A tres grandes promotores culturales:
Marco Antonio Campos, Evodio Escalante y Saúl Juárez
Desde las ruinas de la memoria que conservo miro, como desde hace mucho tiempo, cómo el partido dominante en el poder avasalla. Atisbo la organización de los foros de consulta para el Plan Nacional de Desarrollo. Leo una suerte de manual, con el comparativo del antes y el posahora nacido en 2018, subrayado de la posverdad. Voy y vengo por la convocatoria correspondiente a los foros de cultura. Resuelvo que es inútil aquí abordar su tratamiento. Aun así, debo ser testigo y parte. Me anoto y desempolvo algunos recuerdos.
Estos tienen que ver con otros foros. Con encuentros y reuniones en los que me formé en los primeros años de la década de los 80. Algunos atendieron asuntos del gobierno, los más las expresiones creativas y críticas. Fueron fruto de una confabulación que, pese a la desmemoria reinante, nadie puede negar que sembraron paradigmas en la promoción cultural. Hoy son impensables. No lo son por la gobernanza franciscana, por la modernidad tecnológica como por la crispación que envuelve a una buena parte de la comunidad cultural.
Tres instituciones lograron por varios años organizar espacios de discusión entre las corrientes del entonces caudal de la cultura mexicana. Que conste: se venía de una tremenda crisis a causa del priista José López Portillo. Ocurrió en el sexenio complicadísimo de Miguel de la Madrid y menos en el neoliberal salinato. Ahí estaba la oposición haciendo su lucha. Es la década de donde emanaron los rupturistas del partido único, entre ellos, Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo y Andrés Manuel López Obrador.
La UNAM y la UAM, a través de sus direcciones de literatura y cultura, respectivamente, y el INBA (sin L), vía la subdirección encargada de las tareas con los estados, protagonizaron una colaboración edificante. Para ello contaron con tres grandes personajes que, al concebir y concertar desde la pluralidad, a muchos nos dieron simiente en nuestra formación profesional. Me refiero, en ese orden, a Marco Antonio Campos, Evodio Escalante y Saúl Juárez. Tuve la fortuna de que los dos primeros fueran mis jefes, en tanto Saúl, compañero de trabajo en el Conaculta. Siguen siendo mis amigos.
La generación de los numerosos encuentros tuvo a la literatura como principal motivador y por sede distintas ciudades de los estados, a las que llegábamos en un emblemático autobús Dina del INBA. Jóvenes o consagrados, tanto autores como reporteros viajaban, convivían, echaban relajo, mentaban madres, hacían críticas al sistema político, se devoraban en el escenario. Ciudades como Cuautla, Querétaro, Zacatecas y Morelia eran puntos de ebullición por tres días, con eventos abarrotados por las comunidades locales.
También recuerdo dos que, de manera directa, me involucraron en la operatividad. Estuvieron dedicados a los medios de comunicación. La sede fue Morelia, en la gobernatura de Cuauhtémoc Cárdenas. En estas ruinas de mi memoria veo al ingeniero en la apertura de los foros, en alguna de las cenas en franco diálogo con los asistentes. Veo a mi entrañable amigo y profesor fundador de la UAM Xochimilco, Enrique Velasco Ugalde, encarando a Alejandro Ordorica, en esos años director de Radio de RTC en la Secretaría de Gobernación, reconocido ya por su talante progresista. Enrique nos dejó en 2014, tras fabulosos años de complicidades con Alejandro y conmigo, entre ellas, el GRECU.
La nobleza conciliadora de estas experiencias dista de la naturaleza de los foros en campañas presidenciales como de aquellos destinados a la elaboración de planes y programas sexenales. Estos últimos nacieron con la Ley de Planeación en 1983, la cual, de ser robusta, ha quedado reducida a otro tipo de ruinas. Se ha salvado de la devastación la fracción VIII del artículo 2º que indica uno de los principios de la planeación: “La factibilidad cultural de las políticas públicas nacionales”. Y una más, en el artículo 3º segundo párrafo: “Mediante la planeación se fijarán objetivos, metas, estrategias y prioridades, así como criterios basados en estudios de factibilidad cultural; se asignarán recursos, responsabilidades y tiempos de ejecución, se coordinarán acciones y se evaluarán resultados”.
A las letras muertas en segunda tanda, el genuino reducto de las ruinas de la memoria.