Cleofe: los mensajes de una karateca (1)
Saber provocar

El velo de Maya (La muerte de Dios II, 1997, óleo sobre loneta), de Daniel Lezama. (Imagen cortesía del autor).

 

Un clásico de los tiempos sin cultura digital fue “A veces llegan cartas”. Así se daba cabida a las escasas personas que, por alguna dichosa razón, se animaban a comentar asuntos relativos al contenido de las páginas culturales del periódico donde colaboraba.

Nada más de recordarlo se siente flojera. Imaginen el trayecto: leer el diario, disfrutar, quedarse inquieto o enfadarse con alguna nota, pensarla. Va, pues, el ánimo respondón: tomar el papel, meterlo a la máquina de escribir, teclear. Repetir unas dos veces el texto, quizá hacerlo a mano y luego dale consistencia a las palabras.

Ya que quedó chulísima la misiva (era franco el temor al ridículo ante esos jueces anónimos de la redacción) entonces acometer lo duro de la travesía al domicilio del periódico. Por supuesto que me tocó hacerlo al impulso de mis primeros anhelos de publicación en “Foro de Excélsior”.

Los poderosos mandaban los sobres con mensajeros. Luego vino el gran aliviane del fax: aunque había que llamar varias veces para confirmar si “había pasado bien”.

Todo eso es parte de la reserva arqueológica de estos tiempos. Hoy-hoy-hoy sobran medios eficaces e ipsofactos para que la gente se ponga en contacto con quien se deje.

Y los que editamos algún sitio, como es mi caso en este blog, a veces recibimos mensajes, correos, como por otras vías tuitazos, feibukazos, instangramazos, azos y etc.

Así es como, después de muchos meses, iré dado cuenta, por su manifiesto interés, de lo que me contó una singular mujer, de la cual su única presentación es “soy Cleofe*, karateca”.

Ya que, el resto de su existencia, fijó de principio, “la descubrirás conforme te escriba”.

Además “acordaremos cuando sea el momento indicado para contarlo a los 15 o 20 lectores que tienes, bien que te sigo de cerca”.

¿Qué la animó a elegirme? “En medio de la selva digital, te cruzaste y ya, te puse a evaluación y listo. Además, era momento para probar una vía distinta al psicoanálisis, al Reiki, al Taichí, al Yoga. Un canal terapeútico distinto que me permitiera expresar fragmentos de mi acontecer, deshacerme de algunas de mis cargas”.

“Demasiada energía en mis chakras con o sin el golpeteo del oficio de karateca. Tanta rivalidad en el campo de entrenamiento y más cuando hay batalla en serio en las competencias (se vale todo) requiere de variadas formas de desahogo”.

Me siento especial cuando me dice que “a ver si tus 18 o 24 lectores me mandan a decir algo, si bien no es el objetivo”. Los mensajes vienen, llegan, “como bien salen, sin presiones de ningún tipo, habrás de presentarlos como te acomode”.

En todo caso, añade, “me daré por satisfecha al lograr que te tomaras la molestia de entender mis tintes biográficos, mis asuntos, al respetar mis sentires y subirlos al mundillo que recorre la internet con el juicio del editor que se supone eres.

“Yo sólo viajo cuando medito, ya sabes así, bien bonita, me pongo en mi cojín, rodeada de mis plantitas, viendo al jardincito que milagrosamente por mi difunto ex marido atesoro”.

Debo precisar que me da carta blanca “para que no veas limitada tu imaginación de redactor. Nada más no te pases hasta las XXX o sabrás lo que son las Tzuki waza”.

Te lo dije en mi respuesta y lo manifiesto abiertamente, como quedamos, karateca Cleofe. Un privilegio, un susto, un reto. A ver qué sale de todo esto.

Abrochen sus cinturones.

*Del griego “La que vislumbra la gloria”.

 

Querido lector: Ten presente que estas entregas forman un serial. Por lo mismo no puedo repetir cierta información en cada una. La tienes a mano en este blog si sigues el orden.