Me detendré en algunos pasajes de los Mentideros de la memoria de Gonzalo Celorio (Tusquets, 2022), que se integra por lo que llamaré 20 episodios de vida. Son ejemplos de lo que puedo agradecer como lector con intereses periodísticos. Hablo de información útil para la incesante construcción de la historia del sector cultural.
Otros se habrán ocupado, seguramente lo harán, de valorar el anecdotario alrededor de los sucesos de la vida literaria y como servidor público del narrador Gonzalo Celorio. Sus amigos tienen mano para corroborar el temperamento como el estilo existencial que proyecta su cuate ante lo que no se propone ser un libro en la más pura norma autobiográfica.
No busco algo que no sea ajeno a la intención de Celorio. No en vano al definir la vocación de su obra en el contexto de un mentidero, es un llamado a compartir lo que cuenta. Hago entonces mi suerte de tertulia con cierta información reveladora.
En el episodio que abre, “Algo sobre la muerte del menor Sabines”, me entero de una terrible historia: “Mi amigo Jaime ostentaba el apellido Sabines, aunque hubiera nacido fuera del matrimonio que, después de su nacimiento, el poeta contrajo con Josefina Rodríguez Zebadúa, ‘Chepita’, en 1953 (…) Supe que vivía con su madre, de nombre Boni”.
Añade que, “De la historia de la relación del poeta chiapaneco Jaime Sabines y la sirvienta Boni, también chiapaneca, no sé nada, salvo que ambos fueron padres de mi amigo”.
Un día, tras muchos tragos en lo que fue el Sanborns de San Ángel, “Dejó traslucir con dolorosa transparencia que era un poeta aplastado por su propio nombre y condenado a vivir en una familia ajena a su potente estirpe y a su delicada sensibilidad”.
Es así como cierta ocasión “completamente borracho”, decidió abrir la puerta del carro en el que venía de Cuernavaca y suicidarse arrojándose a la carretera.
Las correas de un clan
El episodio llamado “Rulfos” se encuentra atravesado por el paso de Celorio como director del Fondo de Cultura Económica en tiempos de Vicente Fox. Algo que se propone en su gestión es devolver la obra de Juan Rulfo “a su casa primigenia”.
Tras algunos intentos de negociación “se marchitó” la esperanza de lograrlo. “Por más que lo intentamos, no hubo manera de volver a tocar el tema ni con los hijos ni con el presidente de la Fundación. Siempre nos topamos con un montón de piedras”.
En ese contexto rulfiano, el escritor se desempeña como asesor literario de la Feria Internacional de Libro de Guadalajara. Le toca tratar de revertir la decisión de la familia de retirar el nombre de Juan Rulfo del galardón más preciado de la fiesta cultural. “Él me remitió (Juan Pablo Rulfo) a su familia gobernada por Víctor Jiménez, y no logré cumplir mi cometido. Fracasé de nueva cuenta”.
Con el título “Gracia y desgracia de Alfredo Bryce Echenique”, nos mezclamos en los entretelones que Celorio vivió con el escritor peruano.
“-¡Qué se jodan!
“Esas mismas palabras fueron las que años después utilizó (Bryce) para denostar a los intelectuales mexicanos que habían manifestado su protesta cuando la Feria Internacional del Libro de Guadalajara le confirió el Premio de Literatura en Lenguas Romances en el año 2012”.
Así la mirada de quien comparte en otro momento en el marco de una presentación: “En México otra vez, en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, donde presenté su novela La amigdalitis de Tarzán, mientras él se tomaba un vaso completo de vodka Absolut que frente al público hizo pasar por agua”.
Compartiendo el dolor
“Natasha”: así con el nombre de la hija de Carlos Fuentes y Silvia Lemus, Gonzalo Celorio trae a Mentideros de la memoria las horas y los días posteriores a la muerte de la joven. Cuando la conoció, dice: “Pero más allá de sus rasgos fisonómicos y la ambivalencia de su expresión, lo que se me quedó grabado en la memoria fue su personal modo de hablar la lengua española, en la que irrumpían constantemente el inglés y el francés, no sólo en el vocabulario o en ciertas frases hechas, sino incluso en su estructura gramatical”.
Una escena pinta la relación madre-hija: “Después de cenar, Silvia Lemus me preguntó si podía utilizar mi teléfono para hablar a Nueva York. Por supuesto. Le alcancé el aparato y marcó el número del hotel Plaza de Nueva York. En su impecable inglés, le dijo a la operadora que la comunicara con el room service. Pidió por teléfono, desde México, pero como si hubiera estado hospedada en el hotel, que a las nueve de la mañana del día siguiente le subieran a la habitación 407 un jugo de naranja, un plato de fruta con yogur y cereal, unas tostadas con mantequilla y mermelada y un café con leche. De no ser por ese pedido, Natasha, que en esa habitación pernoctaba, seguramente no desayunaría. O se quedaría dormida hasta quién sabe qué horas”.
Luego, tras una “misa de difuntos para depositar las cenizas de la joven en la cripta del templo (de Santo Domingo), donde se habían colocado seis años atrás las de Carlos Fuentes Lemus, el hermano mayor de Natasha”, un grupo de cercanos al matrimonio fueron a comer a El Cardenal, en la planta baja del entonces hotel Sheraton, ubicado sobre avenida Juárez. Ya en la mesa “El mundo de la palabra ahí reunido enmudeció”.
Y remata Celorio: “Fue entonces cuando Gabriel García Márquez, a la llegada del capitán, pronunció las palabras más sabias, oportunas y liberadoras que nunca de oí:
“-¡Capitán -dijo con fuerza conminatoria-: traiga dos botellas de champán porque aquí no tenemos nada que celebrar!”.
Grillas gruperas
“Los imperios perdidos. Un coloquio de invierno tórrido”, es el texto que aborda el inolvidable encontronazo entre los grupos de las revistas Vuelta y Nexos, época en el que Celorio era coordinador de Difusión Cultural de la UNAM.
Un día llegó a la puerta de su casa un ejemplar de El imperio perdido de José María Pérez Gay. Cuál sería su sorpresa al leer que la obra estaba dedicada a Octavio Paz. La equivocación del remitente da pie a que Celorio le juegue una broma al autor durante una comida en su casa. Le dice que lo adquirió en una librería de viejo. Sin embargo, desistió a los pocos minutos, revelando a Chema la situación.
Lo ocurrido se liga con la realización de los eventos La experiencia de la libertad, liderado por Vuelta y meses después con el Coloquio de Invierno, organizado por Nexos. Celorio trae a cuento la reunión de su jefe, el entonces rector José Sarukhán, con Octavio Paz y Enrique Krauze. La conclusión es que “se marcharon del campus, acaso más airados que desairados”.
Para atajar la dedicatoria de Pérez Gay a Octavio Paz, Celorio repara en la designación del también diplomático como director de Canal 22, misma que fue “de gran valía”. De ahí se despliegan otros recuerdos. Era 2006 y Chema se había pronunciado enfáticamente a favor de la candidatura de Andrés Manuel López Obrador a la presidencia de México.
“Le oí decir, en casa de Fuentes, que Obrador obraba milagros. No porque creyera que realmente hiciera milagros, pero aseguraba que la gente creía en sus potencias milagrosas”. AMLO llegó a decir, antes de las elecciones que, de ganar, Chema sería el secretario de Relaciones Exteriores.
En otro acontecer del sector cultural, Mentideros de la memoria sirve para relatar aristas de lo ocurrido con la remodelación del Antiguo Colegio de San Ildefonso y del surgimiento del Mandato para administrarlo entre la UNAM, el Conaculta y el gobierno del Distrito Federal. Ello originado por el montaje de la exposición México, esplendores de treinta siglos.
Una de las estampas atañe a la noche de inauguración de la muestra. Tuvo a bien escribir el discurso del doctor Sarukhán. Se encontraba presente el matrimonio Paz-Tramini.
En esas páginas hizo decir al rector que, el más mexicano de los poetas universales, ha sido Ramón López Velarde, ante lo cual el Nobel, su esposa y cercanos acompañantes se molestaron. “No fue una buena noche para Octavio Paz. La prensa lo conminó en el centro mismo del primer patio de San Ildefonso a conversar con otro premio Nobel, residente en México, Gabriel García Márquez, con quien nuestro excelso poeta no tenía nada que ver. Como en un paredón de fusilamiento, fueron acribillados a flashazos. Las fotos que ilustraron la prensa nacional al día siguiente muestran a un Gabo sonriente, muy quitado de la pena, vestido con un saco tropical a cuadros blancos y negros a finales de otoño, y a un Paz incómodo, vestido de gris”.
Pifias, ceses y parrandas
“El discurso desoído”. Alfonso Durazo, en ese entonces secretario particular y vocero del presidente de la república Vicente Fox, le encargó la redacción del discurso para la ceremonia de inauguración del II Congreso Internacional de la Lengua Española a celebrarse en Valladolid, España. Fue el episodio donde el mandatario pronunció “Jorge Luis Borgues” en lugar de “Borges”.
Sentencia Gonzalo Celorio: “Y cuando fui despedido de la dirección del Fondo de Cultura Económica poco tiempo después, alguien atribuyó mi salida a la terrible agresión que significó haber puesto en un discurso que habría de leer el señor presidente de la república un nombre tan difícil, tan capcioso, tan insólito, tan extravagante, tan impronunciable como el de Jorge Luis Borges”.
Mentideros de la memoria, de Gonzalo Celorio, cierra con el texto “La dedicatoria de Umberto Eco”. La misma reza así: “A Gonzalo como prueba de generosidad. Fecha. Por la eternidad”.
Es la crónica de una serie de aventuras con el afamado escritor italiano durante una visita meteórica a la Ciudad de México. Saber cómo se concreta el viaje, las maneras de ser de Eco y los detalles de una personalidad oculta, dan para divertirse.
La última noche del viaje, en Garibaldi: “No habiendo contradicción, me despedí inmediatamente después de que Umberto Eco, sombrero de charro en la cabeza, jorongo al hombro y botella de tequila en la mano derecha, que no necesitaba para ser apurado de la delicada y mesurable intercesión de un caballito, terminara de cantar, en perfecto español, Paloma negra. En el transcurso de un par de días en México, ya había agarrado las parrandas por su cuenta. Nos despedimos a la mexicana, como hermanos llenos de promesas que no se cumplirían jamás”.