Uno de los retos que impone la novela Los fragmentarios, de Alejandro Estivill (Trajín Ediciones, 2023), tiene que ver con el ritmo de lectura. Tal situación nos lleva también a la exigencia a los ojos, como de la respiración. Si prácticamente no hay tregua conforme avanza la narración en las páginas, al separarse de ellas cuando no queda otra que bajarse, se siente como cuando dejas el carrusel mientras gira. Sales disparado. Y volver a subirte tiene su chiste.No es asunto menor que un escritor instrumente desafíos a sus lectores (en los que el editor algo tiene que ver). Que la relación con lo que se cuenta no sea solamente intelectual, de comprensión, emocional, de tacto con el objeto impreso, sino también fisiológica. Como ponerse a correr sin estar del todo preparado, al lado de un maratonista.
Por supuesto que la formación profesional, los ingredientes literarios, los insumos técnicos de Alejandro Estivill Castro (Ciudad de México, 1965) para esta suerte de deporte extremo, están plenamente afianzados. Por eso entrega en Los fragmentarios una novela que ha cuidado escrupulosamente su confección.
Sin que se lo hubiera expresado, al recibir por correo sus generosas respuestas a un mínimo cuestionario, coincidimos en que la obra es un conjunto de biografías. Las historias de sus personajes ocupan páginas para su definición. Su desarrollo desde la infancia hasta la madurez cincuentona está rebosante de su entorno social y, sobre todo, cultural.
El contexto en el que se desenvuelve la familia integrada por dos hijos varones, una madre durísima, un padre casi inexistente y un abuelo español, anarquista catalán de la Guerra Civil, escritor y virtuoso a pesar de sus tumbos, tiene la particularidad de acontecer en tres naciones, México, Estados Unidos y España.
Una característica que puede achacarse al ser Estivill un destacado miembro del Servicio Exterior Mexicano (SEM); un muy joven embajador que, al ocuparme de su novela, está por concluir su misión en el Consulado General de México en Montreal, para moverse hacia un país del Continente Africano en verano.
En la constelación de la narrativa, diré informativamente intensa, hay otros elementos que ayudan a perfilar las biografías de los actores. Un México trastabillante que El Guille decide abandonar y que, para hacerlo, asume la condición de mojado para finalmente radicarse en Washington. Un hermano mayor, Narcís, cuyo talento lo deposita en una universidad de Cambridge, quien lo visitará y dará forma al arma que permita consumar el anhelado asesinato de Donald Trump en la Casa Blanca, faltaba más.
Pero (siempre hay peros) la irrupción de la pandemia a cargo de la Covid-19 y el consecuente encierro hacia marzo del 2020, impedirán tal propósito. A cambio, lo que causará es el asesinato de la compañera estadounidense de El Guille, quien se singulariza por haber perdido un dedo meñique de niño, de la enfermera con aprestos para ser crítica de arte, quien es su cómplice en la planeación del magnicidio.
Ella, Ann Furuseth, “Era más mujer, más viva, más efervescente que un cultivo caliente de bacterias; pero por su toque espiritual, la deseaba como para un lunes, y la deseaba abierta para sí, cual perfume que perdura hasta el sábado”.
Su pareja “Guillem Ferrer, El Guille, como muchos lo han nombrado, era el portador de una piel ametrallada de pecas y manchas como salpicaduras de vino (…) Mano de rapiña, de insecto que invertida como una flor en su apogeo al extender la palma, termina por evocar un alacrán”.
Maniático, “Narcís nació mejor, nació primero, primero en la fuerza y la destreza, la inteligencia y el aplomo, nació primero para ganar las competencias y la admiración de los primos y las primas. Tan sólo una cosa le faltó: altura. ¡Ja! El niño genio, pero concentrado en su propio cerebro, fue fuerte y saludable, pero menor en tamaño al 1:60 para frustrar el concepto más preciso de ‘perfección’ que sus padres albergaban”.
Así que subí y bajé del carrusel de Los fragmentarios a toda máquina. He vivido gustoso los retos del amigo que es Alejandro, con quien hemos compartido momentos de la diplomacia cultural. Al ser la primera novela que leo de su abundante producción, quedo convencido de su ser escritor hecho y derecho.
Otras novelas de Estivill son El hombre bajo la piel, Alfil, los tres pecados del elefante (ganadora del premio especial del jurado del Concurso de Novela Negra Akrón 2017 en España) y El lugar de los descarnados (publicada en Bogotá, Colombia). También tiene el libro de cuentos En la mirada del avestruz. Trajín Editores reunirá toda su obra en los años por venir.
Trazos creativos de un escritor
Diplomacia y literatura ¿qué fue primero?
La literatura porque en mi caso se trató de una actividad natural, un poco como respirar; después estarían las profesiones. Como no me decidía a nada, estudié literatura y luego pensé en buscar otra cosa para pasar la barrera del taco. Busqué lo literario, incluido escribir, para tratar de ser mejor lector. Es lo que más me interesa. Luego lo diplomático resultó ser afín porque es un acto de lectura de otros países, otras sociedades y otras sensibilidades. En cierto modo terminan siendo lo mismo.
¿Aprecias que te incorporas a la tradición de los escritores en la diplomacia mexicana?
Es algo que no veía así, pero cuando me lo mencionan me empalaga un poco, pero me gusta en el fondo del alma. Es muy pretencioso hablar así porque la diplomacia ha cambiado mucho por la tecnología y ya no recae tanto como en el pasado en habilidades de formalización de la persona diplomática: ser elocuente, ser elegante, ser ingenioso, ser ducho en manejar diversos contextos culturales.
Ahora la tecnología te obliga a ser más estereotipado en las formas y los resultados diplomáticos que son revisados al instante porque, en cierto modo, te están viendo actuar en línea. Ya no hay un espacio entre la instrucción diplomática y el momento de actuar donde entraba la formalización del ingenioso diplomático-escritor. Ahora todo es muy inmediato. Por ello, creo que esa tradición ha cambiado y ya no es lo mismo. Prefiero ser un buen lector y la escritura me da armas para leer libros y leer naciones.
¿Qué papel juega Los fragmentarios en el conjunto de tu obra?
Es la obra más autobiográfica y la más lúdica con todo lo que me ha influido. Sin embargo, también tiene los demonios de otras obras como la migración, las intrigas internacionales, la búsqueda de los pasajes de vida que nos definen o definen a las personas expresadas por vía de personajes trabajados en la literatura.
Los fragmentarios es también una revisión de las pasiones de la anarquía en un momento de mucha incertidumbre que nos marca. La incorporaría a una tradición de acedia en el sentido griego religioso del término: esa apatía y tedio ante la falta de destinos claros. Aquí hay mucho de búsqueda, desde vías simbólicas y complementarias para luchar contra esa sensación cuando la falta de una ruta posible nos afecta tanto.
También es la obra más fuerte en el reencuentro con «los efectos mariposa» de nuestra vida. Los pequeños guiños de la historia nacional y personal que nos llevan a ser y hacer lo que corresponde a cada momento. Un poco deconstructivista, si se quiere ver así.
En la literatura latinoamericana hay mucho de revivir y recrear los mitos y las efervescencias del lenguaje que nos dan identidad, pero ahora me gusta más tratar los elementos puntuales de cada vida que terminan construyendo las realidades que seremos en el futuro. Eso la hace una obra más directa: causa-efecto. Fue tan así que me obligó a pensar en ese personaje semi-autista que puede analizar muy bien lo que pasará con la construcción de una realidad.
¿Estimas que la novela se incorpora en la literatura del Covid-19 o de la postpandemia?
El Covid siempre estuvo presente. No sé si sea una obra postpandemia pero sí sé que la pandemia estaba diciéndome algo como el hombre propone, Dios dispone y llega el diablo y todo lo descompone. La pandemia estuvo siempre como el efecto desquiciante final que regresa todo personaje a la realidad infinitamente pequeña de los hombres. La pandemia es y seguirá siendo en nuevas versiones un «estate quieto» para la pretensión soberbia humana.
En la presentación de la obra en la Ciudad de México, escuché que la pieza era de suspenso, de tratamiento policíaco, lo cual no me parece así. La figura de Trump se vuelve un elemento que sirve a los biografiados. ¿Va por ahí o qué me puedes decir?
Tienes toda la razón en ver que Trump es nimio, que no es una obra de suspenso sobre la gran estratagema internacional para matar a un presidente. Muy lejos de ello. Es sólo una excusa. Muchas otras excusas pudieron haber jugado el papel necesario para sacar las vidas de «los biografiados» a flote con las aristas extremas que necesitaba.
Pero igualmente era necesario un contraste fuerte entre la gran excusa, las más loca, la más improbable, el mejor «líquido de contraste» para esta aventura de penetración en personajes que me son muy cercanos pero que necesitaban ese ambiente único para mostrar sus relieves. No es una obra sobre un eventual asesinato de Trump, es una obra sobre el atrevimiento loco que está condenado pero que por inverosímil puede sacar la esencia misma de la necesidad de emprender algo.