migrantes, texmex. Por eso hay chorros de nuestra gente por esos lares.
Vaya usted a saber cuántas generaciones crecimos y han crecido así. Asimilando para decantar el binomio de ser México y tener vecindad con el coloso del norte, América para los americanos. Muchos lo entendimos: la cultura norteamericana es poderosísima. Avasalladora. Son dueños de una creatividad fenomenal. Controlan los mercados del entretenimiento, de diversidad de negocios culturales. Pian pianito y a pesar de los chinos, los franceses, los alemanes, los japoneses, los rusos, ¿y alguien más con semejante dominio global?
En ese poderío cultural asoma por segunda vez Donald Trump. Feliz simbolismo: mi querido Pato Donald, mi Rico McPato y mi McDonald´s (¿alguien se acuerda del acontecimiento que fue la apertura de la primera sucursal en Periférico?). Trump Devora hamburguesas ¿quién no? ¡Oh! Los veganos. Los antigringos. La American people se surte de chorros de tacos, tequila, músicas, académicos fugados, cineastas ambiciosos y guitarrones, entre otras monerías. Es decir, abrevan del músculo cultural mexicano pero que, con su permiso, es parte del poder norteamericano.
Trump no necesita instituciones culturales de gobierno, ni ocuparse de abrir centros culturales a lo largo y ancho de México. La diferencia, diría Juan Gabriel, es que nuestro país sí. Décadas sin terminar de entender ni en Relaciones Exteriores, ni en Cultura. Nunca harán lo necesario para que el power mexicano fije un mano a mano con su vecino en su terruño.