En mis haberes, no se encuentra el grato recuerdo de un secretario de Economía conocedor, como comprometido, con el sector cultural. Dicho de otra manera, que haya asumido la responsabilidad de incorporar en la política económica a las empresas, los empresarios y a los emprendedores culturales, como a quienes se dedican a estudiar dicho componente vital en el desarrollo del país.
Por elegancia impuesta desde el exterior, las esferas burocrático-académicas gustan referirse a esta realidad desde las nociones de industrias creativas e industrias culturales. A veces alternan el uso de economía creativa y economía cultural, conceptualizaciones más consecuentes, aunque ampliamente menospreciadas en la realidad nacional.
Al menos eso puedo contar desde las épocas de Miguel de la Madrid, cuando era Secretaría de Comercio y Fomento Industrial. Quién puede olvidar a Jaime Serra Puche, secretario del salinato, en todo momento renuente a dar su lugar en el TLCAN al sector cultural. Lo entrevisté muchos años después y reconoció que “faltó darle una lectura industrial a la cultura”.
Siguió Herminio Blanco, otro neoliberal que ignoró el tema al igual que su jefe Zedillo. Para singularizar la alternancia, Vicente Fox le denomina Secretaría de Economía, siendo el primer titular Luis Ernesto Derbez. Se inicia un quehacer público que se fijó en el principal nutriente de la economía mexicana, las micro, pequeñas y medianas empresas.
Para ello se crea una subsecretaría y en 2002 se promulga la Ley para la Competitividad de las Mipymes, pero se les olvidan las de bienes y servicios culturales. Se enmienda la omisión en junio de 2006, con el tercer secretario del ramo, Sergio García de Alba.
Entregada la estafeta a Eduardo Sojo (después presidente del INEGI) el calderonismo inventa una secretaría paralela a la de Economía (que tuvo tres titulares) y de Relaciones Exteriores, el fideicomiso ProMéxico. De 2007 a 2017, tuvo cinco directores quienes, con cierto ahínco condicionado por su ignorancia (pero con montones de dinero) promovieron a su gusto eso de las industrias creativas. Dejaron una estela de irregularidades y abusos que terminaron con AMLO.
En este historial, el que se lleva las palmas por intransigente con los asuntos del sector cultural es Ildefonso Guajardo como jefe de la dependencia. Cómo olvidar su afirmación de que, en el marco de la renegociación del TLCAN (refrendado por AMLO como TCMEC) no era necesario incluir temas comerciales del sector cultural ya que, por ejemplo, las orquestas no eran negocio.
El sexenio peñista creó el Instituto Nacional del Emprendedor. Nació de las cenizas de la subsecretaría. Las empresas culturales resultan menospreciadas y se les acomoda al contentillo. Los dos directores del INADEM, Enrique Jacob Rocha y Alejandro Delgado, hacen de la Semana del Emprendedor el evento cumbre de las Mipymes. Con López Obrador se dijo adiós al instituto.
Llega Graciela Márquez como secretaria del ramo del presidente tabasqueño. Le sustituye Tatiana Clouthier cuando se va al INEGI quien le entrega poco después a Raquel Buenrostro. En el sexenio de la 4T es la misma dosis: nada para el sector cultural.
El primero de octubre será secretario de Economía Marcelo Ebrard. Recibe esta larga falta de política económica para el sector cultural y, en ella, la urgencia de una serie de ajustes en las disposiciones legales al respecto.
Como canciller, dejó al garete la cooperación y diplomacia cultural, que sin duda son coadyuvantes en el sector cultural. En febrero de 2023, establece un grupo de trabajo en Los Ángeles alrededor del cine, con la participación, entre otros del gremio de ambos lados de la frontera, de la Motion Picture Association (la temible MPA. Sabe Dios qué fue de eso).
Al mes siguiente, como aspirante a la candidatura presidencial de Morena, promovió un foro sobre “Cultura e industria creativa”. Luego, en mayo, lanzó un documento con 42 acciones para transformar el sector startup.
Ya veremos si Ebrard resulta un economista cultural.
CODA. Con Elena Cepeda como secretaria de Cultura, el entonces jefe de Gobierno del Distrito Federal puso en marcha la Fundación Ciudad de México, la cual tuvo en su complicada y corta vida, tareas vinculadas a las industrias creativas, particularmente las audiovisuales. También se creó un programa de empresas culturales que perdura, aunque en condiciones presupuestales como legales que le impiden atender al enorme núcleo que debe procurar.