Vaya tarde la que me encaminé a la Casa Lamm. Aguda como pocas desde hace buen rato. Asistí a un episodio más de mis misterios sin resolver. Ocasiones en que, de la nada, brotan imágenes y palabras.
Camino lento al punto de encuentro con la escritora Mónica Lavín, quien presentará Últimos días de mis padres (Planeta, 2022) y acomete el grito callado: “Y yo que te escucho paso en silencio. Lloro encadenado al sueño triste como al pie del mástil solo de un barco”.
Una vez más los poemas, por maravillosos, de Rubén Bonifaz Nuño. Sus ráfagas me emplazan. Empujo con sus versos mis pasos. Al intuir lo que viene en las páginas del reciente título de Lavín, imagino la posibilidad de un encuentro distinto con mis padres.
Los presentadores en esa tarde de inicios de junio, en la Casa Lamm, Rosa Beltrán y Ricardo Raphael, mostraron estar cerca del libro que comentan. Incluso el anuncio que resguardó el acto, en el cual plasmaron, “Al final, todos necesitamos volver al origen”, señalaba un camino.
Días después, al intentar definir desde dónde entrarle a Últimos días de mis padres, me convenzo de que en la Casa Lamm sucedió algo lejano a la obra.
Tan tremendo es hablar de los padres de un autor en un suceso público.
Inaprensible para la biógrafa y cronista Mónica Lavín, documentar lo que a cada lector de sus relatos le explota en sus manos, en la memoria, en las entendederas, en el acontecer de la orfandad parental absoluta o parcial que vive.
Páginas que son sísmicas.
También son hojas que le hacen a uno volver a otras páginas, a efecto de encontrar desde dónde hacer posible algunos comentarios. Por ello regresé a Crónicas del pájaro que da cuerda al mundo, de Haruki Murakami.
Cito: “No es el tipo de cosas en que pueda decirse qué es lo mejor y qué lo peor. No se debe oponer resistencia a la corriente: hay que ir hacia arriba cuando hay que ir hacia arriba, y hacia abajo cuando hay que ir hacia abajo. Cuando debas ir hacia arriba, busca la torre más alta y sube hasta la cúspide. Cuando debas ir hacia abajo, busca el pozo más profundo y desciende hasta el fondo. Cuando no haya corriente, quédate inmóvil. Si te opones a la corriente, todo se seca. Si todo se seca, el mundo se ve envuelto por las tinieblas. ‘Yo soy yo, él es yo, atardecer de otoño’. Cuando renuncias a mí, yo existo”.
El pozo. Ahí donde anido. Levantar la mirada. Allá arriba hay una luz. Puede ser el sol, lo más probable es que sea la luna. Desde acá abajo, con mis padres, con sus cenizas que en la tierra están, asumo.
No hay mejor lugar para honrar los episodios de Últimos días de mis padres.
Dice el señor-pájaro-que-da-cuerda: “Cuando volví en mí, estaba sentado en aquella oscuridad. Con la espalda apoyada en la pared, como siempre. Había vuelto al fondo del pozo (…) Había resucitado el pozo y yo moriría en la resurrección. No es una muerte tan mala, me dije. El mundo está lleno de muertes más crueles”.
Y retumba el relato de Petrita, de Josefina Vicens, cuando lanza: qué es mejor para los muertos, ¿la prisión del recuerdo o el generoso olvido?
Noticias comunes
Abundante la bibliografía de Mónica Lavín, escritora de múltiples registros, de oficios y géneros literarios, con un prestigio innegable en las letras mexicanas, mis ojos han andado corto en sus quehaceres: las novelas Café cortado (2001) y Yo, la peor (2010) y del que ahora me ocupo.
Nos conocimos en Bogotá, en noviembre de 2004, cuando fue invitada por el poeta Darío Jaramillo, entonces subgerente cultural del Banco de la República, al lado de Bernardo Ruiz y Sandro Cohen, ya fallecido, a un encuentro de escritores.
Era entonces agregado cultural de la Embajada de México.
Al seguir sus trayectos, entre ellos su colaboración semanal en El Universal, le invité a una actividad en la Casa Rafael Galván de la UAM, a finales de 2019.
Estos breves trazos y encuentros me conducen a señalar que cuando me ocupo de una obra, lo hago como simple lector. Los asuntos propios de una reseña crítica, de análisis narrativo y demás consignas del catálogo del estudioso, no me corresponden.
En tal virtud, indico que la elección fue así: con muchos apuros tomé veinte referencias al padre y la madre de Mónica Lavín. Al citarla le cuento de mis padres. De esta manera le rindo los honores posibles a su obra y busco alentar a que la lean.
Mi (su) padre/ Mi padre (el mío).
1 “En realidad, hay muy pocas de ese migrante de Noja (España) a Huixtla, en Chiapas, donde con su hermano se aventuró a montar una finca cafetalera”.
-Vaya coincidencia. La familia de mi padre fue chiapaneca, entre Tuxtla Gutiérrez y San Cristóbal de Las Casas. La Revolución Mexicana los trajo a la Ciudad de México, el abuelo se la jugó, una mudanza digna de crónica.
Una constante en tu relato es la imposibilidad de reconstruir ciertos episodios de las familias de tus padres. Su condición migrante lo hizo imposible. El historial chiapaneco merece investigar e imaginar.
2 “Luego creí que había dejado de escribir, pero en alguno de nuestros encuentros en los años de separación de mi madre, me dijo: Lee este poema mío. Contesté un no tajante que acuchilló el aire y seguramente su corazón. No quería ver sus pedazos de hombre aprisionado por otra mujer: pensé los versos como un pasadizo a su intimidad. No insistió y yo barrí el tema hasta que volvió con mamá y le dio por traducir los poemas de Raymond Carver”.
-Esmerado lector, mi padre jamás escribió una línea. Se llevó al sepulcro sus verdades, las versiones oficiales de sus actos. Leer algo suyo, vaya, qué acontecimiento hubiera sido.
Si algo le inspiró quien, según mi madre, fue su otra mujer, sin dejar nunca la casa, salvo algunas noches por la muerte de uno de los hijos procreados con el segundo frente, Carmen se llamó al decir de mamá, quedó en sus adentros.
Al ir en el auto por Calzada de Tlalpan, cierto día, encaré a papá. Le pedí confianza, que me contara sobre eso que mamá decía.
Seco, como en tantos asuntos de su vivir, me mandó al diablo. Ni una palabra pude sacarle sobre su supuesta otra vida.
3 “Bajamos las sábanas y quedaron sus piernas al descubierto. Las que yo había visto en shorts o en traje de baño en las vacaciones no eran tan cercanas y abruptas como las que ahora me enfrentaban, fuertes y desvalidas. Mamá me dijo que yo había heredado sus muslos (…) Sentí una alegría súbita, como si me fuera revelada una razón más del vínculo (…) Yo tenía los muslos de papá”.
-Por algunas fotografías vi las piernas de mi padre siendo joven. Nunca lo pude ver en shorts o traje de baño, aun cuando tenía casa en Cuernavaca con alberca. A pesar de haber ido a la playa en contadas ocasiones.
La última imagen de sus piernas es en el baño, un día que intenté ayudarle a asearse, ya con más de 90 años. Furioso me pedía dejarlo a solas. Imposible, el riesgo de una caída no lo permitía.
Ahora que me veo desnudo a mis 61 años, no hay duda: tengo las piernas de mi padre. Me aterro al cruzar las imágenes: voy enfilado a la vejez, saben los dioses para cursar cuántos años más en el planeta.
No son sólo las piernas, es todo lo que me veo. Un Manuel Humberto que se llama Eduardo. Hubo otro caso, cierto, no es mío el privilegio. Se llamó Jorge, el segundo de mis hermanos. Lamentablemente murió en 2020, a los 70 años.
Cuando me tocó asearlo en el hospital, le dije: tienes las piernas de papá.
4 “(…) no era un hombre religioso, ni jamás fue a misa, ni habló de la necesidad de tener alguna creencia”.
-Iguanas ranas, Mónica. El alboroto para rezar por las noches, para preparar la primera comunión, para casarse por la iglesia, para ir a misa cada sábado, fue labor materna.
Papá eludió, olímpicamente, cualquier forma de referirse a la religión católica.
Pero se casó conforme a la ley de dios.
5 “La infancia de mi padre es un escaso puñado de anécdotas”. “De la adolescencia de mi padre sabemos poco”.
-En las mismas, otros episodios que se llevó al cielo.
Mi padre fue pródigo para contar historias de su familia, poseedor de una capacidad narrativa, alimentada por una memoria prodigiosa. Supo documentarse a pesar de ser el menor de 14 hijos y haber perdido a su padre cuando tenía 15 años. Además, le correspondió el tremendo rol de enterrar, uno por uno, a sus 10 hermanas y 4 hermanos.
De todo el clan, al menos en lo que me tocó escuchar, siendo el quinto y último de sus hijos varones -ni una hermana- nos dio santo y seña. Su biografía de la infancia, la adolescencia, la juventud y gran parte de la etapa adulta hasta antes de matrimoniarse, se la llevó a la tumba.
6 “Supongo que fue la austeridad con la que creció mi padre la que asomaba en su administración doméstica”.
-También así, Mónica. Sólo un detalle: empleó tarjetas para anotar quincena por quincena los gastos. Entregaba a mamá un sobre con el dinero justo.
Creció, tuvo su acontecer y murió en total austeridad.
7 “Las rutinas son el arco entre el aseo al despertar y la preparación para ir a dormir”.
-Heredaste las piernas de tu padre, Mónica. Quizá también sus manías y el carácter obsesivo.
En esa línea, sigo la ruta de mi padre en mucho de lo rutinario y obsesivo.
8 “Los días aciagos me envejecen; de haberlos paladeado antes de la muerte de mis padres, habría roto con más frecuencia la indolente repetición de los suyos”.
-Eres injusta contigo, Mónica. Estoy seguro los paladeaste desde siempre. Accionar, como yo, como tantos hijas e hijos, cuando se tienen las condiciones para alivianar la indolente repetición de los suyos, una labor siempre acotada.
La clave la tendrás cuando, como yo, nuestros hijos intenten alivianar la indolente repetición de los nuestros.
9 “No entendí que era su privilegio allanarme el camino”.
-En mi caso no tuve inconveniente en que eso ocurriera. Desde recomendarme, siendo adolescente, me afiliara al PRI e hiciera carrera política, hasta quedarle a deber dinero.
10 “De noche, mi padre llamaba a mi madre, como si soltara bengalas de salvación”.
-Duro, durísimo. Ni mi padre llamó a mi madre en momento alguno de angustia, ni ella tampoco lo invocó, aun ya viuda.
11 “Uno no puede cargar a solas a su padre”.
-Lo hiciste, Mónica, lo sabemos al leerte. Yo pude hasta que me fui a Colombia. Murió mientras allá vivía. Quedan sus lágrimas cuando me despedí en una de mis visitas, por cierto, no muy lejana a su muerte.
12 “Me enseñó la libertad de elegir camino sin que mi condición de mujer impusiera restricciones. Con mi madre no podía ser ese librepensador, aunque lo intentaba”.
–Tómala, dice el clásico. Arde en mis entrañas esa afirmación. Duro, durazno.
De ambos, en mi caso, obtuve libertades, quizá más por inercia de quienes se confían en el buen juicio del hijo, que por una conducta orquestada. No fui mujer, pero los hombres también éramos controlados en esos años mexicanos de los setentas.
Tan así que mi padre me hizo inscribirme en leyes, cuando yo quería ser periodista. Mamá lo apoyó. Meses después, abandoné esa licenciatura.
Muchos años después, papá reconoció su exceso.
Mamá siempre me dio vía de librepensador, aunque tantas ocasiones no entendiera ni un ápice lo que eso significaba.
13 “El temor a la muerte de mi padre era un duelo anticipado por lo que de mí se incineraría cuando él no estuviera”.
-A esas llamas no se puede renunciar. Bienvenido el fuego que consume.
14 “No, el barco ha encallado, y la Dell es la caja negra que no quiero revisar. Temo al naufragio dentro del naufragio”.
-Este es uno de los episodios más logrados de tu libro. Aguardo el contenido de esa caja negra llamada computadora. Es un privilegio que tienes capacidad de sostener.
15 “Los muebles enviudan”.
-Creo que se rejuvenecen, Mónica. En nuestro caso, aquí en el departamento que rento, como en la casa de dos de mis hermanos, hay muebles que hablan y al hacerlo, hacen la vida muy alegre. Veremos si al pasar a manos de los descendientes, sobreviven.
16 “Yo también fui una traidora. Te pareces a tu padre, me dijo alguna vez mi marido”.
-¡Bueno! Una disección compleja, los maridos y las esposas nos dicen tantas cosas cuando hay encontronazo o bien al llegar la separación…
No está mal que le echen cierta culpa a la herencia, para eso es… Es el típico corte: tienes tanto del papá, tanto de la madre. En esta perspectiva, la originalidad de uno siempre está a prueba.
17 “Mamá estaba aterrada del panorama de un hombre totalmente dependiente”.
-A mamá no le tocó eso, pues en todo momento hubo ayuda doméstica, hijos y enfermeras, amén de una consistente capacidad de autosuficiencia de su esposo en muchos autocuidados.
18 “Pobre consuelo para encontrarle ventajas a la manera en que acabó la vida de cada uno”.
-La idealización de la vejez en los padres, salvo las excepciones que otros saben, jamás se cumple.
Creo que morir en un hospital, traumatizado, lleno de aparatos y víctima de los médicos que tramitan enfermedades como oficios burocráticos, es en muchos sentidos un beneficio para el bien morir. Tantos que ni a hospitalización básica acceden. No por ello, deseable tal cuadro. Hay muertes más crueles.
A ver cómo nos va a nosotros, Mónica.
19 “Había una vez un padre que podía señalar el rumbo hacia donde mejor convenía caminar”.
-Hay saldo a favor, Mónica. Fueron lo que les dio poder ser. ¿Somos mejores nosotros como padres? Tras nuestra muerte, los hijos responderán, y ojalá lo hagan comparativamente con sus abuelos y bisabuelos, un privilegio que a pocos se les concede.
20 “Esos círculos rojos me recuerdan las manos y los brazos de mi padre al final de la vida. Me confirman que sigo sus pasos”.
-Manías, piernas, guiños, achaques, marcas en la piel, enfermedades hereditarias, temperamento, habilidades. Somos de donde venimos, dice el clásico. En mi caso, Mónica, además anoto unas pompis escurridas.
Seguimos sus pasos, que en verdad sean para reencontrarlos por allá, en el más allá.
Mi (su) madre/Mi madre (la mía)
1 “Mi mamá tenía un mayor pacto con dios”.
-Se corroboran las coincidencias: padres ateos o, si se quiere, agnósticos. Madres en convivencia con dios. ¿Y nosotros, Mónica?
2 “Mi madre, niña de la guerra”.
-La mía fue parte de la Revolución Mexicana. Su padre, médico, boticario y diputado local en el Congreso de Michoacán; la abuela, mamá grande, dedicada a tener descendencia y cuidarla, enviudó desde temprana etapa.
La lucha armada les expulsó de Morelia, les dejó sin nada y vivieron en la Ciudad de México con muchos pesares.
Luz María, mi madre, tuvo que trabajar desde adolescente. Apenas logró la secundaria, por cierto con una letra muy bonita.
Fueron parte de una generación de mujeres, de madres muy sufridas.
3 “Decía que esos no eran sus rumbos”.
-Nada como la casa en la que se crece como pareja, con la prole. Nacer y desarrollarse en el matrimonio, los hijos, las escuelas, las nanas, la recaudería, la abarrotera. Los rumbos son los rumbos.
Mis padres sufrieron el destierro a casa del hijo mayor. El momento vino cuando no pude seguir de cerca de su cuidado por irme a Colombia. Muchos riesgos por las escaleras, las faenas domésticas, un caserón para dos seres mayores y con limitaciones claras para valerse por sí mismos.
Ambos murieron lejos de sus rumbos, de la casa que bien o mal levantaron, lo cual fue una carga terrible en sus hombros.
Cosas del exilio que impone la vejez sujeta al criterio de los hijos. ¿Qué nos tocará en esa feria?
4 “En aquellos días de arrasar con los fantasmas todavía estaba la enfermera”.
-¡Enfermeras! Un catálogo de mujeres, con el mosaico indispensable: leales, generosas, malas, perversas, ladronas.
Pero de gran ayuda.
5 “Son la evidencia de que había encontrado una tabla de salvación en su propio talento”.
-Al leer de los rasgos creativos de tu madre, Mónica, qué divino. Mujerón. Un tesoro ese costado de su ser.
Para Luz María era la cantada, el ser bohemia, la hacendosa en los jardines de sus casas. Su gran poemario, la residencia de Cuernavaca.
6 “Si las pudiera meter como actrices de una película, diría que ‘la otra’ estaba en el reparto de una comedia gringa, y mi madre en el de una película francesa en blanco y negro”.
-Al seguir tu comparación, pienso que mi madre hubiera sido una actriz de la época de oro del cine mexicano. De esos personajes femeninos sufridos, maltratados.
7 “Hay un orden en la entrada a la escena de la vida y un desorden en la retirada. El hermano mayor de mi madre fue el primero en morir, pero el menor le siguió; ella, la de en medio, la última”.
-Ah jijos. En esta cita podría detenerme páginas. Mi madre tuvo 5 hermanas y un hermano. Fue la penúltima en irse (este 2022 cumple una década de fallecida).
Cierto, Mónica: al recordar la muerte de cada una de mis tías, de mi tío, lo que vino después fue de la desintegración de su familia, el reino del caos. Simplemente no volvimos a ser los mismos.
En la obviedad hay un profundo mar.
8 “Sintió un mareo y se sentó al lado de su madre. Se recargó en su hombro”.
-Este pasaje que nos remite a la precariedad de donde resurgió tu mami, me quebró. Mi madre nunca pudo superar los dolores de una infancia muy limitada y de una vida que, en general, le dio lo necesario, cuando soñaba no estar “contando el dinero siempre”, como nos confiaba en ciertos momentos.
9 “En todo caso la había dejado enfrentándose a la muerte en solitario”.
-Este episodio relacionado con tu actitud, al lado de tu madre, en el momento de darse un sismo, son piezas sueltas para un relojero.
Larga disertación la que tiene que ver cuando nuestro sentido de sobrevivencia o del anhelo de vivir, nos llevan a ponerle una frontera a los padres o a quien sea.
Mi madre fue muy proclive a reclamar derechos por el habernos traído al mundo.
Como los temblores nos agarraron siempre en casa, la abrazaba, no había nada que temer. Si se hubiera venido abajo la construcción, pues de los escombros nos hubieran sacado.
10 “Nada de esto lo debía saber mi padre. Había un discurso fuera del agua y otro debajo de ella”.
-Al coincidir contigo en tantos puntos del historial de tus padres, también esos dobles discursos tuvieron su cita en casa. No puedo decir si fueron pocos o muchos los pliegos.
Lo que tengo claro es que con cinco hombres, mamá nos brindaba protección ante situaciones que podían desencadenar el enojo de papá. Eso mero: tener una madre cómplice, tiene sus ventajas.
11 “Con mamá no era difícil identificar las partes del cuerpo que me había heredado”.
-El sello Cruz ganó en mi caso. Nada tengo físicamente de ella. Fue en mi hermano Fernando, ya fallecido, en el que se expandió generosamente lo Vázquez, incluso heredando sorprendentemente rasgos del padre de mamá.
Algunas nietas tienen marcas del cuerpo de su abuela.
12 “Puse a la escritora en punto muerto y asumí a la hija”.
-Pensé en las hijas que nunca dejan de ser hijas y renuncian a ser todo lo demás. El concepto de la abnegación es otra de las señales que lanzas a nosotros tus lectores.
13 “Ahora la ausencia de mi padre me pega por partida doble. Ha secuestrado el ánimo de mi madre, su función de madre. No puedo arroparla porque me siento expulsada”.
-¿Va por aquí la abnegación? ¿Crees que es una característica insalvable del ser madre? Por estos rumbos no la pasamos así, aunque tantas historias en ese sentido hemos conocido.
14 “Su vocación era estética, su talento salvaje”.
-Como te dije, mi madre tuvo escasas oportunidades de lucir su creatividad, digamos, artística. El centro de su creatividad fue criar hijos, atender casa, lo típico en tantas mujeres de su generación. Una labor entregada, sin cortapisa, ruda.
¿Y si nuestras madres hubieran sido escritoras o actrices o diseñadoras gráficas?
Más de una vez me hice preguntas en ese sentido al ver a mi madre hasta el copete de las faenas domésticas.
Sin duda Eduardo no sería el mismo.
15 “(…) ella tan preocupada de verse bien”.
-En estos filones nuestras madres fueron coincidentes. Un dato: conservo todas sus alhajas. Se llenó de ellas en el mercado de las bisuterías. Tuvo montones de vestidos. En todo momento, una mujer arreglada.
16 “No podía relacionar la estampa de mi madre (…) con las patas de elefante de ron barato”.
-Qué valor, Mónica. Nada sencillo entrarle a una vivencia llena de aristas. Comprendo los cabos sueltos que dejas.
Por estos rumbos fue el sufrimiento de unos padres ante el hijo alcohólico. De la madre impotente que ve sin remedio la destrucción.
Es brutal el alcoholismo en casa, en cualquier sitio.
17 “¿Qué tanto sabía yo de mi madre que no fuera en su papel de mi madre? Tal vez mi padre fue más transparente, no lo sé.
-En efecto, no lo sabemos. Quizá esa transparencia no fue tanta. Los espejismos se dan.
Lo subrayo: de este lado hubo más silencios que testimonios.
No me alcanzó el talento para obtener más de las existencias Cruz Cantoral y Vázquez Romero.
Quizá por ello me empeño en que mi única hija tenga lo necesario para sacar sus cuentas y cuentos.
18 “Descubro que cada vez hay más de mi madre en mí, como si se me hubiera instalado sin que yo me diera cuenta”.
-La ausencia de los padres deja una estela de especulaciones, muy esperadas, diré. Hay que gozarlas y sufrirlas. Tus hijas seguramente ya no pasarán tan fuertemente por ello.
El problema de los que escriben es que son auditables. Y las auditorías son feroces, en todo sentido.
19 “Si a mi padre le mataron a su padre, a mi madre le mataron la pertenencia”.
-Dar veredictos es fajarse ante los que pueden o no estar de acuerdo con ellos.
Quizá nunca sepamos las reacciones de tus hermanos a este maravilloso libro tuyo. Ignoro si dentro de tus parientes, alguno podría sentirse conforme o molesto con el relato de Últimos días de mis padres.
La verdad sobre nuestros padres, parece ser nuestra. Deja de serla cuando la socializas, la pones en manos de tus lectores.
20 “Venían de los sueños mutilados de sus padres, con hambre de construirse los suyos”.
-Al terminar este recorrido por tus padres, te agradezco haber detonado una serie de pasajes por la historia de los míos.
Son muchos puntos de encuentro, como el que en esta última cita que transcribo se señala.
Así es, las historias de mis padres vinieron con la Revolución Mexicana, fueron niños migrantes con sus sueños mutilados, en condiciones poco favorables. Ambos quedaron huérfanos de padre a muy temprana edad; papá perdió también a su madre siendo joven.
Por fortuna mi abuela materna alcanzó muchos años de vida, pude conocerla siendo chiquillo, y murió rodeada de sus hijas, su hijo, de numerosos nietos.
Remato: el hambre nunca se va. Ser hambriento, más vale.